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Primero la vida

Se cuestiona y critica mucho a la Iglesia Católica y a otras iglesias por mantenerse firmes en su defensa de la vida humana con una posición indeclinable. Los últimos avances de la ciencia médica han contribuido más aún a confirmar su alineamiento. Pero la Iglesia no se pronuncia sobre los procedimientos médicos que irrespetan este derecho sino después de un análisis prolijo, asesorándose con un equipo altamente calificado de científicos antes de hacer sus declaraciones.

Aun en medio del caos que estamos viviendo en nuestro país, donde parece que hemos extraviado el rumbo, es un tema digno de reflexión porque allí está el punto que ha hecho flaquear todo el edificio de los demás valores, hoy en plena decadencia, ya que su base se está tambaleando: el respeto a la vida misma.

Recientemente en Portugal se aprobó una ley que permite el aborto como existe en otros países que se consideran del «primer mundo». Es, más que paradójico, absurdo desear y luchar por un mundo de paz y de justicia cuando no valoramos las vidas más dependientes e indefensas del mundo: los niños por nacer, aquellos a quienes no vemos pero que están ahí como un proyecto nuevo de vida inédito, único con un origen y destino eterno que nadie tiene derecho a interrumpir, aun en circunstancias especiales.

¡Cuánto nos impresionamos con la violencia productos de las guerras, del terrorismo, de la delincuencia porque toman decisiones sobre seres humanos para aplastarlos como si fueran hormigas! ¡Cuántas instituciones existen en el mundo para la defensa de los animales porque se compadecen por la forma brutal como se maltrata o los elimina en algunos países! ¡Cuánto se aplaude a las organizaciones que luchan para que se respeten los derechos de los niños, jóvenes, adultos y ancianos! Sin embargo, ante los reclamos por el derecho a la vida de los nonatos se han esgrimido argumentos o más bien falacias que pretenden justificar las leyes que regulan sus asesinatos.

Ya lo dijo Madre Teresa en su discurso en la ONU: «¿Cómo pueden dejar de haber guerras, si no respetamos la vida de seres indefensos en el vientre de sus propias madres?». Y tenía razón; ¿cómo van a respetarse los otros derechos, si inventamos excusas y pretextos para convencernos de que tenemos la potestad de matarlos?

Parte del problema quizás radica en la globalización actual del pensamiento superficial o light. Se ha disminuido la capacidad de reflexión para afianzar los valores que dan sentido a la existencia y se vive al vaivén de las corrientes que tienden a un relativismo y hedonismo en lo ético: es bueno lo que me conviene, lo que me ahorra problemas o «lo que todo el mundo hace». Atribuyen a Gandhi el pensamiento: «Un error no se convierte en verdad por el hecho de que todo el mundo crea en él».

¿Habremos perdido el significado del inexplicable privilegio que significa vivir? La vida nos abre a posibilidades infinitas de ser personas, de crear, amar, sentir, pensar, disfrutar y también esforzarnos y sufrir. La vida es el mejor regalo que un día recibimos y es un don tan gratuito que no lo apreciamos.

Los seres humanos tenemos la capacidad de regalar vida y, lamentablemente, abusamos de esa capacidad, nos creemos dueños de aquellos que engendramos, con derecho a eliminarlos. Cerramos a esas criaturas la posibilidad de ser personas, igual que se cierra a la ciencia la posibilidad de descubrir soluciones con aquellas leyes que facilitan la eliminación «voluntaria» de ancianos o de quienes padecen males incurables o que soportan mucho sufrimiento apelando al derecho a «morir» como si la muerte no estuviera ligada íntimamente con la vida que de ninguna manera nos pertenece porque es un regalo gratuito de Dios.

Del 21 al 25 de marzo tendrá lugar en la ciudad (NdE: Quito) un importantísimo congreso sobre la familia y la vida humana con la participación de más de tres mil personas entre nacionales e internacionales expertos en el tema. Es una esperanza para orientar a los hogares y a los jóvenes sobre estos valores incuestionables.