» Actualidad » Constitución Europea. Europa y Cristianismo

Compromiso antihistórico

Oí decir a Romano Prodi que vive en la mejor de las Europas posibles. Una Europa ejemplo para el mundo, que puede dar lecciones de paz, moralidad y derechos de las minorías. El libro de los sueños de Prodi se ha desvanecido de bruscamente. Benedicto XVI, que recibió el sábado al Episcopado de la Unión Europea, repitió lo que había dicho en Navidad: «Europa parece encaminada sobre una vía que podría llevarla a despedirse de la historia». Otro magnífico destino progresista.

Benedicto XVI incide sobre los tres puntos centrales que manifiestan la enfermedad mortal del continente europeo:

• El primero es la «crisis demográfica», que «puede causar enormes dificultades a la cohesión social», pero sobre todo revela que Europa «está perdiendo, de hecho, la confianza en su propio futuro», y no se ve que sus gobernantes estén en condiciones de rescatarla. Más bien al contrario, advierte el Papa, «el mismo proceso de unificación europeo no es compartido por todos, a causa de la difundida impresión de que los diferentes 'capítulos' del proyecto europeo han sido 'escritos' sin tener en debida cuenta las expectativas de los ciudadanos».
• En segundo lugar, Europa vive una «singular forma de «apostasía» de sí misma, antes aún que de Dios», en el sentido de que «duda de su misma identidad». La raíz de esta apostasía es el miedo no sólo del cristianismo, si no de una ley moral compartida que se imponga a todos, creyente y no creyentes. Perdida en el relativismo, Europa duda que los valores que emergen de su historia —como por el contrario recuerda Benedicto XVI— sean «valores universales». De este modo no se está en condiciones de defenderse cuando se es agredido por otros valores opuestos e incompatibles, y reacciona proponiendo un «balance de intereses particulares diferentes» o una «ponderación» que se resuelve en continuas mediaciones: un «compromiso», que acaba por no defender el bien común, pero que causa al continente agredido por otras culturas el efecto contrario, que el Papa llama «el mal común».«Este pragmatismo, presentado como equilibrado y realista, en el fondo no lo es, pues niega esa dimensión de valores e ideales, que es inherente a la naturaleza humana»; palabras sobre las que deberían meditar también nuestros políticos locales que teorizan y practican el arte del compromiso hasta con los talibanes.
• El tercer aspecto de la crisis europea es el laicismo de las instituciones y las leyes que «niegan a los cristianos el derecho mismo de intervenir como tales en el debate público». Los cristianos no quieren defender «injustificados privilegios». El relativismo, después de haber corroído la fe, hoy ataca la razón y niega «la existencia cierta de una naturaleza humana estable y permanente, fuente de derechos comunes para todos los individuos, incluidos los de aquellos que los niegan». También aquí, la llamada a los cristianos presentes en la vida pública para que «defiendan valientemente» la verdad, y la condena de quien acepta «compromisos sobre los valores esenciales» como son la vida y la familia, presentándolos de un modo «cínico» como un presunto «mal menor», todo esto es válido para Europa en su conjunto, pero se puede aplicar de un modo particular a la vida italiana [NdT: y qué decir de la española, argentina, venezolana....] con el punto de mira en la eutanasia, la droga, la investigación con embriones y el Dico [NdT: ley de parejas de hecho, independientemente del sexo: Derechos y Deberes de las Personas Establemente Convivientes].

El «pensamiento fuerte» de Benedicto XVI golpea al corazón del «catolicismo adulto» dispuesto a sacrificar valores por mantenerse en el gobierno: « ¡No tenéis que rendiros ante la lógica de la búsqueda del poder por el poder! Que os sirva de estimulo y apoyo constante la advertencia de Cristo: si la sal pierde su sabor sólo sirve para ser tirada y pisoteada».