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Capítulo 35

Prosigue en la misma materia de la fundación de esta casa de nuestro glorioso Padre San José. Dice por los términos que ordenó el Señor viniese a guardarse en ella la santa pobreza, y la causa por qué se vino de con aquella señora que estaba [1], y otras algunas cosas que le sucedieron.

1. Pues estando con esta señora que he dicho [2], adonde estuve más de medio año, ordenó el Señor que tuviese noticia de mí una beata de nuestra Orden, de más de setenta leguas de aquí de este lugar [3], y acertó a venir por acá y rodeó algunas por hablarme. Habíala el Señor movido el mismo año y mes que a mí para hacer otro monasterio de esta Orden; y como le puso este deseo, vendió todo lo que tenía y fuese a Roma a traer despacho para ello, a pie y descalza.

2. Es mujer de mucha penitencia y oración, y hacíala el Señor muchas mercedes, y aparecídola nuestra Señora y mandádola lo hiciese. Hacíame tantas ventajas en servir al Señor, que yo había vergüenza de estar delante de ella. Mostróme los despachos que traía de Roma y, en quince días que estuvo conmigo, dimos orden en cómo habíamos de hacer estos monasterios [4]. Y hasta que yo la hablé, no había venido a mi noticia que nuestra Regla -antes que se relajase- mandaba no se tuviese propio [5], ni yo estaba en fundarle sin renta, que iba mi intento a que no tuviésemos cuidado de lo que habíamos menester, y no miraba a los muchos cuidados que trae consigo tener propio.

Esta bendita mujer, como la enseñaba el Señor, tenía bien entendido, con no saber leer, lo que yo con tanto haber andado a leer las Constituciones, ignoraba. Y como me lo dijo, perecióme bien, aunque temí que no me lo habían de consentir, sino decir que hacía desatinos y que no hiciese cosa que padeciesen otras por mí, que, a ser yo sola, poco ni mucho me detuviera, antes me era gran regalo pensar de guardar los consejos de Cristo Señor nuestro, porque grandes deseos de pobreza ya me los había dado Su Majestad [6].

Así que para mí no dudaba ser lo mejor; porque días había que deseaba fuera posible a mi estado andar pidiendo por amor de Dios y no tener casa ni otra cosa. Mas temía que, si a las demás no daba el Señor estos deseos, vivirían descontentas, y también no fuese causa de alguna distracción, porque veía algunos monasterios pobres no muy recogidos, y no miraba que el no serlo era causa de ser pobres, y no la pobreza de la distracción; [7] porque ésta no hace más ricas, ni falta Dios jamás a quien le sirve. En fin tenía flaca la fe, lo que no hacía a esta sierva de Dios.

3. Como yo en todo tomaba tantos pareceres, casi a nadie hallaba de este parecer: ni confesor [8], ni los letrados que trataba. Traíanme tantas razones, que no sabía qué hacer, porque, como ya yo sabía era Regla y veía ser más perfección, no podía persuadirme a tener renta. Y ya que algunas veces me tenían convencida, en tornando a la oración y mirando a Cristo en la cruz tan pobre y desnudo, no podía poner a paciencia ser rica. Suplicábale con lágrimas lo ordenase de manera que yo me viese pobre como El.

4. Hallaba tantos inconvenientes para tener renta y veía ser tanta causa de inquietud y aun distracción, que no hacía sino disputar con los letrados. Escribílo al religioso dominico que nos ayudaba [9]. Envióme escritos dos pliegos de contradicción y teología para que no lo hiciese, y así me lo decía, que lo había estudiado mucho. Yo le respondí que para no seguir mi llamamiento y el voto que tenía hecho de pobreza y los consejos de Cristo con toda perfección, que no quería aprovecharme de teología, ni con sus letras en este caso me hiciese merced.

