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La novela de un bribón
Creo que fue Thackeray quien, en alguna parte de los vertiginosos laberintos de sus Roundabout Papers, hizo una vertiginosa observación que arroja cierta luz sobre las modas literarias y el destino de Peregrine Pickle de Smollett. Describió vívidamente el fervor que sintió, siendo niño, por las novelas de Waverley; y cómo aquellos grandes relatos poblaron la adolescencia de quienes, como él mismo, iban a crear la literatura de aquella época tan romántica que llamamos en Inglaterra «la era victoriana». A este respecto, agrega un comentario interesante: «Nuestros padres nos hablaban de Peregrine Pickle diciéndonos (los viejos socarrones) que era más que cómico. Pero creo que me sentí perplejo cuando lo leí».
Éste puede ser, quizás., el efecto inmediato sobre muchos otros del período de Thackeray o e nuestro propio período en relación con lo que han heredado de la gran tradición literaria que muchos aprendieron en su juventud leyendo a Thackeray y que Thackeray aprendió en su juventud, a su vez, de Scott. Muchos de aquellos que crecieron en un ambiente donde reinaba este tipo de ficción, como quien escribe, pueden estar predispuestos a decir, en principio, que la novela de Smollett los deja algo perplejos. Aunque no tanto como algunas novelas modernas, por supuesto. Pero mucha gente parece tener un criterio literario muy singular, según el cual les gusta que un libro nuevo los deje perplejos, pero no les gusta que les ocurra lo mismo con una obra vieja. Como demostraré más adelante, esto se debe en gran parte a que el libro nuevo no es tan nuevo como pretende. Y el libro viejo no es tan viejo, según las verdaderas etapas de la historia.
En resumen, la moraleja de todas esta cosas es la asombrosa rapidez con que las modas y los parámetros cambian una y otra vez; a menudo, el cambio es un retroceso. No hay nada tan desconcertante como la rapidez con que se endurecen los nuevos métodos literarios, excepto la fragilidad con que se rompen. Cada viajero que da la vuelta a una esquina cree que lo llevará por el camino derecho del progreso, pero en realidad lo conduce, en cosa de diez minutos, a otra esquina que da a otro camino igualmente sinuoso. La peculiaridad de un libro como Peregrine Pickle puede fijarse con bastante precisión al considerar cuáles son los cambios que lo separaban de Thackeray, o que separan a Thackeray de nosotros.
En aquella frase de Roundabout Papers existen, para empezar, algunos puntos interesantes y hasta cómicos. Por ejemplo, siempre se nos ha dicho que el padre victoriano, o aún mejor, el padre de principios del siglo XIX, era un puritano que prohibía las vanas e impropias formas de la literatura trivial; era un Padre Pesado que se sentaba pesadamente aun sobre cuentos de amor comunes u obras de teatro románticas. Tan tipo siglo XVIII como el que Macaulay presenta en su obra cómica, en la figura de un padre tan extraordinario como sir Anthony Absolute, en quien se identifica la opinión de los padres más sobrios y responsables de la época: «Una biblioteca circulante es un árbol siempre verde de diabólicos conocimientos». Hasta un moderno tan empapado en el siglo XVIII como Max Beerbohm ha descrito al típico padre de una generación —que muy bien pudo ser la de Thackeray—, como una persona sombría y densa que habla a sus hijos únicamente del Infierno. Seguramente aquella pequeña muestra de los propios ensayos de Thackeray puede llevarnos a suponer que hay algo equivocado en todo esto. Es difícil imaginar al padre puritano, que comúnmente no hablaba sino del Infierno, andando con rodeos al recomendar la lectura de Peregrine Pickle. Es difícil suponer que una raza como la de sir Anthony Absolute, que desaprobaba toda clase de novelas, se hubiera alejado tanto de sus principios para recomendar esta novela, entre todas las que existen en la Tierra, argumentando que era «más que cómica». El padre debió ser, en verdad, un viejo socarrón, si al muchachito lleno de ideas caballerescas, como las de Quentin Durward e Ivanhoe, le recomendaba leer Peregrine Pickle.
Lo cierto es que los elementos estaban demasiado mezclados y las modas eran demasiado fugitivas para cualquier generalización. Los hombres que pierden las tradiciones se entregan a lo convencional; pero esto es más efímero que las modas. Hubo padres que se hubieran sentido tan disgustados al ver a sus hijas leyendo Orgullo y prejuicio como si las hubieran sorprendido leyendo Peregrine Pickle. Pero los padres, no los abuelos. Hubo una clase de hogar en la que el Infierno era el más brillante tema de conversación; pero no en el típico hogar antiguo, sino en el nuevo. Este tema fue introducido por los metodistas, que fueron considerados innovadores y rebeldes. No es necesario que vayamos a buscar, en este episodio de severidad extrema, su causa histórica, que fue el comienzo de la tan altamente expurgada novela victoriana. En términos generales, se puede decir que vino con el rápido aumento de riquezas y de poder entre los inconformistas del norte, quienes vetaron la franqueza de la vieja clase media y de la vieja gente de campo del sur. Lo destacable en este tema es que el trabajo de esos puritanos de Lancashire o de Yorkshire se llevó a cabo con tal rapidez que los hombres olvidaron que era reciente.
