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Respecto a la tolerancia
La tolerancia es una palabra que en la actualidad está de moda. Está bien visto hablar de ella. Y aquel que se atreva a cuestionarla, puede pasar automáticamente a formar parte de las peores bestias infernales e inhumanas que existan. Merece todo el desprestigio, todas las calumnias juntas. Pero, curiosamente, son pocos los que saben de lo que hablan cuando se refieren a ella.
Como dice Miguel Angel Martí García, filósofo español, «tolerar es admitir un comportamiento con el que no podemos estar de acuerdo». Evidentemente, la tolerancia tiene una relación directa con la verdad, pues si no admitimos su existencia, tampoco admitimos el punto de referencia a partir del cual hablamos de que algo se debe tolerar o no. Si todo es relativo, ¿entonces cuál es el parámetro para establecer si alguien es tolerante o no? ¿con respecto a qué lo afirmamos?.
Y a la verdad no hay que tolerarla, hay que aceptarla. Algunos pueden negarla, otros afirmarla. Dependerá de la postura que se tome frente a ella como definiremos si alguien es tolerante o no. Más bien, es el ignorante el que impone sus criterios, sin pensar que puede estar equivocado: este es el verdadero intolerante. Dice Martí García: «el que está en la verdad suele ser comprensivo, mientras que el que no sabe nada y además no se da cuenta que no sabe nada, con facilidad se erige a sí mismo en el creador de la verdad».[1]
Por tanto, tolerar no es permitir todo ni admitir que todo está bien. Nada más lejos que el verdadero concepto de la palabra de la que hablamos. Quien hiciera lo contrario, quien hiciera la vista gorda frente a determinadas cuestiones, se convertiría en una muestra más del aire de permisivismo que caracteriza la atmósfera moderna, en la que se valora más el no tener problemas y quedar bien al defender lo indefendible, que jugarse por la vigencia de muchos valores.
Algunas cosas, actitudes, comportamientos, están bien y otros están mal, es así de claro. La persona tolerante no es aquella que permite todo tipo de atropellos, sino la que, adecuándose a la verdad de las cosas, pasar por alto algunos pormenores pero sin la necesidad de tener que aprobar todas esas circunstancias; aún más, a veces, el tolerante, será el que tenga el valor de rectificar mediante palabras o acción la incorrección de procederes reñidos con la moral o las buenas costumbres.
Por eso, el error existe y muchos convivimos con él de continuo. No es que cada uno tenga una visión distinta de las cosas: algunos se equivocan y otros no. Pero cuando el relativismo niega la existencia de la verdad, entonces, por lógica, niega el error. Todo está permitido, todo está bien, que es la esencia de la tolerancia mal entendida.
Finalmente, para tener una correcta noción de la tolerancia es necesario tener en claro el concepto de verdad, pero también la relación que tiene con la libertad personal del hombre. Es él, quien libremente se aleja o se acerca a la verdad mediante el uso de su libertad. Dijo el filósofo Edmund Burke: «Hay un límite en donde la tolerancia deja de ser virtud.» Y ello sucede cuando todo se acepta, pero en nombre de la falsa tolerancia, la que manosea su definición y erige dioses de barro que duran lo que un día de lluvia: nada.
Notas
[1] Martí - García, Miguel Angel, La tolerancia, Eiunsa, Madrid, 2001, p.30
Del director
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