conoZe.com » bibel » Otros » G. K. Chesterton » El hombre común y otros ensayos sobre la modernidad.

Elizabeth Barret Browning

La señora Browning fue un gran poeta y no, como se supone ociosa y vulgarmente, sólo una gran poetisa. La palabra «poetisa» es mal lenguaje e implica un cumplido particularmente malo. Nada es más destacable en la obra de la señora Browning que la ausencia de esa elegancia trivial y melindrosa que se ha exigido a las escritoras en los dos últimos siglos. Si en algún lugar su verso es malo, lo es por la extravagancia de las imágenes, por alguna violencia en las comparaciones, por algún relajamiento del talento. Sus desatinos nunca surgen de la debilidad sino de una confusión de poderes. Si la frase se explica, ella es mucho más grande que buena como poeta.

A menudo, la señora Browning parece más melosa y sentimental que muchas otras mujeres de letras, pero eso se debe a que es más fuerte. Para abatirse, se necesita cierta fuerza interna. Una autohumillación completa exige una enorme fuerza, mucho más fuerza que la que poseemos la mayoría de nosotros. Cuando escribía la poesía del autoabandono, en realidad se abandonaba con el valor y la decisión de un anacoreta que abandona el mundo. Un pareado como éste:

Nuestro Eurípides, el humano,

que vertía lágrimas tibias

nos produce una sensación de náusea. No puede concebirse nada tan ridículo como Eurípides yendo de aquí hacia allá, vertiendo lágrimas en un goteo sonoro, y a la señora Browning detrás de él con un termómetro. Pero hay que destacar con todo énfasis, en este absurdo pareado, que la señora Hemans no lo hubiera escrito jamás. Habría escrito algo perfectamente honroso, inocuo, insignificante. La señora Browning se veía en una seria y enorme dificultad. Realmente quiso decir algo. Apuntó a una imagen vívida y curiosa, y erró el tiro. Sufrió esa catástrofe y ese fracaso público que vale tanto como una medalla o un encomio, el distintivo de los bravos.

A pesar de esa cansadora verdad a medias de que el arte es inmoral, las artes exigen un número considerable de cualidades morales y, más explícitamente, las artes exigen coraje. El arte de dibujar, por ejemplo, exige hasta cierto valor físico. Cualquiera que haya intentado trazar una línea recta y fracasó, sabe que lo que le falló es el vigor, así como podría fallarle al saltar un acantilado. Y de manera similar, todo arte literario implica un elemento de riesgo, y los más grandes artistas literarios han sido generalmente aquellos que han corrido el riesgo mayor de decir tonterías. Casi todos los grandes poetas hablan con lenguaje sobrecargado, desde Shakespeare para abajo. La señora Browning fue isabelina en su exuberancia y en su audacia, y en la gigantesca escala de su ingenio. Junto a ella sentimos, a menudo, lo que sentimos con Shakespeare: que le hubiera ido mucho mejor con la mitad de su talento. Sufre la gran maldición de la época isabelina, y por ello no puede dejar las cosas tranquilas, no puede escribir una sola línea sin un pensamiento de vanagloria.

Y los ojos de los abanicos de pavo

real hicieron guiños a la gloria extranjera

dijo de los abanicos papales en presencia del tricolor italiano.

y la sangre real envía miradas que turban sus ojos principescos

y la sombra de una corona regia se ablanda en su pelo

es su descripción de una dama hermosa y aristocrática. La idea de las plumas de pavo real haciendo guiños como otros tantos pilluelos londinenses es tal vez una de sus imágenes más agresivas y ridículas. La imagen del pelo de una mujer como una sombra suavizada, una corona, es singularmente vívida y perfecta. Pero en ambas se nota la misma cualidad de fantasía intelectual y de concentración intelectual. Ambas son ejemplos de una especie de epigrama etéreo. Ésa es la característica más grande y dominante de la señora Browning: que era expresiva tanto en el éxito como en el fracaso. Así como cada matrimonio en el mundo, bueno o malo, es un matrimonio, dramático, irrevocable y lleno de acontecimientos, de la misma manera cada uno de sus matrimonios desatinados entre ideas extrañas es un hecho realizado que produce cierto efecto en la imaginación, que para bien o para mal se ha convertido en parte y porción, para siempre, de nuestra visión mental. Ella da la impresión de no rechazar jamás una fantasía, del mismo modo que algunos señores del siglo XVIII jamás rechazaron un duelo. Cuando cayó, siempre fue por perder pie, jamás porque se acobardó ante el salto.

