Torturas políticamente correctas
—Se os acusa de practicar la autotortura física...
—No me digas...
Uno ya no se asombra de nada. Ni siquiera de que te acusen de extravagancias ni de que te lancen a la cara palabras-tabú, como «tortura».
—que se nos acusa... ¿de qué?
—Ya sabes. La llaman «mortificación corporal».
—Ya, ¿y en qué consiste el delito?
—Bueno.... está claro. Uno no puede obligar a nadie a torturarse. Eso es de sectas.
—Ya. O sea que además obligamos. Sí, realmente es grave...
Sirva este inicio de diálogo, surrealista pero real, para introducir unas melancólicas consideraciones, ahora que termina la Cuaresma y entramos en la Semana de Pasión.
Lo reconozco: torturar está feo: seguro que es anticonstitucional. Y si encima es «auto», mucho peor. Pero lo que resulta definitivamente irritante es que quienes se sacrifican, aleguen motivos religiosos para tan tenebrosas prácticas.
Con lo fácil que sería sufrir lo mismo o incluso más, pero sin dar la nota. Bastaría con que los «autotorturados» se aplicaran alguno de los suplicios físicos y psíquicos admitidos, recomendados y aplaudidos por la moral dominante. Y es que hay torturas hedonistas, estéticas, políticas, deportivas y económicas la mar de correctas y urbanas, como las que paso a enumerar a continuación sin ánimo de ser exhaustivo.
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Mortificaciones por razones de imagen:
- la depilación a la cera;
- la liposucción;
- las perforaciones umbilicales, auriculares, labiales, nasales y linguales, o sea, el piercing.
- La automutilación de las partes adiposas del organismo y otras prácticas quirúrgicas salvajes: forjarse unos morritos-guardabarro a la silicona como los que lucen varias famosas requiere un espíritu de sacrificio cercano al heroísmo.
- Los tatuajes.
- La dietas de la alcachofa y de la sopa de apio.
- El footing mañanero con chándal de penitente.
- Los tacones de aguja.
- El ombligo y los riñones congelados.
- Y, por supuesto, el corsé, ya en desuso, que fue el cilicio de nuestras abuelas.
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Mortificaciones políticas.
- La laringitis electoral, que nuestros amados líderes padecen después de cada campaña.
- Los insufribles viajes en autobús por el suelo patrio. El tormento se acentúa por el hecho de que muchos líderes no han tomado jamás un autobús.
- La llamada «sonrisa fósil» o rictus metálico: supongo que algunos se operan para aguantar la tirantez muscular del rostro sin desfallecimientos.
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Mortificaciones hedonistas:
- El zurriagazo masoca y otras prácticas sexuales dolorosas. Antes se llamaban «perversiones» porque lo son; pero si a uno le gustan, se ofertan a buen precio en los periódicos más progres.
- Los atascos vacacionales de ida;
- los de vuelta.
- El tueste al sol con crema bronceadora a la zanahoria.
- El menú creativo de la cuñada.
- Las hormigas fritas.
- La nouvelle cousine.
- La cuenta.
- Renuncio a enumerar por falta de espacio las mortificaciones olímpicas o deportivas, que están en la mente de todos. Y no digamos nada de las torturas económicas. Por un puñado de dólares, Clint Eastwood se hinchó a matar forajidos en el Oeste para cobrar la recompensa. Por un puñado de euros, nos sacrificamos hasta dejar chiquito al bueno de San Simón el Estilita, supuesto inventor del cilicio.
—Entonces, ¿por qué se escandalizan tanto de las mortificaciones corporales?
—Elemental, mi querido Kloster. No se escandalizan del dolor sino de los motivos. Por ganar una pasta estarían dispuestos a dejarse apalear hasta perder el sentido, pero por amor de Dios les parece excesivo mover un dedo.
Cuentan que en cierta ocasión, alguien dijo a la Madre Teresa de Calcuta: «lo que ustedes hacen, yo no lo haría ni por un millón de dólares». La monja sonrió antes de responder:
—Nosotras tampoco, hijo mío.
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