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Tres cartas de Roma en once meses y nada
El controvertido planteamiento de la llamada «teología india», y el desastroso experimento de la también llamada «iglesia autóctona», han vuelto a resonar con gran intensidad en los medios de comunicación, tanto nacionales como internacionales. Las agencias Notimex y ACIprensa han informado el 24 de enero del presente año, de una nueva carta, la tercera en once meses, que el Cardenal Francis Arinze, Prefecto de la «Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos», envió a Mons. Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de las Casas, a propósito de los temas conexos con los intentos reiterados para tratar de apoyar a los diáconos permanentes de dicha diócesis, en «su proceso» hacia el sacerdocio uxorado (casado).
Esta historia no es nueva; existen dos antecedentes remotos: El primero se encuentra en las teorías expuestas por el ya difunto Mons. Iván D. Illich Regenstreif, fundador y director del CIDOC de Cuernavaca, al proponer en 1967 la llamada «iglesia diaconal». El segundo, es el suceso llamado por Mons. Samuel Ruíz García «Sacudón de Melgar», ocurrido en esa población colombiana en abril de 1968 a causa de la «sacudida» que le dieron tres personajes en una reunión de eclesiásticos del CELAM: La peculiar «interpretación» que el teólogo liberacionista peruano, Gustavo Gutiérrez, hizo del decreto conciliar «Ad Gentes Divinitus»; la «explicación» del antropólogo ruso Gerardo Reichel-Dolmatoff sobre la forma en que «la evangelización destruye las culturas indígenas», y las «instrucciones» que le dio el Arzobispo Marcos McGrath de Panamá, entonces Vicepresidente del CELAM, para hacer el resumen de la reunión, que le valió ser seleccionado como uno de los seis ponentes magistrales en la II CELAM de Medellín. Su ponencia, titulada «Evangelización y Catequesis en América Latina» la preparó el Obispo Samuel Ruiz, nada menos que, en el CIDOC de Cuernavaca, en donde se nutrió de los más concentrados argumentos de Iván Illich. Vino así la etapa de difusión de la «teología de la liberación» y de la «iglesia popular», desautorizadas por el Magisterio legítimo con los documentos «Libertatis Nuntius» en el año 1984 y «Libertatis Conscientia» en 1986, pero los «teólogos de la liberación» se pusieron de perfil, diciendo que «no se veían reflejados en ellos y que no les atañían». En 1993, resurgieron en una trastocada versión con los nombres de «teología india» e «iglesia autóctona». En agosto de 2000, la «Congregación de la Doctrina de la Fe» publicó el documento «Dominus Iesus», para esclarecer por qué no se puede aceptar que «una religión vale la otra». Para los disidentes, es como si no existieran los documentos concatenados, que dejan bien claro el Magisterio legítimo en estas materias. Ahí están el Decreto «Ad gentes Divinitus» del Concilio Vaticano II, de diciembre de 1965, la Exhortación Apostólica «Evangelii Nuntiandi» de Paulo VI, de diciembre de 1975, y la encíclica «Redemptoris Missio» de Juan Pablo II, de diciembre de 1990. A partir de julio de 2004, aparece la «nueva teología intercultural e interreligiosa de la liberación», presentada en la clausura del «Foro Mundial de las Culturas» de Barcelona, en su capítulo «Parlamento de las Religiones del Mundo». Entre sus promotores figuran Hans Küng, R. Panikkar, J.J. Tamayo y Samuel Ruiz.
Para 1993, las desviaciones del experimento del Obispo Samuel Ruiz provocaron la «Primera Reunión Interdicasterial» en Roma, presidida por el Cardenal Gantín, Prefecto de la «Congregación de los Obispos». Por acuerdo de la misma le fue solicitada la renuncia adelantada, que nunca presentó. «Curiosamente» el primero de enero de 2004 estalló la revuelta del EZLN. Luego vinieron otras reuniones interdicasteriales, bajo la presidencia del Cardenal Medina y del Cardenal Arinze, de la «Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos», culminando con la última, celebrada el 1 de octubre de 2005.
Se constata cómo, durante doce años, la Santa Sede ha venido atendiendo el grave problema «doctrinal y pastoral» de la diócesis chiapaneca. El 26 de octubre de 2005, el Cardenal Arinze, dirigió una primera carta al Obispo Arizmendi en la que se le indicaba «la suspensión por tiempo indefinido, de la ordenación de diáconos permanentes, le exhortaba a reabrir el seminario, fomentar las vocaciones al sacerdocio y abrir la diócesis a otras formas de apostolado de la Iglesia Universal, para salir del aislamiento ideológico en el que se encuentra».
En respuesta, se organizó una concentración de diez mil indígenas en la plaza frente a la Catedral y enviaron al papa Benediccto XVI una carta en dialecto local, reclamando la ordenación sacerdotal de diáconos casados. La segunda carta, fechada el 17 de junio de 2006, es respuesta a la que enviaron al Papa y les remite a cumplir lo solicitado en la primera. La tercera carta, fechada el 26 de septiembre de 2006, escrita a petición de la «Congregación de la Doctrina de la Fe», se refiere a las modificaciones que deben hacerse, al ser considerado «inadmisible», el número 58 del «Plan Diocesano de Pastoral» y también al «Directorio Diocesano para el diaconado permanente», por «contener graves ambigüedades en lo doctrinal y pastoral».
A las tres cartas han dado respuesta con «aclaraciones» y «explicaciones», por supuestas «malas interpretaciones», tan ambiguas y contradictorias que, en términos muy castellanos, podría interpretarse como «el arte de cantinflear», según lo entiende desde 1992 la Real Academia de la Lengua Española: «Hablar en forma disparatada e incongruente y sin decir nada». En el orden de lo profano podría pasar como broma, pero en el orden de lo sagrado, es inadmisible. Vale recordar con el Evangelio que: «cuando un hijo pide a su Padre un pan, este no le da una piedra y si pide un pescado, no le da un escorpión».
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