» bibel » Documentos » Juan Pablo II » Encíclicas de Juan Pablo II » Redemptoris missio » Capítulo VII.- La Cooperación en la Actividad Misionera
«Heme aquí, Señor, estoy dispuesto, envíame» (cf. Is 6, 8)
79. La cooperación se manifiesta además en el promover las vocaciones misioneras. A este respecto, hay que reconocer la validez de las diversas formas de actividad misionera; pero, al mismo tiempo, es necesario reafirmar la prioridad de la donación total y perpetua a la obra de las misiones, especialmente en los Institutos y Congregaciones misioneras, masculinas y femeninas. La promoción de estas vocaciones es el corazón de la cooperación: el anuncio del Evangelio requiere anunciadores, la mies necesita obreros, la misión se hace, sobre todo, con hombres y mujeres consagrados de por vida a la obra del Evangelio, dispuestos a ir por todo el mundo para llevar la salvación.
Deseo, por tanto, recordar y alentar esta solicitud por las vocaciones misioneras. Conscientes de la responsabilidad universal de los pueblos cristianos en contribuir a la obra misional y al desarrollo de los pueblos pobres, debemos preguntarnos por qué en varias naciones, mientras aumentan los donativos, se corre el peligro de que desaparezcan las vocaciones misioneras, las cuales reflejan la verdadera dimensión de la entrega a los hermanos. Las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada son un signo seguro de la vitalidad de una Iglesia.
80. Pensando en este grave problema, dirijo mi llamada, con particular confianza y afecto, a las familias y a los jóvenes. Las familias y, sobre todo, los padres han de ser conscientes de que deben dar «una contribución particular a la causa misionera de la Iglesia, cultivando las vocaciones misioneras entre sus hijos e hijas».[167]
Una vida de oración intensa, un sentido real del servicio al prójimo y una generosa participación en las actividades eclesiales ofrecen a las familias las condiciones favorables para la vocación de los jóvenes. Cuando los padres están dispuestos a consentir que uno de sus hijos marche para la misión, cuando han pedido al Señor esta gracia, él los recompensará, con gozo, el día en que un hijo suyo o hija escuche su llamada.
A los mismos jóvenes ruego que escuchen la palabra de Cristo que les dice, igual que a Simón Pedro y Andrés en la orilla del lago: «Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres» (Mt 4, 19). Que los jóvenes tengan la valentía de responder, igual que Isaías: «Heme aquí, Señor, estoy dispuesto, envíame» (cf. Is 6, 8). Ellos tendrán ante sí una vida atrayente y experimentarán la verdadera satisfacción de anunciar la «Buena Nueva» a los hermanos y hermanas, a quienes guiarán por el camino de la salvación.
Notas
[167] Exh. Ap.Familiaris consortio, 54: l.c., 147.
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