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La risa

Si de alguna manera proponemos la risa como tema de discusión, normalmente notaremos que nuestros prójimos lo reciben de una de estas dos maneras. Se ríen, tal vez lo mejor que pueden hacer ante una proposición de analizar la risa, dado que la práctica es mejor que el precepto, y cualquiera que, como yo, se siente a escribir todo un artículo sobre el tema es un sujeto muy digno de la burla de la humanidad. Pero si tienen bastante sentido común para reír, probablemente también lo tengan para irse; la conversación quedará interrumpida y exhibirá solamente la clase de ingenio que se identifica con la brevedad.

Si, por otra parte, mencionamos la risa y no se ríen, lo que desean es esto: torcer sus tontos rostros en expresiones de feroz gravedad y meditación, y comenzar a hablar de Psicología Primitiva y de los reflejos automáticos del pitecántropo; y al cabo de uno o dos meses de esta alegre conversación, prácticamente siempre logran el mismo resultado (que es signo y síntoma inconfundible de sus mentes moribundas), y dirán que «la risa, después de todo, está basada en alguna forma del instinto de crueldad». Y todo eso no es más que una exposición limpia y pulida del gran hábito moderno de ser lo menos científico posible en el uso de términos científicos.

Aún no se ha probado que exista un instinto de crueldad, así como no existe un instinto de masticar vidrio. Algunos locos lo hacen; hasta algunos hombres eminentes lo han hecho; creo que el famoso sir Richard Grenville tenía ese hábito. Algunos hombres tienen una perversión llamada crueldad; pero si los hombres primitivos desarrollaron un talento para el buen humor a través de la perversión de la crueldad, es tan difícil explicar cómo desarrollaron esa perversión como explicar de qué manera desarrollaron el talento. De la misma manera, podríamos explicar los comienzos de la poesía diciendo que el pitecántropo era adicto a la cocaína. Todo esto no es más que una de esas descaradas insinuaciones de la ciencia popular, que no cuentan, en absoluto, con el apoyo de la ciencia seria, pero que tienen, por el contrario, un fuerte motivo moral o antimoral: sugerir por medio de innumerables insinuaciones que los seres humanos lo deben todo a seres semihumanos llamados hombres primitivos, y que éstos eran criaturas horriblemente degradadas que vivían en la oscuridad del odio y del miedo.

Ante esto, esa teoría de la risa es risible. Cualquiera puede hacer reír a un niño por cualquier inversión sencilla o incongruencia, tal como ponerle gafas al oso de peluche. ¿Nos piden que creamos que un oscuro troglodita se revuelve en la cueva del cráneo de una criatura y se complace en torturar al oso de peluche con condiciones ópticas que no le son familiares, o que se regocija como un demonio frente a la agonía de un tío viejo cuando se ve privado temporariamente de sus lentes? Los niños ríen verdaderamente cuando la pieza literaria les habla de la clase más sencilla de tontería, tal como que «la vaca saltó sobre la Luna». ¿Debemos suponer que los niños permanecen despiertos y ríen al pensar en el viaje largo y fresco del cuadrúpedo perdido, en las frías alturas completamente inadecuadas a los mamíferos de sangre caliente?

Es evidente que la mente se divierte con lo incoherente, cuando no hay idea, ni directa ni indirecta, de incomodidad. Por qué se divierte con lo incoherente es, en realidad, una pregunta muy profunda, y no iremos más allá con tales preguntas hasta que adoptemos una actitud completamente distinta respecto de toda la historia del hombre; hasta que tengamos la paciencia de respetar un gran número de misterios, como misterios, y aguardemos una explicación que realmente explique, en lugar de saltar a cualquier explicación que lo único que hace es salir del paso. Pero sospecho que se la encontrará en conexión con la idea de la dignidad humana y no de la indignidad; relacionada con la extraña condición del hombre en este extraño mundo, y no con las meras brutalidades obtusas que lo relacionan con el lodo obtuso.

No debe sorprender que una época que exhibe este monstruoso espectáculo de los hombres sombríos y pesimistas, al referirse al origen de la risa, exhiba también cierta carencia de la clase más sencilla de risa en su literatura y en su arte. E imagino que aun aquellos que podrían aclarar que producimos más humor admitirán que producimos menos risa.

