» Baúl de autor » Luis Sánchez de Movellán de la Riva
La pandemia del relativismo moral
El relativismo moral, impulsado en Occidente, en general, y en España, en particular, por una obsoleta y reaccionaria neoideología soixante-huitard, se manifiesta como el origen de problemas planteados a unas sociedades que tienen otras prioridades. Y así se lanza a la consideración pública la «necesidad» de ampliar los supuestos del aborto, impulsar «piadosamente» la eutanasia activa, implantar la «higiénica» eugenesia, promocionar y normalizar la homosexualidad a través del «matrimonio» entre personas del mismo sexo, posibilitar la deconstrucción de la familia y azuzar posturas y ademanes laicistas y anticlericales contra la religión y la Iglesia católica. La ausencia de preocupación por el bien común y las agresiones constantes y salvajes contra pilares básicos de la sociedad intentan crear una sociedad sin Dios, sin familias, sin religión y sin Patria.
El relativismo moral postula que no existen principios morales objetivos, absolutos y universales. En su lugar, el relativismo moral afirma que la ética es individual y subjetiva. Es decir, cada persona tiene sus propias convicciones morales, las cuales pueden diferir de las de los demás. El ejemplo más paradigmático de ello es el aborto. En no pocas sociedades «democráticas» hodiernas, el aborto es considerado un «derecho», incluso un «derecho ilimitado». El nasciturus no tiene ni voz ni voto, ni mucho menos poder para defenderse. Otros tendrán que defenderlos. Otros tendrán que hablar por ellos. Otros tendrán que expresar «opiniones» contrarias a los que han expresado las suyas favorables al aborto.
Es gravísimo el peligro por estas tendencias que tratan de orientar torticeramente las legislaciones y los comportamientos de las futuras generaciones hacia un relativismo cultural y moral predicado desde los púlpitos laicos de la más rancia y demodé «progresía de salón» y exigido como posibilidad única de verdadera democracia, y que se limita y concreta a la condescendencia con ciertas orientaciones culturales o morales transitorias, como si todas las posibles concepciones de la vida tuvieran igual valor.
El relativismo moral afecta la concepción de la persona y de los vínculos humanos, en primer lugar del matrimonio y de la familia. El matrimonio natural y tradicional es básico para el bienestar de las familias dado que las familias transmiten los valores y forman el carácter, siendo también básico para la salud de la sociedad. La acción política debería dirigirse a fortalecer a las familias, no a debilitarlas como hace la retroizquierda social-nihilista.
La familia es el ejemplo de la sociedad y hay que preservarla pues se observa una tendencia creciente a tratar de desarmarla y equipararla a cualquier tipo de asociación entre seres humanos en los que se comparta el sexo, sin importar la naturaleza de la relación ni la ética. La familia verdadera y tradicional —no las parafamilias de nuevo cuño postmoderno— debe estar contemplada como una política de Estado, asegurando condiciones socioeconómicas y ambientales para su desarrollo. La familia ha sido y es la célula principal de la sociedad y la que ha sostenido a la Humanidad, impidiendo su desintegración.
Para superar el relativismo se requiere una participación seria y responsable de los católicos en la vida pública y en la democracia, comprometida con el bien común. Y apoyar la educación sobre valores morales consistentes comenzando por las escuelas donde se debe destacar la religión y la ética y no esos panfletos baratos que destilan una educación postmoderna para la ciudadanía neopagana. O la alternativa es permitir que persista y se apuntale el relativismo moral que se dirige a la deconstrucción de la familia y la sociedad y apunta a toda suerte de experimentos sociales de corte retro, alienante y totalitario que recrean un nuevo mundo feliz huxleyano: eutanasia, eugenesia, clonación, manipulación embrionaria...
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