Si hallaba alguna persona que me ayudase, alegrábame mucho. Aquella señora con quien estaba [10], para esto me ayudaba mucho. Algunos luego al principio decíanme que les parecía bien; después, como más lo miraban, hallaban tantos inconvenientes, que tornaban a poner mucho en que no lo hiciese. Decíales yo que, si ellos tan presto mudaban parecer, que yo al primero me quería llegar.

5. En este tiempo, por ruegos míos, porque esta señora no había visto al santo Fray Pedro de Alcántara, fue el Señor servido viniese a su casa, y como el que era bien amador de la pobreza y tantos años la había tenido, sabía bien la riqueza que en ella estaba , y así me ayudó mucho y mandó que en ninguna manera dejase de llevarlo muy adelante. Ya con este parecer y favor, como quien mejor le podía dar por tenerlo sabido por larga experiencia, yo determiné no andar buscando otros [11].

6. Estando un día mucho encomendándolo a Dios, me dijo el Señor que en ninguna manera dejase de hacerle pobre [12], que ésta era la voluntad de su Padre y suya, que El me ayudaría. Fue con tan grandes efectos, en un gran arrobamiento, que en ninguna manera pude tener duda de que era Dios.

Otra vez me dijo que en la renta estaba la confusión, y otras cosas en loor de la pobreza, y asegurándome que a quien le servía no le faltaba lo necesario para vivir; y esta falta, como digo, nunca yo la temí por mí.

También volvió el Señor el corazón del Presentado [13], digo del religioso dominico, de quien he dicho me escribió no lo hiciese sin renta. Ya yo estaba muy contenta con haber entendido esto y tener tales pareceres; no me parecía sino que poseía toda la riqueza del mundo, en determinándome a vivir de por amor de Dios.

7. En este tiempo, mi Provincial [14] me alzó el mandamiento y obediencia que me había puesto para estar allí, y dejó en mi voluntad que si me quisiese ir que pudiese, y si estar, también, por cierto tiempo; y en éste había de haber elección en mi monasterio [15], y avisáronme que muchas querían darme aquel cuidado de prelada, que para mí sólo pensarlo era tan gran tormento que a cualquier martirio me determinaba a pasar por Dios con facilidad, a éste en ningún arte me podía persuadir. Porque dejado el trabajo grande, por ser muy muchas [16] y otras causas de que yo nunca fui amiga, ni de ningún oficio, antes siempre los había rehusado, parecíame gran peligro para la conciencia, y así alabé a Dios de no me hallar allá. Escribí a mis amigas para que no me diesen voto.

8. Estando muy contenta de no me hallar en aquel ruido, díjome el Señor que en ninguna manera deje de ir, que pues deseo cruz, que buena se me apareja, que no la deseche, que vaya con ánimo, que El me ayudará, y que me fuese luego. Yo me fatigué mucho y no hacía sino llorar, porque pensé que era la cruz ser prelada y, como digo, no podía persuadirme a que estaba bien a mi alma en ninguna manera, ni yo hallaba términos para ello.

Contélo a mi confesor [17]. Mandóme que luego procurase ir, que claro estaba era más perfección y que, porque hacía gran calor, que bastaba hallarme allá a la elección, y que me estuviese unos días, porque no me hiciese mal el camino; [18] mas el Señor, que tenía ordenado otra cosa, húbose de hacer; porque era tan grande el desasosiego que traía en mí y el no poder tener oración y parecerme faltaba de lo que el Señor me había mandado, y que, como estaba allí a mi placer y con regalo, no quería irme a ofrecer al trabajo; que todo era palabras con Dios; que, por qué pudiendo estar adonde era más perfección, había de dejarlo; que si me muriese, muriese..., y con esto un apretamiento de alma, un quitarme el Señor todo el gusto en la oración..., en fin, yo estaba tal, que ya me era tormento tan grande, que supliqué a aquella señora tuviese por bien dejarme venir, porque ya mi confesor -como me vio así- me dijo que me fuese, que también le movía Dios como a mí.

