conoZe.com » bibel » Documentos » Juan Pablo II » Encíclicas de Juan Pablo II » Redemptoris missio » Capítulo V.- Los Caminos de la Misión

Encarnar el Evangelio en las culturas de los pueblos

52. Al desarrollar su actividad misionera entre las gentes, la Iglesia encuentra diversas culturas y se ve comprometida en el proceso de inculturación. Es ésta una exigencia que ha marcado todo su camino histórico, pero hoy es particularmente aguda y urgente.

El proceso de inserción de la Iglesia en las culturas de los pueblos requiere largo tiempo: no se trata de una mera adaptación externa, ya que la inculturación «significa una íntima transformación de los auténticos valores culturales mediante su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en las diversas culturas».[85] Es, pues, un proceso profundo y global que abarca tanto el mensaje cristiano, como la reflexión y la praxis de la Iglesia. Pero es también un proceso difícil, porque no debe comprometer en ningún modo las características y la integridad de la fe cristiana.

Por medio de la inculturación la Iglesia encarna el Evangelio en las diversas culturas y, al mismo tiempo, introduce a los pueblos con sus culturas en su misma comunidad; [86] transmite a las mismas sus propios valores, asumiendo lo que hay de bueno en ellas y renovándolas desde dentro.[87] Por su parte, con la inculturación, la Iglesia se hace signo más comprensible de lo que es e instrumento más apto para la misión.

Gracias a esta acción en las Iglesias locales, la misma Iglesia universal se enriquece con expresiones y valores en los diferentes sectores de la vida cristiana, como la evangelización, el culto, la teología, la caridad; conoce y expresa aún mejor el misterio de Cristo, a la vez que es alentada a una continua renovación. Estos temas, presentes en el Concilio y en el Magisterio posterior, los he afrontado repetidas veces en mis visitas pastorales a las Iglesias jóvenes.[88]

La inculturación es un camino lento que acompaña toda la vida misionera y requiere la aportación de los diversos colaboradores de la misión ad gentes, la de las comunidades cristianas a medida que se desarrollan, la de los Pastores que tienen la responsabilidad de discernir y fomentar su actuación.[89]

53. Los misioneros, provenientes de otras Iglesias y países, deben insertarse en el mundo sociocultural de aquellos a quienes son enviados, superando los condicionamientos del propio ambiente de origen. Así, deben aprender la lengua de la región donde trabajan, conocer las expresiones más significativas de aquella cultura, descubriendo sus valores por experiencia directa. Solamente con este conocimiento los misioneros podrán llevar a los pueblos de manera creíble y fructífera el conocimiento del misterio escondido (cf. Rom 16, 25–27; Ef 3, 5). Para ellos no se trata ciertamente de renegar a la propia identidad cultural, sino de comprender, apreciar, promover y evangelizar la del ambiente donde actúan y, por consiguiente, estar en condiciones de comunicar realmente con él, asumiendo un estilo de vida que sea signo de testimonio evangélico y de solidaridad con la gente.

Las comunidades eclesiales que se están formando, inspiradas en el Evangelio, podrán manifestar progresivamente la propia experiencia cristiana en manera y forma originales, conformes con las propias tradiciones culturales, con tal de que estén siempre en sintonía con las exigencias objetivas de la misma fe. A este respecto, especialmente en relación con los sectores de inculturación más delicados, las Iglesias particulares del mismo territorio deberán actuar en comunión entre si [90] y con toda la Iglesia, convencidas de que sólo la atención tanto a la Iglesia universal como a las Iglesias particulares las harán capaces de traducir el tesoro de la fe en la legitima variedad de sus expresiones.[91] Por esto, los grupos evangelizados ofrecerán los elementos para una «traducción» del mensaje evangélico [92] teniendo presente las aportaciones positivas recibidas a través de los siglos gracias al contacto del cristianismo con las diversas culturas, sin olvidar los peligros de alteraciones que a veces se han verificado.[93]

54. A este respecto, son fundamentales algunas indicaciones. La inculturación, en su recto proceso debe estar dirigida por dos principios: «la compatibilidad con el Evangelio de las varias culturas a asumir y la comunión con la Iglesia universal».[94] Los Obispos, guardianes del «depósito de la fe» se cuidarán de la fidelidad y, sobre todo, del discernimiento,[95] para lo cual es necesario un profundo equilibrio; en efecto, existe el riesgo de pasar acríticamente de una especie de alienación de la cultura a una supervaloración de la misma, que es un producto del hombre, en consecuencia, marcada por el pecado. También ella debe ser «purificada, elevada y perfeccionada».[96]

Este proceso necesita una gradualidad, para que sea verdaderamente expresión de la experiencia cristiana de la comunidad: «Será necesaria una incubación del misterio cristiano en el seno de vuestro pueblo —decía Pablo VI en Kampala—, para que su voz nativa, más límpida y franca, se levante armoniosa en el coro de las voces de la Iglesia universal».[97] Finalmente, la inculturación debe implicar a todo el pueblo de Dios, no sólo a algunos expertos, ya que se sabe que el pueblo reflexiona sobre el genuino sentido de la fe que nunca conviene perder de vista. Esta inculturación debe ser dirigida y estimulada, pero no forzada, para no suscitar reacciones negativas en los cristianos: debe ser expresión de la vida comunitaria, es decir, debe madurar en el seno de la comunidad, y no ser fruto exclusivo de investigaciones eruditas. La salvaguardia de los valores tradicionales es efecto de una fe madura.

Notas

[85] Ibid. II, D, 4.

[86] Cf. Exh. Ap. Catechesi tradendae (16 de octubre 1979), 53: AAS 71 (1979), 1320; Ep. Enc. Slavorum apostoli (2 de junio de 1985), 21: AAS 77 (1985), pp. 802 s.

[87] Cf. Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 20: l.c., 18.

[88] Cf. Discurso a los Obispos delZaire en Kinsasa, 3 de mayo de 1980, 4-6: AAS 72 (1980), 432-435; Discurso a los Obispos de Kenya en Nairobi, 7 de rnayo de 1980, 6: AAS 72 (1980), 497; Discurso a los Obispos de la India en Delhi, 1 de febrero de 1986, 5: AAS 78 (1986), 748 s.; Homilía en Cartagena (Colombia), 6 de julio de 1986, 7-8: AAS 79 (1987), 105 s.; cf. también Ep. Enc. Slavorum apostoli, 21-22: l.c. 802-804.

[89] Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 22.

[90] Cf. ibid.

[91] Cf. Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 64: l.c., 55.

[92] Las Iglesias particulares «tienen la función de asimilar lo esencial del mensaje evangélico, de trasvasarlo, sin la menor traición a su verdad esencial, al lenguaje que esos hombres comprenden, y, después, de anunciarlo con ese mismo lenguaje... El lenguaje debe entenderse aquí no tanto a nivel semántico o literario cuanto al que podría llamarse antropológico y cultural» (Ibid., 63: l.c., 53)

[93] Cf. Discurso en la Audiencia general del 13 abril de 1988: Insegnamenti XI/1 (1988), 877-881.

[94] Exh. Ap. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 10, en la que se trata de la inculturación «en el ámbito del matrimonio y de la familia»: AAS 74 (1982), 91.

[95] Cf. Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandii, 63-65: l.c., 53-56.

[96] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 17.

[97] Discurso a los participantes en el Simposio de los Obispos de Africa, en Kampala, 31 de julio de 1969, 2: AAS 61 (1969), 577.

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