» bibel » Documentos » Juan Pablo II » Encíclicas de Juan Pablo II » Redemptoris missio » Capítulo IV.- Los inmensos horizontes de la Misión Ad Gentes
Fidelidad a Cristo y promoción de la libertad del hombre
39. Todas las formas de la actividad misionera están marcadas por la conciencia de promover la libertad del hombre, anunciándole a Jesucristo. La Iglesia debe ser fiel a Cristo, del cual es el Cuerpo y continuadora de su misión. Es necesario que ella camine «por el mismo sendero que Cristo; es decir, por el sendero de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación propia hasta la muerte, de la que surgió victorioso por su resurrección».[63] La Iglesia, pues, tiene el deber de hacer todo lo posible para desarrollar su misión en el mundo y llegar a todos los pueblos; tiene también el derecho que le ha dado Dios para realizar su plan. La libertad religiosa, a veces todavía limitada o coartada, es la premisa y la garantía de todas las libertades que aseguran el bien común de las personas y de los pueblos. Es de desear que la auténtica libertad religiosa sea concedida a todos en todo lugar; ya con este fin la Iglesia despliega su labor en los diferentes países, especialmente en los de mayoría católica, donde tiene un mayor peso. No se trata de un problema de religión de mayoría o de minoría, sino más bien de un derecho inalienable de toda persona humana.
Por otra parte, la Iglesia se dirige al hombre en el pleno respeto de su libertad.[64] La misión no coarta la libertad, sino más bien la favorece. La Iglesia propone, no impone nada: respeta las personas y las culturas, y se detiene ante el sagrario de la conciencia. A quienes se oponen con los pretextos más variados a la actividad misionera de la Iglesia; ella va repitiendo: ¡Abrid las puertas a Cristo!
Me dirijo a todas las Iglesias particulares, jóvenes y antiguas. El mundo va unificándose cada vez más, el espíritu evangélico debe llevar a la superación de las barreras culturales y nacionalísticas, evitando toda cerrazón. Benedicto XV ya amonestaba a los misioneros de su tiempo a que, si acaso «se olvidaban de la propia dignidad, pensasen en su patria terrestre más que en la del cielo».[65] La misma amonestación vale hoy para las Iglesias particulares: ¡Abrid las puertas a los misioneros!, ya que «una Iglesia particular que se desgajara voluntariamente de la Iglesia universal perdería su referencia al designio de Dios y se empobrecería en su dimensión eclesial».[66]
Notas
[63] Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 5: cf. Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 8.
[64] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. Dignitatis humanae, sobre La libertad religiosa, 3-4; Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 79-80: l.c., 71-75; Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, 12: l.c., 278-281.
[65] Cart. Ap. Maximum illud: l.c., 446.
[66] Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 62: l.c., 52.
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