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Meditar la pasión

En estos tiempos de Cuaresma puede ocurrir que el tiempo que se supone penitencial sea idéntico al resto de los días del año. La Cuaresma no es sólo un nombre bonito ni se lleva todo el protagonismo el color violáceo de esta época. El cristiano común y corriente debe ser el personaje principal, el que decide acompañar a Cristo en su camino al Calvario, aunque haya ocasiones en las que preferimos entretenernos con las distracciones del camino, con el riesgo de perder las pisadas del Señor.

Meditar la pasión implica entender que sólo hay un camino posible para la felicidad: el dolor. Pero claro, esta tesis encuentra poco asidero en las redes globales de nuestro planeta, es rechazada por opinólogos de ocasión e incluso gente instruida que vive convencida de que el sacrificio y la entrega es para unos pocos. Nos hacemos los distraídos cuando podemos ayudar a llevar la cruz de Jesús y con ella, la de todos nuestros semejantes, independientemente de su credo o religión. Tienen cruz igual.

Todo ese recorrido hacia el Calvario, retratado magníficamente por Mel Gibson en su película «La Pasión», fue caminado por Cristo pensando en cada uno de nosotros, aún y sobre todo por aquellos que insisten en rechazarlo y colocan en el pedestal de sus alabanzas al dios dinero, al dios prestigio, al dios reputación profesional.

El dolor no tiene buena prensa. Por eso, paradójicamente, la gente sufre tanto, porque no encuentra motivos trascendentes para sufrir. Se le dice todo lo contrario: hay que evitar el dolor, hay que parar de sufrir y tirar por la ventana la herramienta que les permite entrar al cielo. ¿Absurdo no?

Los nuevos tiempos también trajeron novedades respecto a la preparación de la Semana Santa. Hay algunos cristianos, tal vez muchos, que les interesa más el bronceado de su piel en unas fastuosas vacaciones que enjugar el rostro sangrante de quien permite que tomen su descanso. Otros, estarán pensando aprovechar ese tiempo para comer como cerdos y engordar su ignorancia, en detrimento de una meditada y recogida oración.

Dejémoslo claro: Semana Santa no es sinónimo de vacaciones, es sinónimo de Semana Santa, con todo lo que ello implica. En lugar de pensar en uno mismo, como ocurre casi todos los 365 días del año, al menos seamos capaces de dedicar una ínfima parte del tiempo que no nos pertenece a acompañar a Cristo como merece. Con oración, mortificación y recogimiento interior. Y atención: el huevito de Pascua no nos libera de la mortificación posterior al Domingo de Resurrección. No es un pase libre al hedonismo. Debería ser la perfecta excusa para recomenzar nuestra conversión personal.

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