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Las nacionalidades y el Volksgeist

La visión psicologista de las culturas y las lenguas como expresión de un Volksgeist no sólo hizo posible una reflexión regeneradora e impulsora de la actividad nacional en la centuria decimonónica, sino que dio consistencia a los afanes autonomistas y disgregadores de ciertos grupos, reactivos frente a la estructura nacional centralizada resultante de los siglos precedentes. De este modo, ya desde la segunda mitad del siglo XIX encontramos ese examen de la realidad propia dentro del horizonte conceptual del Volksgeist, o 'espíritu del pueblo', tanto para asentar una acción nacional en un sentido global como para fundamentar unas perspectivas autonomistas en clara colisión con la primera, pero situadas en el mismo nivel de construcción intelectual.

Sin entrar en el detalle de la evolución de estas propuestas regionales, nacionalistas en diverso grado, bastará con notar su coincidencia a la hora de apelar a ese principio de Volksgeist o 'espíritu nacional' como fundamento de su reivindicación autonomista. Ciertamente, atrás quedaba ya el eco del movimiento federalista que liderara intelectualmente Francesc Pi i Margall (1824-1901), que alentó eficazmente todas las ilusiones nacionalistas existentes, y tal vez despertó algunas nuevas.

En el caso de Cataluña, notemos que en 1886 Valentí Almirall (1841-1904) publicó Lo catalanisme, y en él, junto a una afirmación rotunda de voluntad de cientificismo y positivismo, mantiene una defensa de la pluralidad y variedad dentro de la nación, lo que llama 'particularismo'. Aspira así a distinguir entre las relaciones exteriores, propias del Estado central, y las interiores, donde habría de cederse un amplio margen a la peculiaridad de los pueblos que integran la variedad del país. Coetáneo de Costa, es también un regeneracionista, que lucha contra la degeneración de la nación. Al hacer su análisis, habla de varias 'razas', que al final reduce a dos, la catalana (pirenaica o nororiental) y la castellana (central-meridional) Ésta es 'idealista' y dada a las abstracciones como don Quijote, mientras la primera es positiva y práctica, a semejanza de los pueblos anglosajones: "Si aquesta es la mes completa representaciò del positivisme basat en lo sentit práctich individualista, aquell es la genuina expressiò del idealisme, apoyat en lo més inconstant afany d´abstraccións".

La idea estaba lanzada. Poco después, Josep Torras i Bagès (1846-1916), luego obispo de Vich, publicó La Tradiciò Catalana (1892), expresión de un nacionalismo conservador y fuertemente clerical, donde se defiende la existencia de un 'espíritu nacional' que se liga a la nación, a la lengua, a la cultura y a la religión. Cuando llegamos a los hombres de la Generación del 98, encontramos ahí a Enric Prat de la Riba (1870-1917), artífice de la Mancomunitat de Catalunya, primera construcción política alentada por los ideales catalanistas. Aquí se habla del "ànima del nostre poble", el alma del pueblo catalán, expresada en la lengua y en ideales colectivos, propios de un 'espíritu nacional de los catalanes' (l´esperit nacional de la gent catalana) que sostiene su individualidad nacional.

Otro tanto sucede en las Vascongadas, donde esa misma idea genera una concepción ya declaradamente biologista de raza, defendida y aplicada consistentemente por Sabino Policarpo de Arana (1865-1903) al pueblo euskera. Considera, en efecto, este pueblo como una verdadera «raza originalísima», sui generis, «aislada en el universo de tal manera que no se encuentran datos para clasificarla entre las demás razas de la Tierra». Y la originalidad de raza arguye ineludiblemente, a juicio de este autor, en pro de la independencia de su pueblo.

En Galicia, en 1889 Alfredo Brañas (1859-1900) publica El Regionalismo, en que se defiende una descentralización donde no peligrara la unidad nacional, pero permitiera la actividad propia de la región —con su suelo, sus costumbres, la enseñanza pública, la idiosincrasia individual, el derecho y la justicia—, «que forma el verdadero elemento psíquico, el alma del regionalismo».

El Volksgeist ha entrado, como puede verse, al servicio de la voluntad política de ciertos grupos. De esta suerte, en la década 1880-1890, en Cataluña, en las Vascongadas, en Galicia, se ponen en marcha movimientos que tienen como base su convicción en la realidad de las almas de los pueblos, que buscan cuotas superiores de autonomía o independencia respecto del gobierno central de la nación, y que reivindican, junto con un nuevo nivel sociopolítico, el renacimiento y regeneración de las lenguas y culturas vernáculas respectivas, elementos que se han convertido en base de sus 'realidades nacionales', en mayor o menor grado políticamente autónomas.

Ciertamente, no es éste un fenómeno sólo español, sino de dimensiones ampliamente europeas. Los desarrollos de las particularidades regionales y nacionales han florecido en otras latitudes, de la Cerdeña a Irlanda, de Centroeuropa a los Balcanes. Además, y ello nos tocaba mucho más de cerca, también creció en los territorios de Ultramar perdidos en el Desastre, en Cuba, en Filipinas y Puerto Rico. También allí la independencia política encontró como uno de sus argumentos éste de la peculiaridad de su 'espíritu nacional'.

Recordaremos aquí tan sólo la figura del independentista cubano José Martí (1853-1895) que en numerosas ocasiones insistió en la singularidad del mundo hispanoamericano, en su condición de "pueblo", al que le había de corresponder la responsabilidad e independencia propias de las naciones. «Tenemos cabeza de Sócrates y pies de indio», escribió en cierta ocasión para referirse a esa síntesis singular del mundo clásico y occidental con lo indio aborigen que le parecía el hecho diferencial de lo iberoamericano; y añadía: «somos un pueblo original, desde los yaquis hasta los patagones».

Como podemos ver, la psicología de los pueblos, que Wundt y otros han defendido, no deja de tener una resonancia entre nosotros, y además, una resonancia de incalculable alcance político. Han sido, en efecto, ciertos grandes conceptos de la psicología social, de la psicología de los pueblos, los que han cobrado una extremada importancia histórica en el marco de los vaivenes y conflictos experimentados por la sociedad hispánica, no sólo española, en las décadas finales del siglo XIX, y cuyo influjo se deja sentir hasta el día de hoy en nuestra patria.

No se puede por menos de pensar que sólo cuando, entre algunos grupos más fuertemente influidos por la concepción científica de la realidad social, se abra camino la interpretación histórico-estructural de las colectividades y se relegue a un plano secundario todas las interpretaciones organicistas y psicologistas de aquellas, dejará de contar esa rudimentaria 'psicología de los pueblos' con el apoyo intelectual de los grupos más ilustrados, y se depurará el concepto de las 'naciones', desligándolo de las Weltanschauungen románticas que en gran número de lugares todavía las envuelven.

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