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Gloria de España, miseria de la Historia: el mensaje de «Apocalypto»
La última obra de Mel Gibson pone los pelos de punta. Pero en esa película hay algo más: hay también una interpretación de la Historia que nos afecta especialmente a nosotros.
Mel Gibson tiene la rara virtud de conmover las entrañas. Además lo hace en dos tiempos: primero te revuelve las tripas con escenas de violencia descarnada, como las de La Pasión y las de Apocalypto, y después te agita el cerebro cuando te detienes a pensar en que esa violencia, después de todo, fue verdad. Ésa es la gran justificación de la sangre filmada. Nos habíamos acostumbrado a pensar la Pasión de Cristo desde la asepsia de la distancia cronológica, una muerte envuelta en la anestesia de los libros de Historia y las obras de arte; hacía falta expresar directamente el dolor para volver a cobrar conciencia de lo que fue aquello. Lo mismo ocurre con Apocalypto.
Teníamos la esclavitud y los sacrificios humanos de la América prehispana neutralizados en la memoria, paliativa y folclórica, de un mundo feliz; apenas una línea en relatos fascinados sobre pirámides y calendarios de exactitud prodigiosa, siquiera una mención en los textos vindicativos contra la barbarie de los conquistadores que aniquilaron al «buen salvaje». Pues bien, esto era también la América precolombina: capturas masivas de gentes a las que se arrancaba el corazón y se decapitaba para satisfacer a una divinidad nunca ahíta. Era preciso mostrar el horror en vivo para conocer una realidad sistemáticamente deformada (y conste que Gibson se ha quedado corto: los cronistas de Indias cuentan cosas aún más feroces).
Hay un mensaje evidente: el mundo amerindio era un pozo de muerte; la llegada de los españoles acabó con eso, y tal es el significado de la última escena de la película, apenas unos segundos de estupor. Los puristas han reprochado el anacronismo de hacer desembarcar a los españoles cuando, en realidad, aún faltaba más de un siglo para que asomaran por allí la cruz y la espada. Es verdad. Pero es un defecto menor si vemos la película como un mensaje global. Un mensaje que se resuelve en esa escena de los barcos españoles, pero que a su vez depende de la frase inicial. Es curioso que pocos hayan reparado en ella. Esa frase dice así: «Una gran civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro». Quien lo dijo fue Will Durant, un filósofo popular, oriundo del Québec, católico y socialista, que dedicó su larga vida (más de cien años) a explicar al proletariado norteamericano del siglo XX la historia del pensamiento y de la civilización. Lo hizo con el mismo ánimo con que Gibson reconstruye la sangre de los sacrificios humanos: cuanto más vivo sea el conocimiento, mejor entenderemos.
¿Es, pues, Apocalypto una historia del progreso humano? Reprimíos, progresistas: la virtud no es acumulativa; el paso atrás es una tendencia siempre permanente. Tal vez el recuerdo de la violencia de antaño puede vacunarnos contra la violencia presente, pero haríais mal en mirar a los caníbales por encima del hombro. Ningún siglo ha matado más que el siglo XX; sobre todo, en nombre de la libertad. Y sí, claro: Atahualpa, cuando decidió acabar con Huáscar, lo prendió a él y a sus mujeres y a sus hijos, y los hizo matar a todos ante los ojos de un Huáscar todavía vivo, y a las mujeres que estaban preñadas, mandó abrirles el vientre para que sus hijos cayeran a tierra antes de degollarlas a su vez, y esas cosas son terribles. Pero ¿sabéis que escenas del mismo carácter, incluida la eventración de preñadas, se vivieron aquí, en España, anteayer como quien dice, cuando los milicianos del Gobierno-legítimo-de-la-República sembraban el terror en las retaguardias? En tres años nos las arreglamos nosotros solitos para matar a más gente que en varios siglos de Reconquista (y conste que aquí hablo de la muerte administrada a mansalva por ambos bandos). Pero no hay que retroceder siquiera este paso: también hoy, aquí al lado, arrancan a los hijos de los vientres de sus madres; lo llaman «salud reproductiva».
No, la virtud de la película de Gibson no consiste en que nos muestre un progreso, ese que nos llevó del mundo feroz de los sacrificios humanos al de las catequesis en lengua nahuatl, para salvación de los mexicas. Por supuesto que España llevó a América a un grado superior de civilización. Pero eso siempre es reversible y, por otro lado, crea problemas nuevos. La virtud de Apocalypto reside más bien en que nos quita un peso de encima. Nos enseña que nosotros no fuimos los malos. ¿Fuimos entonces los buenos? Pero ¿cuándo la Historia ha sido un relato de buenos y malos? Fuimos, simplemente, nosotros. Hicimos algo grande. Eso es todo. Y no es poco.
La Historia es un río de sangre. Eso está en la condición humana. Lo que pasa es que la gente, a medida que el río fluye, se acerca a la orilla para recoger las cosas valiosas que arrastra la corriente: las artes, el pensamiento, los hallazgos decisivos, las grandes conquistas, también los altos ejemplos de heroísmo, sabiduría o abnegación. Porque esto también está en la condición humana. Cuantas más cosas recogemos del río sanguinolento del pasado, mejores nos hacemos; cuando las desdeñamos como antiguallas, empezamos a olvidar quiénes somos. Y entonces una civilización va destruyéndose a sí misma desde dentro, como decía el viejo Durant.
Mirad alrededor.
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