conoZe.com » bibel » Documentos » Juan Pablo II » Encíclicas de Juan Pablo II » Dominum et vivificantem » Parte II.- El Espíritu que convence al mundo en lo referente al Pecado

1. Pecado, justicia y juicio

27. Cuando Jesús, durante el discurso del Cenáculo, anuncia la venida del Espíritu Santo «a costa» de su partida y promete: «Si me voy, os lo enviaré», precisamente en el mismo contexto añade: «Y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio».[102] El mismo Paráclito y Espíritu de la verdad, —que ha sido prometido como el que «enseñará» y «recordará», que «dará testimonio», que «guiará hasta la verdad completa»—, con las palabras citadas ahora es anunciado como el que «convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio».

Significativo parece también el contexto Jesús relaciona este anuncio del Espíritu Santo con las palabras que indican su propia «partida» a través de la Cruz, e incluso subraya su necesidad: «Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito».[103]

Pero lo más interesante es la explicación que Jesús añade a estas palabras: pecado, justicia, juicio. Dice en efecto: «El convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio; en lo referente al pecado, porque no creen en mí; en lo referente a la justicia, porque me voy al Padre, y ya no me veréis; en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo está juzgado».[104]

En el pensamiento de Jesús el pecado, la justicia y el juicio tienen un sentido muy preciso, distinto del que quizás alguno sería propenso a atribuir a estas palabras, independientemente de la explicación de quien habla. Esta explicación indica también cómo conviene entender aquel «convencer al mundo», que es propio de la acción del Espíritu Santo. Aquí es importante tanto el significado de cada palabra, como el hecho de que Jesús las haya unido entre sí en la misma frase.

En este pasaje «el pecado», significa la incredulidad que Jesús encontró entre los «suyos», empezando por sus conciudadanos de Nazaret. Significa el rechazo de su misión que llevará a los hombres a condenarlo a muerte. Cuando seguidamente habla de «la justicia», Jesús parece que piensa en la justicia definitiva, que el Padre le dará rodeándolo con la gloria de la resurrección y de la ascensión al cielo: «Voy al Padre». A su vez, en el contexto del «pecado» y de la «justicia» entendidos así, «el juicio» significa que el Espíritu de la verdad demostrará la culpa del «mundo» en la condena de Jesús a la muerte en Cruz. Sin embargo, Cristo no vino al mundo sólo para juzgarlo y condenarlo: él vino para salvarlo.[105] El convencer en lo referente al pecado y a la justicia tiene como finalidad la salvación del mundo y la salvación de los hombres. Precisamente esta verdad parece estar subrayada por la afirmación de que «el juicio» se refiere solamente al «Príncipe de este mundo», es decir, Satanás, el cual desde el principio explota la obra de la creación contra la salvación, contra la alianza y la unión del hombre con Dios: él está «ya juzgado» desde el principio. Si el Espíritu Paráclito debe convencer al mundo precisamente en lo referente al juicio, es para continuar en él la obra salvífica de Cristo.

28. Queremos concentrar ahora nuestra atención principalmente sobre esta misión del Espíritu Santo, que consiste en «convencer al mundo en lo referente al pecado», pero respetando al mismo tiempo el contexto de las palabras de Jesús en el Cenáculo. El Espíritu Santo, que recibe del Hijo la obra de la Redención del mundo, recibe con ello mismo la tarea del salvífico «convencer en lo referente al pecado». Este convencer se refiere constantemente a la «justicia», es decir, a la salvación definitiva en Dios, al cumplimiento de la economía que tiene como centro a Cristo crucificado y glorificado. Y esta economía salvífica de Dios sustrae, en cierto modo, al hombre del «juicio, o sea de la condenación», con la que ha sido castigado el pecado de Satanás, «Príncipe de este mundo», quien por razón de su pecado se ha convertido en «dominador de este mundo tenebroso» [106] y he aquí que, mediante esta referencia al «juicio», se abren amplios horizontes para la comprensión del «pecado» así como de la «justicia». El Espíritu Santo, al mostrar en el marco de la Cruz de Cristo «el pecado» en la economía de la salvación (podría decirse «el pecado salvado»), hace comprender que su misión es la de «convencer» también en lo referente al pecado que ya ha sido juzgado definitivamente («el pecado condenado»).

29. Todas las palabras, pronunciadas por el Redentor en el Cenáculo la víspera de su pasión, se inscriben en la era de la Iglesia: ante todo, las dichas sobre el Espíritu Santo como Paráclito y Espíritu de la verdad. Estas se inscriben en ella de un modo siempre nuevo a lo largo de cada generación y de cada época. Esto ha sido confirmado, respecto a nuestro siglo, por el conjunto de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, especialmente en la Constitución pastoral «Gaudium et spes». Muchos pasajes de este documento señalan con claridad que el Concilio, abriéndose a la luz del Espíritu de la verdad, se presenta como el auténtico depositario de los anuncios y de las promesas hechas por Cristo a los apóstoles y a la Iglesia en el discurso de despedida; de modo particular, del anuncio, según el cual el Espíritu Santo debe «convencer al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio».

Esto lo señala ya el texto en el que el Concilio explica cómo entiende el «mundo»: «Tiene, pues, ante sí la Iglesia (el Concilio mismo) al mundo, esto es la entera familia humana con el conjunto universal de las realidades entre las que ésta vive; el mundo, teatro de la historia humana, con sus afanes, fracasos y victorias; el mundo, que los cristianos creen fundado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo, crucificado y resucitado, roto el poder del demonio, para que el mundo se transforme según el propósito divino y llegue a su consumación».[107] Respecto a este texto tan sintético es necesario leer en la misma Constitución otros pasajes, que tratan de mostrar con todo el realismo de la fe la situación del pecado en el mundo contemporáneo y explicar también su esencia partiendo de diversos puntos de vista.[108]

Cuando Jesús, la víspera de Pascua, habla del Espíritu Santo, que «convencerá al mundo en lo referente al pecado», por un lado se debe dar a esta afirmación el alcance más amplio posible, porque comprende el conjunto de los pecados en la historia de la humanidad. Por otro lado, sin embargo, cuando Jesús explica que este pecado consiste en el hecho de que «no creen en él», este alcance parece reducirse a los que rechazaron la misión mesiánica del Hijo del Hombre, condenándole a la muerte de Cruz. Pero es difícil no advertir que este aspecto más «reducido» e históricamente preciso del significado del pecado se extienda hasta asumir un alcance universal por la universalidad de la Redención, que se ha realizado por medio de la Cruz. La revelación del misterio de la Redención abre el camino a una comprensión en la que cada pecado, realizado en cualquier lugar y momento, hace referencia a la Cruz de Cristo y por tanto, indirectamente también al pecado de quienes «no han creído en él», condenando a Jesucristo a la muerte de Cruz.

Desde este punto de vista es conveniente volver al acontecimiento de Pentecostés.

Notas

[102] Jn 16, 7.

[103] Jn 16, 7.

[104] Jn 16, 8-11

[105] Cf. Jn 3, 17; 12, 47

[106] Cf. Ef 6, 12.

[107] Const past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 2

[108] Cf. Ibid., 10, 13, 27, 37, 63, 73, 79, 80.

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