» bibel » Documentos » Juan Pablo II » Encíclicas de Juan Pablo II » Redemptoris missio » Capítulo IV.- Los inmensos horizontes de la Misión Ad Gentes
Un marco religioso, complejo y en movimiento
32. Hoy nos encontramos ante una situación religiosa bastante diversificada y cambiante; los pueblos están en movimiento; realidades sociales y religiosas, que tiempo atrás eran claras y definidas, hoy día se transforman en situaciones complejas. Baste pensar en algunos fenómenos, como el urbanismo, las migraciones masivas, el movimiento de prófugos, la descristianización de países de antigua cristiandad, el influjo pujante del Evangelio y de sus valores en naciones de grandísima mayoría no cristiana, el pulular de mesianismos y sectas religiosas. Es un trastocamiento tal de situaciones religiosas y sociales, que resulta difícil aplicar concretamente determinadas distinciones y categorías eclesiales a las que ya estábamos acostumbrados. Antes del Concilio ya se decía de algunas metrópolis o tierras cristianas que se habían convertido en «países de misión»; ciertamente la situación no ha mejorado en los años sucesivos.
Por otra parte, la actividad misionera ha dado ya abundantes frutos en todas las partes del mundo, debido a lo cual hay ya Iglesias establecidas, a veces tan sólidas y maduras que proveen adecuadamente a las necesidades de las propias comunidades y envían también personal para la evangelización a otras Iglesias y territorios. Surge de aquí el contraste con áreas de antigua cristiandad, que es necesario reevangelizar. Tanto es así que algunos se preguntan si aún se puede hablar de actividad misionera específica o de ámbitos precisos de la misma, o más bien se debe admitir que existe una situación misionera única, no habiendo en consecuencia más que una sola misión, igual por todas partes. La dificultad de interpretar esta realidad compleja y mudable respecto al mandato de evangelización, se manifiesta ya en el mismo «vocabulario misionero»; por ejemplo, existe una cierta duda en usar los términos «misiones» y «misioneros», por considerarlos superados y cargados de resonancias históricas negativas. Se prefiere emplear el substantivo «misión» en singular y el adjetivo «misionero», para calificar toda actividad de la Iglesia.
Tal entorpecimiento esta indicando un cambio real que tiene aspectos positivos. La llamada vuelta o «repatriación» de las misiones a la misión de la Iglesia, la confluencia de la misionología en la eclesiología y la inserción de ambas en el designio trinitario de salvación, han dado un nuevo respiro a la misma actividad misionera, concebida no ya como una tarea al margen de la Iglesia, sino inserta en el centro de su vida, como compromiso básico de todo el Pueblo de Dios. Hay que precaverse, sin embargo, contra el riesgo de igualar situaciones muy distintas y de reducir, si no hacer desaparecer, la misión y los misioneros ad gentes. Afirmar que toda la Iglesia es misionera no excluye que haya una específica misión ad gentes; al igual que decir que todos los católicos deben ser misioneros, no excluye que haya «misioneros ad gentes y de por vida», por vocación específica.
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