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«¡Ista, ista, ista...!», ¿socialismo feminista?
Aprovechando la Pascua, la señora vicepresidenta, Fernández de la Vega, se nos fue de vacaciones-gratis-total a la China socialista. Llevaba en su programa hacer bandera de los valores feministas y de su ya obsoleta «ley de igualdad» -defenestrada hace tiempo en EE. UU. y la UE porque solo sirvió para promocionar mediocridad e incompetencia-. Esa encendida defensa es lo primero que hizo la vicepresidenta el pasado martes 3, en este emporio del socialismo chino donde los cadáveres de niñas abortadas van rodando por las aceras, las mujeres, bajo el yugo paterno, son obligadas a casarse antes de los 25 y son forzadas a abortar si lo que llevan en su vientre no es un niño.
El feminismo triunfante ha querido ser, desde siempre, un señuelo embaucador que la izquierda española ha exhibido, sonoramente, como uno de sus grandes logros internacionales. Nada más falso. Para quienes hemos tenido el privilegio de visitar en numerosas ocasiones los antiguos países socialistas del Este de Europa y hemos conocido de cerca la patética situación social de la mujer rusa, polaca, ucraniana, rumana, albanesa... podemos afirmar, categóricamente, que todas las fantasías sobre los grandes logros de la mujer «del socialismo real» fueron siempre un gran fiasco y, aun resultan más, si los comparamos con los espectaculares éxitos alcanzados por las mujeres en las democracias libres occidentales.
La emancipación de la mujer en los primeros años del régimen de los soviet se aceptó por muchos como un hecho natural. Sin embargo el libro Mujeres en Rusia de Anastasia Posadskaya (Verso, London. 2002) ofrece innumerables pruebas testimoniales que evidencian la inexistente «igualdad de derechos» entre hombres y mujeres en los cacareados «paraísos socialistas».
Los deprimentes testimonios descritos en el libro por estas mujeres de la Rusia soviet vienen a demostrar que el trabajo fuera de casa de las «camaradas socialistas» se convirtió en un poderoso instrumento de «trata de esclavas» para las mujeres trabajadoras rusas en régimen de absoluta explotación y precariedad: las barrenderas, limpiadoras y obreras de la más baja condición fueron carne de cañón explotadas por los regímenes soviéticos. Régimen de explotación y precariedad que todavía perdura hoy en día en muchas de estas «casas-cuna» del izquierdismo decadente. Pero la historia tiene antecedentes.
El pasado día 15 de marzo las feministas del cartón-piedra zapateril se agolpaban a las puertas del Congreso con la sonatina hip-hop del «¡ista-ista-ista, Zapatero feminista!» . Celebraban la aprobación de la timo-ley de la Igualdad, versión made in Spain de la fracasada «ley de la discriminación positiva» en EE. UU. para la promoción de la incompetencia y la mediocridad triunfante. Otro paripé más de este tocomocho feminista del que suele adornarse la izquierda-hot-air.
La memoria histórica del antifeminismo socialista me trajo ese día el recuerdo de aquella vergonzosa sesión parlamentaria, descrita en al Diario de Sesiones de noviembre de 1933, en la que la izquierda española le negó el derecho a voto a la mujer española durante la II República del 31. No obstante, aquel mismo día la mujer española consiguió su derecho a voto gracias a la derecha española, que sí que votó a favor del voto femenino y en contra de la mala voluntad de la izquierda socialista y comunista ¡que no quería darle el voto a la mujer!
Fue una de las sesiones más bochornosas que ha habido en la historia del parlamentarismo español y particularmente bochornosa para la izquierda española que, repito, le negó el voto a la mujer. Hubo un debate acaloradísimo porque los socialistas estaban en contra del voto femenino con argumentos de risa:
El diputado socialista Novoa Santos argumentaba que la especial fisiología de las mujeres -que él definía como «la indigencia espiritual del sexo femenino»- hacía que las mujeres tuvieran una inferior capacidad para votar. Decía este socialista que la estructura de la mujer «era el histerismo y que dar el voto a las mujeres era entregar la república a la histeria femenina».
Otro diputado socialista, Manuel Ayuso, defendía que los hombres y las mujeres tenían que votar a diferentes edades: los hombres a los 23 años; las mujeres a los 45, porque decía que, a esa edad, el ciclo reproductor de las mujeres había acabado y que eso la condicionaba para el voto.
El momento cumbre de esta bochornosa sesión fue cuando la diputada radical-socialista Victoria Kent argumentó en contra del voto femenino «por conveniencia política para la izquierda», y se quedó tan pancha.
Y lo mismo pensaban la socialista Margarita Nelken e Indalecio Prieto, el ministro socialista de Azaña -Hacienda y Obras Públicas-. Los dos estaban en contra de darle el voto a la mujer «por conciencia política para la izquierda».
Hasta la misma Federica Monseyn, la ministra de Sanidad -y matrona anarquista de la fai-organización terrorista-, que había sido la gran muñidora del voto femenino ¡votó en contra!
El derecho a voto de la mujer española llegó gracias a la derecha española, que votó por 161 votos a favor contra los 121 socialistas y... efectivamente, fueron las mujeres con su voto las que tiraron del Gobierno a los socialistas en las elecciones de noviembre de 1933 y le dieron una victoria aplastante al centro derecha.
«¡Ista, ista, ista!», ¿socialismo feminista?
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