9. Ella sentía tanto que la dejase, que era otro tormento; que le había costado mucho acabarlo con el Provincial por muchas maneras de importunaciones. Tuve por grandísima cosa querer venir en ello [19], según lo que sentía; sino, como era muy temerosa de Dios y como le dije que se le podía hacer gran servicio y otras hartas cosas, y dila esperanza que era posible tornarla a ver, y así, con harta pena, lo tuvo por bien.

10. Ya yo no la tenía de venirme, porque entendiendo yo era más perfección una cosa y servicio de Dios, con el contento que me da contentarle, pasé la pena de dejar a aquella señora que tanto la veía sentir, y a otras personas a quien debía mucho, en especial a mi confesor, que era de la Compañía de Jesús, y hallábame muy bien con él [20]. Mas mientras más veía que perdía de consuelo por el Señor, más contento me daba perderle. No podía entender cómo era esto, porque veía claro estos dos contrarios: holgarme y consolarme y alegrarme de lo que me pesaba en el alma. Porque yo estaba consolada y sosegada y tenía lugar para tener muchas horas de oración; veía que venía a meterme en un fuego, que ya el Señor me lo había dicho [21] que venía a pasar gran cruz, aunque nunca yo pensé lo fuera tanto como después vi. Y con todo, venía yo alegre, y estaba deshecha de que no me ponía luego en la batalla, pues el Señor quería la tuviese; y así enviaba Su Majestad el esfuerzo y le ponía en mi flaqueza.

11. No podía, como digo, entender cómo podía ser esto. Pensé esta comparación: si poseyendo yo una joya o cosa que me da gran contento, ofréceseme [22] saber que la quiere una persona que yo quiero más que a mí y deseo más contentarla que mi mismo descanso, dame gran contento quedarme sin el que me daba lo que poseía, por contentar a aquella persona; y como este contento de contentarla excede a mi mismo contento, quítase la pena de la falta que me hace la joya o lo que amo, y de perder el contento que daba. De manera que, aunque quería tenerla de ver que dejaba personas que tanto sentían apartarse de mí, con ser yo de mi condición tan agradecida que bastara en otro tiempo a fatigarme mucho, y ahora, aunque quisiera tener pena, no podía.

12. Importó tanto el no me tardar un día más para lo que tocaba al negocio de esta bendita casa [23], que yo no sé cómo pudiera concluirse si entonces me detuviera. ¡Oh grandeza de Dios!, muchas veces me espanta cuando lo considero y veo cuán particularmente quería Su Majestad ayudarme para que se efectuase este rinconcito de Dios, que yo creo lo es, y morada en que Su Majestad se deleita, como una vez estando en oración me dijo, que era esta casa paraíso de su deleite. Y así parece ha Su Majestad escogido las almas que ha traído a él, en cuya compañía yo vivo con harta harta confusión; porque yo no supiera desearlas tales para este propósito de tanta estrechura y pobreza y oración; [24] y llévanlo con una alegría y contento, que cada una se halla indigna de haber merecido venir a tal lugar; en especial algunas, que las llamó el Señor de mucha vanidad y gala del mundo, adonde pudieran estar contentas conforme a sus leyes, y hales dado el Señor tan doblados los contentos aquí, que claramente conocen haberles el Señor dado ciento por uno que dejaron [25], y no se hartan de dar gracias a Su Majestad. A otras ha mudado de bien en mejor. A las de poca edad da fortaleza y conocimiento para que no puedan desear otra cosa, y que entiendan que es vivir en mayor descanso, aun para lo de acá, estar apartadas de todas las cosas de la vida. A las que son de más edad y con poca salud, da fuerzas y se las ha dado para poder llevar la aspereza y penitencia que todas.

