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Educación y Fallas
He podido asistir a un coloquio con el diputado británico y ex ministro de Educación del Reino Unido David Blunkett, organizado por el periódico Magisterio en el Hotel Astoria. Un punto de vista externo a nuestra situación educativa siempre es interesante para el debate, porque en esta península tendemos al encaje: a encajar una etiqueta al otro y a encajarnos unos tapones en los oídos. Lástima de tantas oportunidades perdidas. Pero bueno, lo cierto es que Blunkett fue escuchado con atención, y, como dijo José María de Moya, director de Magisterio , verdaderamente lo que dijo hizo pensar.
De lo que aportó este ex ministro laborista, autor de una sólida reforma educativa que consiguió una mejora sorprendente en el nivel de conocimientos básicos de matemáticas y lengua, y una sensata proporción de número de alumnos/aula, me quedo principalmente con dos ideas que se esforzó en subrayar: la necesidad de una corriente constante de ilusión en el sistema educativo, y la referencia al papel de la comunidad. Y me quedo con ellas porque aquí tendemos a darles un significado abstracto y maximalista, mientras los ingleses no se apartan del empirismo desde Bacon. Y alguna dosis no nos vendría mal, sobre todo cuando la ilusión la entendemos habitualmente como utopía pedagógico-social que algún día se realizará -mientras la moral de nuestros docentes está más que desilusionada-, y la comunidad siempre es autónoma , europea ..., es decir, teñida de alguna idea generalista sin ningún equilibrio con lo cercano, lo humanamente vinculante, o tradición alguna.
Ilusión y comunidad es justamente lo que se va a revelar dentro de unos días en nuestras fiestas falleras. No acabo de encontrar una fiesta que implique de un modo tan participativo y amplio a la ciudadanía, ni en España ni fuera de ella -y está claro que también se generan inconvenientes vecinales que se deben tener especialmente en cuenta-. Las Fallas son, posiblemente, uno de los activos democráticos más importantes que tenemos en esta comunidad: una sorprendente red de comunidades vecinales viva, asentada sobre valores humanos más que envidiables, si uno compara con lo que se exhibe e impulsa en muchos foros. Tampoco se me escapa que, como cualquier comunidad humana, tenga sus errores, peligros y abusos: las tensiones originadas por cuestiones propias de la sociedad del espectáculo y el poder del dinero habría que resolverlas desde los mismos presupuestos intangibles que están en la base de la fiesta. Asimilarse a estas dinámicas acríticamente es talar la rama sobre la que se está asentado.
Por eso, cuando vuelvo a toparme con esa idea de una educación para la ciudadanía que viene desde las alturas, transida de ideología política, y veo como viene cundiendo desde hace tiempo el escepticismo en los mecanismos democráticos, me reafirmo en mi veneración por las Fallas —por cierto, en Gran Bretaña, han conseguido un consenso social sobre una educación de la ciudadanía que no sólo no incomoda a nadie, sino que cuenta con el apoyo real de las instituciones civiles; y de tradición democrática saben algo más que nosotros—. Que haya realidades personales y comunitarias con un gran potencial humanizador y comunicativo, que escapan a la cuadrícula de una planificación educativa total, a una uniformización de lo que debemos pensar o ser, ¿no constituye un valor altamente democrático, ciudadano, educativo? ¿Fallas? Yes, please.
Del director
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