» bibel » Documentos » Juan Pablo II » Encíclicas de Juan Pablo II » Dominum et vivificantem » Parte I.- El Espíritu del Padre y del Hijo, dado a la Iglesia
6. Cristo resucitado dice: «Recibid el Espíritu Santo»
22. Gracias a su narración Lucas nos acerca a la verdad contenida en el discurso del Cenáculo. Jesús de Nazaret, «elevado» por el Espíritu Santo, durante este discurso-coloquio, se manifiesta como el que «trae» el Espíritu, como el que debe llevarlo y «darlo» a los apóstoles y a la Iglesia a costa de su «partida» a través de la cruz.
El verbo «traer» aquí quiere decir, ante todo, «revelar». En el Antiguo Testamento, desde el Libro del Génesis, el espíritu de Dios fue de alguna manera dado a conocer primero como «soplo» de Dios que da vida, como «soplo vital» sobrenatural. En el libro de Isaías es presentado como un «don» para la persona del Mesías, como el que se posa sobre él, para guiar interiormente toda su actividad salvífica. Junto al Jordán, el anuncio de Isaías ha tomado una forma concreta: Jesús de Nazaret es el que viene por el Espíritu Santo y lo trae como don propio de su misma persona, para comunicarlo a través de su humanidad: «El os bautizará en Espíritu Santo».[76] En el Evangelio de Lucas se encuentra confirmada y enriquecida esta revelación del Espíritu Santo, como fuente íntima de la vida y acción mesiánica de Jesucristo.
A la luz de lo que Jesús dice en el discurso del Cenáculo, el Espíritu Santo es revelado de una manera nueva y más plena. Es no sólo el don a la persona (a la persona del Mesías), sino que es una Persona–don. Jesús anuncia su venida como la de «otro Paráclito», el cual, siendo el Espíritu de la verdad, guiará a los apóstoles y a la Iglesia «hacia la verdad completa».[77] Esto se realizará en virtud de la especial comunión entre el Espíritu Santo y Cristo: «Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros».[78] Esta comunión tiene su fuente primaria en el Padre: «Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho: que recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros».[79] Procediendo del Padre, el Espíritu Santo es enviado por el Padre.[80] El Espíritu Santo ha sido enviado antes como don para el Hijo que se ha hecho hombre, para cumplir las profecías mesiánicas. Según el texto joánico, después de la «partida» de Cristo-Hijo, el Espíritu Santo «vendrá» directamente —es su nueva misión— a completar la obra del Hijo. Así llevará a término la nueva era de la historia de la salvación.
23. Nos encontramos en el umbral de los acontecimientos pascuales. La revelación nueva y definitiva del Espíritu Santo como Persona, que es el don, se realiza precisamente en este momento Los acontecimientos pascuales —pasión, muerte y resurrección de Cristo— son también el tiempo de la nueva venida del Espíritu Santo, como Paráclito y Espíritu de la verdad. Son el tiempo del «nuevo inicio» de la comunicación de Dios uno y trino a la humanidad en el Espíritu Santo, por obra de Cristo Redentor. Este nuevo inicio es la redención del mundo: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único».[81] Ya en el «dar» el Hijo, en este don del Hijo, se expresa la esencia más profunda de Dios, el cual, como Amor, es la fuente inagotable de esta dádiva. En el don hecho por el Hijo se completan la revelación y la dádiva del amor eterno: el Espíritu Santo, que en la inescrutable profundidad de la divinidad es una Persona-don, por obra del Hijo, es decir, mediante el misterio pascual es dado de un modo nuevo a los apóstoles y a la Iglesia y, por medio de ellos, a la humanidad y al mundo entero.
24. La expresión definitiva de este misterio tiene lugar el día de la Resurrección. Este día, Jesús de Nazaret, «nacido del linaje de David», como escribe el apóstol Pablo, es «constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos».[82] Puede decirse, por consiguiente, que la «elevación» mesiánica de Cristo por el Espíritu Santo alcanza su culmen en la Resurrección, en la cual se revela también como Hijo de Dios, «lleno de poder». Y este poder, cuyas fuentes brotan de la inescrutable comunión trinitaria, se manifiesta ante todo en el hecho de que Cristo resucitado, si por una parte realiza la promesa de Dios expresada ya por boca del Profeta: «Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, ... mi espíritu»,[83] por otra cumple su misma promesa hecha a los apóstoles con las palabras: a Si me voy, os lo enviaré».[84] Es él: el Espíritu de la verdad, el Paráclito enviado por Cristo resucitado para transformarnos en su misma imagen de resucitado.[85]
«Al atardecer de aquel primer día de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz con vosotros". Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús repitió: "La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío". Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo"».[86]
Todos los detalles de este texto–clave del Evangelio de Juan tienen su elocuencia, especialmente si los releemos con referencia a las palabras pronunciadas en el mismo Cenáculo al comienzo de los acontecimientos pascuales. Tales acontecimientos —el triduo sacro de Jesús, que el Padre ha consagrado con la unción y enviado al mundo— alcanzan ya su cumplimiento. Cristo, que «había entregado el espíritu en la cruz»[87] como Hijo del hombre y Cordero de Dios, una vez resucitado va donde los apóstoles para «soplar sobre ellos» con el poder del que habla la Carta a los Romanos.[88] La venida del Señor llena de gozo a los presentes: «Su tristeza se convierte en gozo»,[89] como ya había prometido antes de su pasión. Y sobre todo se verifica el principal anuncio del discurso de despedida: Cristo resucitado, como si preparara una nueva creación, «trae» el Espíritu Santo a los apóstoles. Lo trae a costa de su «partida»; les da este Espíritu como a través de las heridas de su crucifixión: «les mostró las manos y el costado». En virtud de esta crucifixión les dice: «Recibid el Espíritu Santo».
Se establece así una relación profunda entre el envío del Hijo y el del Espíritu Santo. No se da el envío del Espíritu Santo (después del pecado original) sin la Cruz y la Resurrección: «Si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito».[90] Se establece también una relación íntima entre la misión del Espíritu Santo y la del Hijo en la Redención. La misión del Hijo, en cierto modo, encuentra su «cumplimiento» en la Redención: «Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros».[91] La Redención es realizada totalmente por el Hijo, el Ungido, que ha venido y actuado con el poder del Espíritu Santo, ofreciéndose finalmente en sacrificio supremo sobre el madero de la Cruz. Y esta Redención, al mismo tiempo, es realizada constantemente en los corazones y en las conciencias humanas —en la historia del mundo— por el Espíritu Santo, que es el «otro Paráclito».
Notas
[76] Mt 3, 11; Lc 3, 16.
[77] Jn 16, 13.
[78] Jn 16, 14.
[79] Jn 16, 15.
[80] Cf. Jn 14, 26; 15, 26.
[81] Jn 3, 16.
[82] Rm 1, 3 s.
[83] Ez 36, 26 s.; cf. Jn 7, 37-39; 19, 34
[84] Jn 16, 7.
[85] Cf. S. Cirilo de Alejandría, In Johannis Evangelium, lib. V, cap. II: PG 73, 755.
[86] Jn 20, 19-22.
[87] Cf. Jn 19, 30
[88] Cf. Rom 1, 4.
[89] Cf. Jn 16, 20.
[90] Jn 16, 7.
[91] Jn 16, 15.
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