» bibel » Documentos » Juan Pablo II » Encíclicas de Juan Pablo II » Redemptoris missio » Capítulo III.- El Espíritu Santo protagonista de la Misión
El Espíritu está presente operante en todo tiempo y lugar
28. El Espíritu se manifiesta de modo particular en la Iglesia y en sus miembros; sin embargo, su presencia y acción son universales, sin límite alguno ni de espacio ni de tiempo.[35] El Concilio Vaticano II recuerda la acción del Espíritu en el corazón del hombre, mediante las «semillas de la Palabra», incluso en las iniciativas religiosas, en los esfuerzos de la actividad humana encaminados a la verdad, al bien y a Dios.[36]
El Espíritu ofrece al hombre «su luz y su fuerza ... a fin de que pueda responder a su máxima vocación»; mediante el Espíritu «el hombre llega por la fe a contemplar y saborear el misterio del plan divino»; más aún, «debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma que sólo Dios conoce, se asocien a este misterio pascual».[37] En todo caso, la Iglesia «sabe también que el hombre, atraído sin cesar por el Espíritu de Dios, nunca jamás será del todo indiferente ante el problema religioso» y «siempre deseará ... saber, al menos confusamente, el sentido de su vida, de su acción y de su muerte».[38] El Espíritu, pues, está en el origen mismo de la pregunta existencial y religiosa del hombre, la cual surge no sólo de situaciones contingentes, sino de la estructura misma de su ser.[39]
La presencia y la actividad del Espíritu no afectan únicamente a los individuos, sino también a la sociedad, a la historia, a los pueblos, a las culturas y a las religiones. En efecto, el Espíritu se halla en el origen de los nobles ideales y de las iniciativas de bien de la humanidad en camino; «con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra».[40] Cristo resucitado «obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro, sino también, por eso mismo, alentando, purificando y corroborando los generosos propósitos con que la familia humana intenta hacer más llevadera su vida y someter la tierra a este fin».[41] Es también el Espíritu quien esparce «las semillas de la Palabra» presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo.[42]
29. Así el Espíritu que «sopla donde quiere» (Jn 3, 8) y «obraba ya en el mundo aun antes de que Cristo fuera glorificado»,[43] que «llena el mundo y todo lo mantiene unido, que sabe todo cuanto se habla» (Sab 1, 7), nos lleva a abrir más nuestra mirada para considerar su acción presente en todo tiempo y lugar.[44] Es una llamada que yo mismo he hecho repetidamente y que me ha guiado en mis encuentros con los pueblos más diversos. La relación de la Iglesia con las demás religiones está guiada por un doble respeto: «Respeto por el hombre en su búsqueda de respuesta a las preguntas más profundas de la vida, y respeto por la acción del Espíritu en el hombre».[45] El encuentro interreligioso de Asís, excluida toda interpretación equívoca, ha querido reafirmar mi convicción de que «toda auténtica plegaria está movida por el Espíritu Santo, que está presente misteriosamente en el corazón de cada persona.[46]
Este Espíritu es el mismo que se ha hecho presente en la encarnación, en la vida, muerte y resurrección de Jesús y que actúa en la Iglesia. No es, por consiguiente, algo alternativo a Cristo, ni viene a llenar una especie de vacío, como a veces se da por hipótesis que exista entre Cristo y el Logos. Todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones tiene un papel de preparación evangélica,[47] y no puede menos de referirse a Cristo, Verbo encarnado por obra del Espíritu, «para que, hombre perfecto, salvara a todos y recapitulara todas las cosas».[48]
La acción universal del Espíritu no hay que separarla tampoco de la peculiar acción que despliega en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. En efecto, es siempre el Espíritu quien actúa, ya sea cuando vivifica la Iglesia y la impulsa a anunciar a Cristo, ya sea cuando siembra y desarrolla sus dones en todos los hombres y pueblos, guiando a la Iglesia a descubrirlos, promoverlos y recibirlos mediante el diálogo. Toda clase de presencia del Espíritu ha de ser acogida con estima y gratitud; pero el discernirla compete a la Iglesia, a la cual Cristo ha dado su Espíritu para guiarla hasta la verdad completa (cf. Jn 16, 13).
Notas
[35] Cf. Enc. Dominum et Vivificantem, 53: l.c., 874 s.
[36] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 3. 11. 15; Const. past. Gudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 10-11. 22. 26. 38. 41. 92-93.
[37] Conc Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 10. 15. 22.
[38] Ibid., 41.
[39] Cf. Enc. Dominum et Vivificantem, 54: l.c., 875-876 s.
[40] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 26.
[41] Ibid., 38; cf. 93.
[42] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 17; Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 3. 15.
[43] Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 4.
[44] Cf. Enc. Dominum et Vivificantern, 53: l.c., 874.
[45] Discurso a los representantes de las religiones no cristianas en Madrás, 5 de febrero de 1986: AAS 78 (1986), 767; cf. Mensaje a los Pueblos de Asia en Manila, 21 de febrero de 1981, 2-4: AAS 73 (1981), 392 s.; Discurso a los representantes de las religiones no cristianas en Tokyo, 24 de febrero de 1981, 3-4: Insegnamenti IV/1 (1981), 507 s.
[46] Discurso a los Cardenales y Prelados de la Curia Romana, 22 de diciembre de 1986, 11: AAS 79 (1987), 1089.
[47] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 16.
[48] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 45; cf. Enc. Dominum et Vivificantem, 54: l.c., 876.
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