Pero el veneno de la herejía antihumana que he mencionado se vuelve, de manera curiosa, contra la práctica de quienes han oído la teoría; y las ideas de causa y efecto ejercen su acción una sobre la otra. Puede ser que solamente en una edad amarga los pedantes consigan remontar a la malignidad el origen de toda alegría; puede ser que la sugestión atmosférica de ese origen haya hecho menos alegre a la alegría y, por el contrario, más amarga, si no más maligna. Pero en verdad, en su mejor aspecto, la tendencia de la cultura actual ha sido tolerar la sonrisa, mas desalentar la carcajada. Aquí se hallan comprometidas tres diferencias. Primero, que la sonrisa puede convertirse oportunamente en escarnio; segundo, que la sonrisa es siempre individual y hasta secreta (especialmente si es un poco alocada), mientras que la carcajada puede ser social y gregaria, y quizás es la única forma genuina que sobrevive de la Voluntad General; y tercero, que la risa se abre a la crítica, es inocente e indefensa, posee la clase de humanidad que siempre tiene algo de humildad.

La etapa actual de la cultura y la crítica puede resumirse muy bien en los hombres que sonríen criticando a los hombres que ríen. En cualquier novela de actualidad, podemos leer: «Grisby se acarició la barbilla y sonrió con cierta superioridad». Muy pocas veces leemos, aun en las novelas: «Grisby echó la cabeza hacia atrás y lanzó al techo una carcajada con cierto tono de superioridad». En el momento en que Grisby, se abandona hasta el punto de reír, ha perdido algo de la perfecta superioridad de los Grisbys, por la cual son famosos en los círculos elegantes, y por la cual tantos de sus semejantes deseaban patearlo como el viejo Weller pateó a Mr. Stiggins. Pues es un error total suponer que hay menos crueldad desde que abandonamos la buena costumbre de patear a Mr. Stiggins. La única diferencia es que al señor Grisby se le permite ser cruel, porque los hombres más sencillos y más humildes han perdido la facultad de disfrutar del inocente goce de patearlos. En la mente del señor Grisby, en ese momento exquisito en que sonríe, hay infinitamente más crueldad, en el sentido de simple malicia, que la que hubo en la mente de Weller cuando aplicó la bota, o en la de Dickens cuando escribió el libro.

La característica principal del cambio más moderno en el mundo es que los modales sociales más suaves no condicen con los sentimientos sociales más cálidos. El hecho principal que debemos enfrentar hoy es la ausencia hasta de aquella camaradería democrática que estaba implicada en la risa grosera o en el ridículo puramente convencional. A los hombres de la antigua amistad puede haberles disgustado injustamente una víctima propiciatoria o un extraño, pero se querían unos a otros más que una gran cantidad de hombres de letras, en nuestros días. Es evidente, de mil maneras distintas, que había más sentimiento público, o si prefieren, sentimentalismo, en los campos donde los rufianes de Bret Harte blandían navajas y revólveres, o en el sótano de la taberna donde dejaron sin sentido a Mr. Bardell de un golpe en la cabeza con un jarro de cerveza, que en muchos círculos intelectuales en los cuales el alma está por fin totalmente aislada, como las cabezas que en el Infierno están separadas en sus círculos de hielo.

Por lo tanto, en este conflicto moderno entre la sonrisa y la risa, yo estoy a favor de la risa. La risa tiene algo en común con los antiguos vientos de la fe y de la inspiración; deshiela el orgullo y desenmaraña el secreto; hace que los hombres se olviden de sí mismos en presencia de algo más grande que ellos; algo (como dice la frase común en chiste) que ellos no pueden resistir.

Santo es aquel que disfruta de las cosas buenas y las rechaza; mojigato, aquel que desprecia las cosas buenas disfrutando de ellas. Pero cuando éste realmente oye algo bueno, algo de lo que verdaderamente disfruta, entonces ya no puede despreciarlo. En esa horrible y apocalíptica oportunidad, no sonríe; lanza una carcajada.

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