Casa Guidi Windows es, en un aspecto, un típico poema de su autora. A la señora Browning se la puede denominar, justicieramente, el poeta particular del liberalismo, de ese gran movimiento de la primera mitad del siglo XIX para lograr que los hombres se emanciparan de las antiguas instituciones que gradualmente habían cambiado su naturaleza, de las casas de refugio que se habían convertido en calabozos, de las joyas místicas que se conservaban sólo como cadenas. No fue lo que comúnmente se llama rebelión. En su corazón, no había lugar para el odio por las instituciones antiguas pero esencialmente humanas. Tenía esa profunda fe conservadora en las instituciones más antiguas, en el hombre medio, conocido por el nombre de democracia. Su ideal, como el de todas las personas sensatas, era una idea caótica de la bondad formada por las flores inglesas y las estatuas griegas, pájaros cantando en abril y regimientos que se hacían pedazos por una bandera. No eran ni radicales, ni socialistas, sino liberales, y un liberal es un loco noble e indispensable que trata de hacer un cosmos de su propia cabeza.

La señora Browning y su esposo eran más liberales que muchos otros. Era suya la hospitalidad del intelecto y la del corazón, que es la mejor definición del término. Nunca cayeron en el hábito del revolucionario ocioso que suponía que el pasado era malo porque el futuro era bueno, lo que equivalía a afirmar que, porque la humanidad nunca había cometido más que errores, en ese momento estaba segura de estar en lo cierto.

Browning poseía en mayor grado que otro ser el poder de darse cuenta de que todos los convencionalismos eran sólo revoluciones victoriosas. Podía seguir a los lógicos medievales que sembraban vientos y cosechaban tempestades con todo ese ardor generoso que se debe a las ideas abstractas. Podía estudiar a los. antiguos con los ojos jóvenes del Renacimiento, y leer un libro de gramática griega como si fuera un libro de versos de amor. Sin duda, este inmenso liberalismo, casi desconcertante, del señor Browning tuvo algún efecto sobre su esposa. En sus visiones de la Nueva Italia, ella volvió a la imagen de la Italia Antigua como un revolucionario sincero y verdadero; pues todas las revoluciones verdaderas son reversiones a lo natural y a lo normal. Un revolucionario que rompe con el pasado es una idea digna de un tonto. Pues ¿cómo puede un hombre desear algo de lo que jamás oyó hablar?

La inextinguible simpatía de la señora Browning por todas las pasiones antiguas y esenciales de la humanidad no se ponen tan de manifiesto en ninguna parte como en su concepto de patriotismo. Por alguna oscura razón, que en realidad no es fácil de descubrir, actualmente se sostiene que la fe en el patriotismo quiere decir principalmente fe en que todas las demás naciones abandonen sus sentimientos patrióticos. Esta horripilante contradicción no existe en el caso de ninguna otra pasión. Hombres cuyas vidas se basan principalmente en la amistad, simpatizan con las amistades de otros. El interés que dos enamorados sienten uno por el otro es algo proverbial y, como muchos otros proverbios, a veces constituye un fastidio. Únicamente cuando se trata del patriotismo se considera correcto suponer que ese sentimiento no existe en otras gentes.

Pero no era así en la época de los grandes liberales como la señora Browning. El matrimonio Browning tenía, por decirlo de algún modo, un talento para el patriotismo libre de lo carnal. Amaban a Inglaterra y amaban a Italia; y, sin embargo, eran todo lo contrario al cosmopolitismo. Amaban a los dos países como países, no como arbitrarias divisiones del globo. Conocían la raíz y la esencia del patriotismo. Sabían cómo ciertas flores, pájaros y ríos entran en los molinos de la mente y salen como guerras y descubrimientos, y cómo alguna aventura triunfante o algún crimen horroroso forjado en un continente remoto puede mostrar los colores de una ciudad italiana o el alma de una silenciosa villa de Surrey.

Ahora en...

About Us (Quienes somos) | Contacta con nosotros | Site Map | RSS | Buscar | Privacidad | Blogs | Access Keys
última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=6264 el 2007-10-24 00:19:49