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Recuperar la Semana Santa

San Pío de Pietrelcina, canonizado en 2002 por Juan Pablo II, dijo respecto a la Cruz del Señor: «La Cruz nunca aplasta. Si su peso te hace tambalear su potencia te endereza. Subamos al Calvario llevando nuestra cruz, con la convicción de que este camino abrupto nos conduce a la visión de nuestro dulcísimo Salvador.» Vale recordar que el Padre Pío padeció muchísimo durante toda su vida, pero estuvo siempre decidido a aceptar con alegría que el Señor permitiera compartir con él su inmenso dolor.

Dentro de escasos días llegaremos a una nueva Semana Santa. Y lo más natural sería preguntarse cuál es nuestra disposición habitual frente a la cruz. Sólo hay dos opciones: escaparle o llevarla por amor. Aunque la primera opción parece más reconfortante y más fácil, a la larga, el rechazo al peso del madero termina convirtiendo a la vida en una serie de evasivas sin fin, pues al huir de una dificultad, encontramos dos más en los próximos pasos que damos. La sabiduría no reside en «hacerse el distraído», sino en aceptar lo inoportuno y lo costoso como una caricia de amor. Y estar alegres a pesar de no entender el sentido de todo ese dolor.

Recuperar la Semana Santa es centrarse en el camino del Calvario, prólogo de la Salvación humana. Es vivir y caminar junto al Señor como un personaje más. Estos días, especialmente, no pueden pasar desapercibidos si queremos una verdadera conversión respecto a la actitud frente a la Cruz. No hay mejor momento para pedirle al Señor que nos enseñe a llevar el peso de las dificultades, de las miserias personales y de las faltas que de continuo cometemos, pero no para creernos «unos genios» sino para aliviar la carga del Señor, que sigue sufriendo... No vayamos a pensar que la Pasión es un cuento con final feliz, una anécdota bonita. El Señor sufre hoy por todos nosotros.

Una buena manera de vivir este tiempo concentrados en la oración ,es asistir, en la medida de lo posible, a los Oficios de la Semana Santa que la Iglesia prepara con tanto esmero. Participar. No llegar tarde para esquivar petitorios de colaboración. No aprovechar esos días para hacer todo lo que no se pudo hacer antes. No son vacaciones y tampoco son jornadas de intenso trabajo, para recuperar el tiempo perdido. Son días de oración y recogimiento.

Y un buen termómetro de ese ambiente de oración es pensar cómo vamos a vivir en concreto el viernes santo. Es un día especial, pues revivimos el terrible padecimiento de Jesús por culpa nuestra. Si, la nuestra. No la de los políticos corruptos, no la del vecino lujurioso, ni el médico que ejerce sin licencia ni el mal padre de familia. La nuestra. Evitar los exámenes de conciencia generales, que reparten dosis de culpa y evitan el examen personal más minucioso. Y si queremos examinar como va nuestra vida, nuestra entrega generosa, necesitamos un buen clima para hacerlo. Sería bueno evitar comidas fastuosas, para vivir el ayuno y la abstinencia y no pensar en el estómago que gruñe sino en hacer un pequeño sacrificio por amor. Y recogernos en oración. La música no será tal vez el modo más fácil de rezar. Evitar ese viernes fiestas y celebraciones grandilocuentes. El Señor está en la Cruz: no seamos irrespetuosos con su dolor.

Acompañemos al Señor en el Calvario, al menos por estos días. Apartemos nuestras ganas de dispersión y cambiemos nuestra comodidad por unas palabras de afecto al Jesús sufriente, que siempre perdona y siempre ama, a pesar de toda nuestra ingratitud. Nos quiere mucho. No lo ignoremos.

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