Debe comprenderse todo esto antes de que, al mirar retrospectivamente al siglo XIX, se pueda hacer justicia sobre la obra de Smollett. Lo más importante es que no sólo llegaron los cambios, sino que cada generación los aceptó como si siempre hubieran sido estables. Así, en el caso que acabamos de mencionar, Thackeray comenzó a escribir novelas mucho después que Dickens; era aún un artista o un estudiante cuando se ofreció para ilustrar Pickwick. Dickens, rodeado de la popularidad que le había brindado Pickwick, ya había aceptado y hecho populares lo que llamamos los convencionalismos victorianos. Esto fue expresado con cierta aspereza por Aldous Huxley cuando dijo que un escritor como Dickens escribe como si fuese un niño, mientras que un escritor como Smollett escribe como si fuera un hombre. Pero en realidad existe un lazo considerable que une a un escritor como Smollett y a un escritor como Aldous Huxley. Pues el camino ha dado otra curva pronunciada hacia atrás; y el interludio de la inocencia victoriana quedó fuera del alcance de nuestra vista. A este respecto, hay un ejemplo que domina y explica totalmente el argumento de Peregrine Pickle.
Cuando Thackeray llamó a Vanity Fair «una novela sin héroe» o, más aún, cuando hizo de la relativamente realista Pendennis una novela con un héroe no heroico, sin duda ya estaba tan acostumbrado a la ficción victoriana que sintió que estaba haciendo algo nuevo, y tal vez «cínico». Pues la literatura novelesca victoriana ya había regresado a la vieja idea romántica de que el héroe debía ser heroico, aunque no lo comprendiera tan bien como las antiguas novelas lo hicieron. Nicholas Nickleby vence a Squeer como san Jorge vence al Dragón; y John Ridd es un caballero sin temor al reproche, como Ivanhoe. Pero, en realidad, Thackeray estaba reaccionando ligeramente contra lo que había tenido carácter universal en tiempos de aquel viejo socarrón, su padre.
Todas las novelas como Peregrine Pickle, todas las novelas hasta la época de Pickwick, se escribieron francamente de acuerdo con un convencionalismo mucho más cínico: que el héroe fuera heroico. El emprendedor señor Pickle ciertamente no es heroico. Es muchas cosas buenas; no sólo valiente, sino ciertamente compasivo y considerado; y, sobre todo, es capaz de reconocer hombres mejores que él. Pero, en cuanto al resto, de acuerdo con los modelos victorianos o modernos, es simplemente un bribón, ordinario y rapaz; pero Smollett realmente no pretende que sea otra cosa.
Esta tendencia a seguir con cierto arrobamiento las trampas y triunfos de alguien apenas mejor que un estafador tiene su comienzo en el origen histórico de este tipo de relato, que empezó con lo que se llamó la novela picaresca. Es la novela del vagabundo que puede ser tanto un vendedor ambulante como un ladrón de caminos. Es una coincidencia curiosa que Smollett tradujera Gil Blas, en la cual esta nueva novela cínica logró su primer éxito; y también tradujo Don Quijote, en donde se derrota a los viejos romances con falsos héroes. Pero, en torno a este relato sorprendente, la novela de un bribón, existen ciertos errores que hay que evitar. Sería una completa equivocación suponer que, como los héroes son inmorales, los autores también lo son, y así hombres como Tobías Smollett. Es una característica peculiar de aquella amplia escuela, que representó el elemento picaresco en Inglaterra, que cree en el heroísmo de todos menos en el de los héroes.
En Fielding y en Smollett, y también en algunos otros, encontramos una suerte de idea fija, según la cual la virtud está representada (y hasta predicada, y aun violenta y autoritariamente), pero jamás por el protagonista, que es un joven mundano de quien no se espera aparentemente que la predique o practique. El pastor Adams es un serio retrato de un hombre bueno, y Joseph Adams es sólo una broma pesada; pero Joseph da su nombre al libro. Fielding se ocupa más de Tom Jones que de Alworthy; pero está de acuerdo con Alworthy y no con Tom Jones.