13. ¡Oh Señor mío, cómo se os parece que sois poderoso! [26] No es menester buscar razones para lo que Vos queréis, porque sobre toda razón natural hacéis las cosas tan posibles que dais a entender bien que no es menester más de amaros de veras y dejarlo de veras todo por Vos, para que Vos, Señor mío, lo hagáis todo fácil. Bien viene aquí decir que fingís trabajo en vuestra ley; [27] porque yo no le veo, Señor, ni sé cómo es estrecho el camino que lleva a Vos. Camino real veo que es, que no senda. Camino que, quien de verdad se pone en él, va más seguro. Muy lejos están los puertos y rocas para caer, porque lo están de las ocasiones. Senda llamo yo, y ruin senda y angosto camino, el que de una parte está un valle muy hondo adonde caer y de la otra un despeñadero: no se han descuidado, cuando se despeñan y se hacen pedazos.

14. El que os ama de verdad, Bien mío, seguro va por ancho camino y real. Lejos está el despeñadero. No ha tropezado tantico [28], cuando le dais Vos, Señor, la mano. No basta una caída ni muchas, si os tiene amor y no a las cosas del mundo, para perderse. Va por el valle de la humildad. No puedo entender qué es lo que temen de ponerse en el camino de la perfección.

El Señor, por quien es, nos dé a entender cuán mala es la seguridad en tan manifiestos peligros como hay en andar con el hilo de la gente [29], y cómo está la verdadera seguridad en procurar ir muy adelante en el camino de Dios. Los ojos en El, y no hayan miedo se ponga este Sol de Justicia [30], ni nos deje caminar de noche para que nos perdamos, si primero no le dejamos a El.

15. No temen andar entre leones, que cada uno parece que quiere llevar un pedazo, que son las honras y deleites y contentos semejantes que llama el mundo; [31] y acá parece hace el demonio temer de musarañas. Mil veces me espanto y diez mil querría hartarme de llorar y dar voces a todos para decir la gran ceguedad y maldad mía, porque si aprovechase algo para que ellos abriesen los ojos, ábraselos el que puede [32], por su bondad, y no permita se me tornen a cegar a mí, amén.

Notas

[1] Es decir, «se vino de aquella señora con quien estaba». Estuvo en casa de Doña Luisa de la Cerda desde primeros de enero hasta fines de junio o principios de julio de 1562. Cf. c. 34, 1-2.

[2] En el c. 34.

[3] Una beata de nuestra Orden: nótese el anonimato. «Beata» se decía de quienes sin ser monjas, llevaban el hábito de la Orden y vivían ciertas consignas de la Regla. Esta «beata» se llamaba María de Jesús, nacida en Granada en 1522. Al enviudar, muy joven todavía, entró carmelita en el monasterio de su ciudad natal. Pero sintiéndose llamada a fundar un Carmelo reformado, antes de profesar salió del convento y a pie descalzo fue a Roma, donde consiguió el deseado Breve que le concedía facultades para fundar un convento en Granada. De hecho, no logró realizarlo. En cambio, pudo realizarlo al año siguiente (1563) en Alcalá de Henares con el título de «La Imagen», encauzando la vida reformada hacia un rigorismo extremoso, que fue mitigado por la propia Santa Teresa, al pasar por el monasterio de La Imagen camino de Malagón (1568).

[4] Los despachos que traía de Roma: Traía un Breve, emitido -como el otorgado a la Santa- por la Sagrada Penitenciaría. Se conserva actualmente, aunque mutilado, en el Carmelo de La Imagen. - Dimos orden cómo... hacer: de hecho, el Carmelo de La Imagen pasaría más adelante a regirse por las Constituciones de la Santa.

[5] Nuestra Regla: la Regla de la Orden del Carmen, en su redacción original, había sido dada por San Alberto, patriarca de Jerusalén a los ermitaños latinos del Carmelo hacia 1210. - Antes que se relajase: más que a la mitigación de la Regla por Inocencio IV (1247), alude a las bulas de relajación del Papa Eugenio IV (1432) y sus sucesores. - Mandaba que no se tuviese propio: «propio» equivale a no tener bienes en propiedad, que era una forma de pobreza absoluta. En el léxico de la Santa: «sin renta». La Regla, en su tenor primitivo, prescribía: «Ninguno de los hermanos tenga cosa propia, sino que todo sea común, y de las cosas que el Señor os diere, el prior las distribuya a cada uno...». - La prescripción de pobreza absoluta quedaba zanjada para los carmelitas por la bula de Gregorio IX «Ex officii» del 6.4.1229.

