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La educación en la encrucijada
Lo que le sobra a nuestro sistema educativo es burocracia; lo que le falta es vida
La educación nunca volverá a ser lo que era hace tan sólo unos pocos años. Demasiadas cosas han cambiado en las últimas décadas. La revolución, tan esperada o tan temida, no ha llegado por el camino de la mutación de las relaciones de producción, sino por el surgimiento de una nueva mentalidad social, imbricada con las nuevas tecnologías del conocimiento y con la globalización de los intercambios.
En todo proceso de cambio, lo decisivo es acertar en la nueva orientación. Y lo cierto es que nadie atesora la clave del éxito. En el ámbito de lo práctico, hemos de rectificar de continuo, ajustando constantemente la dirección de los procesos. Pero, al menos, se puede adelantar una idea básica: el acierto llega de mano de las soluciones abiertas, mientras que las fórmulas cerradas conducen inevitablemente al error. Al afrontar una época de cambios en todos los niveles educativos, nos encontramos, por tanto, ante una encrucijada, que se podría desglosar en estos siete parámetros:
- ¿Activismo o maduración? El planteamiento de las reformas, tanto en el nivel universitario como en los estadios previos, está fascinado por el procedimentalismo. Se parte de una premisa más que problemática: el learning by doing. Pero lo cierto es que la multiplicación de las actividades no enriquece a quien las realiza. La maduración en el conocimiento tiene poco que ver con la agitación externa. Los hábitos intelectuales y morales no son habilidades ni competencias.
- ¿Vitalidad o control? Lo que le sobra a nuestro sistema educativo es burocracia, lo que le falta es vida. Y lo previsto es agudizar esta desafortunada tendencia. Al no producir enriquecimiento educativo, el procedimentalismo sólo se evidencia por medio de documentación. Lo importante no es que se realice una fase del proceso, sino que se atenga a pautas y se registre. Así podrá ser controlada en las evaluaciones de calidad, que no entran al examen del nivel educativo sino de los movimientos que supuestamente conducen a él.
- ¿Eficacia o fecundidad? La eficacia tiene que ver con lo cuantitativo y se plantea a corto plazo. La fecundidad, en cambio, se fija como meta lo cualitativo y apunta al largo recorrido. La diferencia es la que existe entre el mecanicismo y la vida del espíritu, que no está interesada por la influencia sino por la generación de nueva vida.
- ¿Ideología o formación? Una educación ideológicamente orientada, como parece que será el caso en la enseñanza secundaria española, pretende transferir esquemas cerrados de un programa político a las mentes juveniles. Tarea que, por irrealizable, sólo conduce a distorsiones. La formación, en cambio, no intenta causar nada en otra inteligencia, sino que ésta florezca desde dentro, con plena libertad.
- ¿Innovación o pragmatismo? La enseñanza encaminada hacia resultados controlables y aplicables utilitariamente renuncia, de antemano, a sus auténticos logros: la intensificación de la vida intelectual y ética del estudiante. La innovación nunca es un resultado previsible: siempre es un logro sorprendente. El pragmatismo de cortos vuelos se limita a la producción de burócratas y tecnócratas, pero nunca hace emerger investigadores. La educación mal pensada aboca a todo un país hacia la mediocridad y la dependencia.
- ¿Adiestramiento o aprendizaje? En la medida en que se atiene al construccionismo mecanicista y se burla de la dinámica de la inteligencia, la enseñanza se asemeja a la domesticación y se separa de la ciencia. La educación se minimiza. Sus contenidos se hacen triviales. Y se olvida su gran tarea, que es precisamente la formación intelectual, la preparación científica y humanística, el crecimiento en la facultad de descubrir y captar nuevos conocimientos.
- ¿Esfuerzo o placer? La educación es un empeño de largo aliento. Una persona educada es el fruto de un esforzado trabajo por parte del estudiante y de una cuidadosa labor por parte de la maestra o del maestro. El premio inmanente de esta fatiga es un gozo incomparable con cualquier posesión material o con cualquier placer corporal de tipo hedonista. Si se promete el placer a bajo precio, se está proporcionando otra cosa distinta del rendimiento educativo y, a la postre, se está engañando. Un educador no debe prestarse a tal farsa, ni se le debe obligar a que la secunde.
Si estas consideraciones son ciertas, me temo que la educación en España está apuntando hacia el ramal menos prometedor de la encrucijada. Culpar de ello a las administraciones públicas es una especie de redundancia. Porque la educación es algo demasiado serio para dejarlo en manos de cualquier administración, del nivel o del color político que sea. La educación es responsabilidad de las familias, de los centros de enseñanza, de los profesores, de los investigadores y de los propios estudiantes. Todos ellos deben tomar ahora la palabra.
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