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Críticas a Benedicto XVI

Recientemente, el Papa Benedicto XVI se ha pronunciado acerca de una serie de temas que han despertado más de una polémica. Ha reafirmado la obligatoriedad del celibato sacerdotal, ya que, según las propias palabras del Pontífice «el celibato sacerdotal vivido con madurez, gozo y entrega es una bendición inmensa para la Iglesia y la sociedad misma». Otro tema fue la propuesta de volver a utilizar el latín durante la celebración de la Santa Misa, pero sólo en algunas oraciones extraordinarias, como encuentros internacionales, cada vez más frecuentes en nuestros días. Y un tercer elemento de discordia fue la sanción al sacerdote español Jon Sobrino, uno de los máximos exponentes de la llamada Teología de la Liberación.

Respecto al tema del celibato, es un tema discutido una y otra vez, sin muchos fundamentos por parte de sus detractores. El sacerdocio es una vocación, como también la es el casamiento o cualquier camino que lleve a la santidad. Cada una de esas vocaciones implica sacrificios y entregas generosas. No se trata muchas veces de seguir el propio deseo, sino de mortificar los propios puntos de vista con el propósito de lograr frutos más duraderos. Hay millares de clérigos que viven con gozo y enrome alegría su entrega. Son pocos, en cambio, los que buscan la quinta pata al gato. Esa minoría es la que insiste una y otra vez para desterrar el camino célibe. Sin embargo, son los más escuchados por los medios de comunicación. Hay que estar atento a este factor. No hay que dejarse engañar.

Un segundo tema que ha rasgado las vestiduras de unos cuantos ha sido la vuelta del latín a la Santa Misa. Hace un tiempo, aunque el latín nunca fue «quitado» de esta celebración litúrgica, la Iglesia permitió utilizar la lengua propia, la de cada país o región para la celebración, aunque siempre se supo que el latín fue y es la lengua madre de la Iglesia, la que permite una increíble comunión más allá de las diferencias raciales y culturales de las personas que la componen. Muchos periodistas, en Argentina y en todo el mundo, han insistido una y otra vez que la sugerencia papal es un severo retraso, una vuelta a tiempos sin cultura y un abuso de autoridad. Es notable, pero de pronto, nace una increíble preocupación por el rito litúrgico, el mismo que no es escuchado ni un solo domingo por miles de personas que se dicen católicas y no se han dado una vueltilla por la Iglesia de su barrio en décadas, incluyendo a manadas de periodistas «cultos e instruídos». Recordemos, que pese a que hay millones de individuos declarados católicos, sólo un ínfimo porcentaje realmente va a Misa los domingos. No creemos que sea ese mínimo porcentaje el que se queje de las nuevas disposiciones papales. Entonces, ¿cuál es el problema? No se entiende realmente. Ganas de polemizar y desprestigiar, nada más.

También se ha acusado al Papa de volver a tiempos inquisitoriales al sancionar a uno de los «capos» de la Teología de la Liberación, al sacerdote Jon Sobrino, que además ha aprovechado a los medios de comunicación para dar a conocer que no se retracta de nada de lo que dijo y estudió. La cuestión es simple: en la Iglesia de Jesucristo, que es una e indivisa, no hay lugar para visiones particulares ni interpretaciones con ribetes estelares. Hay que atenerse al Magisterio de la Iglesia y a lo que dice el Papa. A quien no le guste, que se vaya.

Gracias a Dios hay gente que custodia con fidelidad las enseñanzas de la Iglesia, como Benedicto XVI. Y miles más que luchan por ser fieles cada día a sus enseñanzas. Abundan quienes la atacan, quienes la difaman. Es que la coherencia molesta, sobre todo por ser poco frecuente y ser un bien muy preciado que solo unos pocos son capaces de obtener. Allí y solo allí esta la felicidad y el verdadero sentido de la vida.

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