[6] Por esas mismas fechas (entre 1560 y 1562) había testificado de sí misma: «Deseo de pobreza...: paréceme que aunque tuviese muchos tesoros no tendría renta particular ni dineros para mí sola...» (R. 1, 9). «En lo de pobreza... aun lo necesario no querría tener... Paréceme tengo mucha más piedad de los pobres...; si mirase a mi voluntad, les daría lo que traigo vestido» (R. 2, 3-4).

[7] Son conceptos que le ha inculcado fray Pedro de Alcántara en su carta del 14 de abril de 1562.

[8] Miconfesor: Baltasar Alvarez.

[9] El P. Pedro Ibáñez, que vivía en la soledad de Trianos (cf. c. 32, 16-17).

[10] Doña Luisa de la Cerda.

[11] Aparte los consejos orales, san Pedro de Alcántara le escribió la famosa «carta de la pobreza» (14.4.1562), en pro de la radical pobreza evangélica, y en contraste con las teorías de los letrados (BMC, t. II, pp. 125-126).

[12] Hacerle pobre: fundar el monasterio en pobreza.

[13] Presentado: título académico del P. Pedro Ibáñez: cf. n. 4.

[14] Provincial: Angel de Salazar.

[15] Mimonasterio: la Encarnación de Ávila.

[16] Por ser muy muchas monjas en la Encarnación: eran «más de 150 el número», escribirá en Fund. c. 2, 1. En realidad, más de 180 monjas profesas.

[17] Miconfesor: P. Pedro Doménech, jesuita.

[18] Sobra algún «que». La serie de «ques» y «porques» refleja el estado emocional provocado por el recuerdo de aquellos días.

[19] Venir en ello: avenirse a ello.

[20] «El Padre Domeneque», escribe Gracián en su ejemplar. Cf. el n. 8 nota 17.

[21] Cf. el n. 8.

[22] En el autógrafo: escribió «ofréceme», corregido entre líneas «ofréceseme». Fray Luis: «se me ofreciese saber...» (p. 447).

[23] Esta bendita casa: el carmelo de San José, en el que está escribiendo. «Rinconcito de Dios», «morada» en que El se deleita, dirá luego.

[24] «Estrechura, pobreza y oración», condensado del ideal que ella propone a la nueva casa. «Grandísimo encerramiento..., fundadas en oración y en mortificación», escribía por esas fechas (23.12.1561) a su hermano Lorenzo en Quito.

[25] Recuerdo evangélico de Mt 19, 29.

[26] Cómo se os parece...: cuán claro es que... (cf. c. 32, 5 nota 11).

[27] Alude sucesivamente a tres pasajes bíblicos: Mc 10, 28 («lo hemos dejado todo por seguirte»); Salmo 93, 20 («... finges trabajo en la ley»); y Mt 7, 14 («cuán angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la vida»).

[28] Tantico: un poquito; es decir, apenas ha tropezado... Como «tantito» (cf. 31, 23 nota 46; o 15, 7: «tantico»: 25, 13).

[29] Andar con el hilo de la gente: seguir rutinariamente el modo común de obrar. Cf. 30, 18.

[30] Sol de justicia: imagen bíblica (Mal. 4, 2) para designar a Dios. (Cf. c. 20, 19).

[31] «Honras y deleites y contentos...»: cf. c. 20, 26-28.

[32] Recuerdo latente de los pasajes evangélicos: «si quieres, puedes curarme» (Lc 5, 12), o «abre los ojos del ciego de nacimiento» (Jn 11, 37).

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