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50 años de la UE, ¿un sueño hecho realidad?

Con un gran castillo de fuegos artificiales se inició, el pasado fin de semana, las celebraciones del 50 aniversario de la firma del Tratado(s) de Roma.

A través de conciertos, encuentros para jóvenes, festivales de danza, exposiciones, obras de teatro,...que nos regalarán durante todo el año, los miembros de la Unión Europea, quieren recordar y recordarnos, los valores que hace medio siglo creyeron necesarios aunar en un proyecto común al que muchos llaman «familia europea».

Una familia que necesitó contar con el trabajo de hombres prácticos y realistas, de hombres soñadores y llenos de optimismo que creyeron en que valores como paz, libertad, democracia, igualdad, respeto, prosperidad, justicia , seguridad, salvaguardia de los derechos humanos, etc. eran imprescindibles para la construcción de una nueva Europa. O dicho de otro modo, un proyecto sin precedentes en la historia, la Unión Europea, a la que muchos consideran un «cajón desastre» en el que conviven miembros diferentes pero iguales, respetuosos en sus diferencias pero unidos por sus raíces históricas y culturales.

Ahora bien, como en toda familia que se precie, cuando se celebran fechas tan señaladas como esta, las nuevas generaciones «exigen» a sus mayores hacer un parón, un análisis del pasado, de sus objetivos, con el único fin de entender el presente y, salvando las discrepancias, trabajar para proyectar el futuro. Un futuro en el que se maticen con claridad el qué y el cómo queremos que sea «su» Europa.

Huelga decir que para esta labor humilde y responsable toda ayuda es necesaria. Por este motivo, como ya pasó con su antecesor Juan Pablo II, Benedicto XVI, tiene mucho que decir al respecto y, como muchos católicos europeos esperan de él, no tiene ningún reparo en decirlas.

Así como Juan Pablo II nos dijo al comienzo de su pontificado a todo aquel que le quiso escuchar, «No tengáis miedo a la verdad de vosotros mismos», supongo que nadie se extrañará que las palabras que dirija a los representantes de los 27 países miembros (en una próxima sesión en el Parlamento Europeo a la que ha sido invitado por el presidente de la Eurocámara, el alemán Hans-Gert Pöttering) , sean parecidas a las que les ha recordado este fin de semana a los miembros de la Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea reunidos en Roma :

«No se puede pensar en edificar una auténtica «casa común», descuidando la identidad propia de los pueblos de nuestro continente. Se trata, de hecho, de una identidad histórica, cultural y moral, antes que geográfica, económica o política; una identidad constituida por un conjunto de valores universales, que el cristianismo ha contribuido a forjar, desempeñando de este modo un papel no sólo histórico, sino de fundamento para Europa».

«Si con motivo del 50 aniversario del Tratado de Roma, los gobiernos de la Unión quisieran acercarse a sus ciudadanos, ¿cómo podrían excluir un elemento esencial de la identidad europea como el cristianismo, con el que una amplia mayoría del continente sigue identificándose? ¿No es motivo de sorpresa que la Europa actual, mientras aspira a erigirse como comunidad de valores, parezca contestar cada vez más a menudo que existan valores universales y absolutos? ¿Esta singular forma de 'apostasía' de sí misma, incluso antes que de Dios, no la lleva quizá a dudar de su misma identidad?».

«Una comunidad que se construye sin respetar la auténtica dignidad del ser humano, olvidando que cada persona está creada a imagen de Dios, acaba por no traer nada bueno. Por este motivo, cada vez es más indispensable que Europa evite esa actitud pragmática, hoy ampliamente difundida, que justifica sistemáticamente el compromiso sobre los valores humanos esenciales, como si se tratara de la inevitable aceptación de un presunto mal menor. Este pragmatismo, presentado como equilibrado y realista, en el fondo no lo es, pues niega esa dimensión de valores e ideales, que es inherente a la naturaleza humana».

«En el momento histórico actual y ante los muchos desafíos, la Unión Europea, si quiere garantizar adecuadamente el estado de derecho y promover eficazmente lo valores humanos, tiene que reconocer con claridad la existencia cierta de una naturaleza humana estable y permanente, fuente de derechos comunes para todos los individuos, incluidos los de aquellos que los niegan».

Como europea, tengo la esperanza de que muchos de nosotros empeñemos nuestra vida en hacer realidad este sueño, «contribuir a edificar con la ayuda de Dios una nueva Europa, realista pero no cínica, rica de ideales y libre de ilusiones ingenuas, inspirada en la verdad perenne y edificante del Evangelio», aunque no podemos negar que el trayecto no va a ser nada fácil.

Pero como dijo Chesterton: «Hay algo que da esplendor a cuanto existe, y es la ilusión de encontrar algo (valioso) a la vuelta de la esquina».

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