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La nueva tiranía (III)
Tratábamos de exponer en una entrega anterior cómo las tiranías han tratado de corromper cualquier forma de gobierno, desde que el mundo es mundo; por supuesto, la democracia no es indemne a esta gangrena. Y señalábamos que las nuevas formas de tiranía, en su afán por convertir a las personas en una masa amorfa, indistinta y fácilmente moldeable, cuentan con instrumentos poderosísimos. A uno lo llamábamos 'desvinculación'. Se trata de borrar del 'disco duro' del individuo todo sentido de pertenencia, de romper todos aquellos vínculos que le sirven para hacerse inteligible, para entender sus orígenes y su lugar en el mundo. Por supuesto, la primera víctima de este proceso desvinculador es la educación: todas aquellas disciplinas que nos proponen una explicación de la realidad, de nuestra genealogía intelectual y espiritual, que nos proporcionan una explicación unitaria de las cosas son expulsadas de los planes de enseñanza, o condenadas a la irrelevancia. La historia, la filosofía, el latín y, en general, cualquier otra asignatura que postule una forma de conocimiento basado en la traditio (esto es, en la transmisión de saber de una generación a otra) es arrumbada en el desván de los armatostes inservibles. Se transmite a los jóvenes la creencia absurda de que pueden erigirse en 'maestros de sí mismos' y convertir sus impresiones más contingentes y caóticas en una nueva forma de conocimiento. Al privarlos de un criterio explicativo de la realidad, la nueva tiranía los condena a zambullirse en la incertidumbre y la dispersión; carentes de un criterio que les permita comprender la realidad, se los condena a ceder ante el barullo contradictorio de impresiones que los bombardea, a dejarse arrastrar por la corriente precipitada de las modas, por la banalidad y la inercia.  
La tiranía, sin embargo, presenta esta amputación bajo un disfraz de libertad plena. Sabe perfectamente que las personas a las que no se les proporciona un criterio para enjuiciar la realidad son personas mucho más vulnerables a la manipulación; por ello se esfuerza en presentar esa 'desvinculación' como un espejismo de libertad. La nueva tiranía le propone al individuo: «Durante siglos estuviste sometido a códigos de conducta externos, dictados desde instancias represoras; nosotros hemos abolido esas instancias, para que desde hoy seas tú mismo quien elija su destino». Y, para subrayar esa impresión, para que el súbdito de la tiranía se crea borracho de libertad y liberado de enojosas autoridades y castrantes códigos morales que coartan su capacidad decisoria, la tiranía se presenta como un garante de esa libertad recién conquistada. Así no debe extrañarnos que, mientras las disciplinas que explican la realidad e infunden en el individuo una verdadera libertad de juicio y una verdadera libertad de elección son relegadas al ostracismo, se impulsen otras que crean vínculos nuevos, que imponen un nuevo sistema de valores, so capa de reconocimiento de esa 'libertad ilimitada' que graciosamente la tiranía nos concede. La misión de la nueva tiranía consiste en administrar y hacer productiva esa 'suma de egoísmos' en que, inevitablemente, se convierte cualquier sociedad desvinculada. Así se explica la implantación de asignaturas como la llamada Educación para la Ciudadanía, que bajo una fachada de amable libertad trata de suministrar pienso ideológico a una sociedad atomizada que ha olvidado su genealogía. Pero ya nos advirtió François Revel que «la tentación totalitaria, bajo la máscara del demonio del Bien, es una constante del espíritu humano».
En este designio de ingeniería social que anhela la 'desvinculación' del individuo, cualquier forma de agrupación humana que proteja a la persona de las injerencias del poder es de inmediato identificada por la tiranía como enemigo a batir. Inevitablemente, la familia, ese ecosistema que crea, sobre la argamasa de los vínculos de la sangre, afectos y lealtades fuertes y —lo que aún resulta más peligroso para los propósitos de la nueva tiranía—transmisión de convicciones que se escapan a la fiscalización del poder, es hostigada, escarnecida, presentada como un reducto de arcaico autoritarismo. Todo lo que contribuya a desnaturalizarla y hacer más quebradizos los vínculos que en su seno se entablan, todo lo que contribuya a su destrucción será aplaudido y auspiciado por la nueva tiranía, en su afán por crear 'hombres nuevos' sin sentido de pertenencia, náufragos en un mundo sin cimientos ni asideros. Pero la nueva tiranía aún dispone de otro instrumento muy eficaz para engullirnos en su trituradora. Lo llamaremos 'fisiologización' del hombre.
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