Y si alguien desea notar cómo se expresa este hábito, exactamente, en Smollett, que relea la escena típica en la cual Peregrine Pickle provoca un duelo con Mr. Gauntlet. De acuerdo con todas las normas posibles, Pickle se comporta como un bravucón vulgar y mezquino, mofándose de la pobreza del soldado a quien insultó para ser derrotado ignominiosamente por el hombre a quien despreció con tanta rudeza. Seguramente, ningún escritor de novelas de la era victoriana hubiera revolcado por el polvo a su héroe en semejante encuentro. Y, sin embargo, el incidente revela en brillantes colores todo lo bueno y lo amable de Peregrine Pickle. Comprende que el otro hombre es más virtuoso que él; actúa con el mismo ímpetu siguiendo el impulso moral o inmoral; se disculpa después de la derrota, lo cual es más difícil que disculparse antes. En suma, Mr. Gauntlet, como el pastor Adams, representa algo fijo y reconocido; una virtud que los demás personajes veneran, aun cuando la violan. Peregrine, en este incidente, se comporta casi increíblemente mal y después casi increíblemente bien en el curso de una hora; y, sin embargo, todo es muy creíble.
¿Por qué percibimos que hay algo contundente en esto a pesar de todo? Primero, sin duda, porque Smollett era un verdadero novelista, y el personaje de Peregrine Pickle era un personaje real. Logra lo que la crítica posterior hubiera llamado la contradicción: que Peregrine sea un bribón, pero un bribón de buen corazón: que esté muy cerca de ser un estafador, aunque siempre un estafador impulsivo. Pero también se debe al sentido de firmeza que produce el que el vicio y la virtud se traten como hechos. Nuestro sentido de la sinceridad se basa en que Tobías Smollett, así como Peregrine Pickle, creían verdaderamente en lo bueno y en lo malo, y opinaban que el personaje principal era malo y el secundario bueno.
Allí reside la principal diferencia entre antiguos escritores como Smollett, y muchos escritores modernos que se dedican con todo éxito a producir el mismo olor a suciedad convincente, la misma inconfundible fealdad en los detalles de la vida, la misma irresponsabilidad resbalosa y a veces fangosa cuando se refieren al sexo, la misma persistencia en evitar el heroísmo. La diferencia está en que el héroe de Smollett, o su villano, sabe exactamente cuál es su lugar en el mundo moral, a pesar de que no sea el adecuado. El aventurero moderno del mismo tipo ocupa todas sus aventuras tratando de descubrir qué lugar ocupa. No se dedica tanto a violar las leyes con bravura y astucia, sino que trata de conocer las leyes, con desesperación y perplejidad constantes. La virtud no le repele; lo mejor que se puede decir de él es que, en general, el vicio lo aburre. Por lo tanto, no logra éxito total al copiar a los escritores antiguos en sus dos dones de lucidez y grosería; porque carece del tercer ángulo del triángulo: su confianza.
Considerada como una serie de capítulos, Peregrine Pickle es simplemente una sucesión de accidentes. Es curioso notar que el bullicio que desató en su tiempo, especialmente en el rutilante mundo del ingenio y la elegancia, se debió casi enteramente a la parte del libro que ahora consideraríamos más aburrida. Se suponía que el fragmento denominado Memoirs of a Lady of Quality hacía cierta alusión escandalosa a la sociedad de la época; pero no es típico del autor, ni siquiera del libro.
En la práctica, tampoco podemos colocar en una misma clase el estilo remendado y lleno de paréntesis de este libro con la irregularidad similar de Pickwick. Casi todos. por lo menos los más maduros, han leído Pickwick. Entre las personas de más edad, son pocos quienes han leído Peregrine Pickle. No puede haber muchos viejos socarrones que vayan por la calle aconsejando a la juventud moderna que lo lean porque es cómico. A muchos les debe ser presentado como un libro nuevo y no como una obra vieja; y el mérito para aproximarse es completamente divergente. Al escribir sobre Dickens, escribimos para nuestros camaradas dickensianos, y podemos probar cualquier punto o ilustrar cualquier teoría con ejemplos que conocen tan bien como nosotros. No creo que sea justo pensar que, si remito al lector medio a la conocida actitud de Mr. Metaphor o al incidente de Mr. Hornbeck, no sabrá a qué me refiero con la misma rapidez que si mencionara a Mr. Stiggins o a Mr. Weller. En casos como éste, en que una obra histórica de un hombre de genio no es ampliamente popular, o no está en contacto inmediato con el público lector, la causa y el problema pueden encontrarse siempre en ciertos cambios de gusto que, rápidos como son, corresponden ampliamente a cambios de ideas. Un hombre que abre Peregrine Pickle no debe esperar lo mismo de una novela victoriana que de una buena novela moderna; y sólo al explicársele ciertos principios logrará descubrir que es tan buena como las otras. Por lo tanto, está muy bien dar énfasis a ciertas cualidades generales que son todavía mejores.
La novela de la época de Smollett era mejor que la de la época victoriana, en cuanto reconoció con más claridad que el bien y el mal existen, y están entrelazados incluso en el mismo hombre. La novela de la época de Smollett era mejor que la de nuestro tiempo, en cuanto reconoció que, aun cuando están entrelazados en el mismo hombre, todavía pueden distinguirse y son muy distintos y luchan hasta la muerte.
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