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El evangelio de Judas y las «nuevas» revelaciones sobre Jesús

El 9 de abril del 2006, National Geographic estrenó un documental sobre «El Evangelio prohibido de Judas», preguntándose si esta nueva revelación no pondría en tela de juicio las creencias cristianas en general y a la Iglesia católica en particular.

Este manuscrito, formado por 13 planchas de papiro antiquísimo (26 páginas), fue encontrado en el año 1978 en Egipto, a orillas del río Nilo en la zona de Al-Minya, pero fue pasando por varias manos, hasta que se hizo público el pasado 6 de abril en Washington.

El manuscrito fue sacado ilegalmente de Egipto y permaneció durante casi 20 años guardado en un banco de Long Island, en Nueva York, sin que se advirtiera la importancia del hallazgo, hasta que en el 2002, una fundación suiza lo compró y financió la restauración del mismo. La organización quiso venderlo a varios museos, pero por su salida ilegal no pudo hacerlo y decidió hacer un acuerdo con la National Geographic para su divulgación internacional, y así llega hasta nosotros.

¿Cuál es su origen?

Hay importantes datos que pasan inadvertidos para muchos «especialistas» que nos hablan de la «nueva revelación». Y es que, este hallazgo es una traducción copta del siglo IV d.C., de un original anterior escrito en griego entre el 180 y el 190 d.C. O sea que el original es de finales del siglo II y también sabemos que no es cristiano, sino un escrito de sectas gnósticas, cuyas doctrinas saltan a la vista en el texto.

El mismo Ireneo de Lyon lo menciona en su obra Adversus Haereses (s. II), atribuyendo este «evangelio de Judas» a la secta gnóstica de los cainitas (A.H. 1,31,1). En el siglo II en esas zonas rendían culto a Caín (el primer asesino) y también a la Serpiente (Ofitas).

Stephen Emmel, profesor de paleografía copta de la Universidad de Münster y estudioso del manuscrito, afirmó que una vez analizado, será enviado al museo de El Cairo en Egipto en forma permanente.

Este manuscrito es muy importante para la historia de las religiones, como fue el resto de los escritos gnósticos hallados en Nag Hammadi en 1945 y probablemente sea uno de los tantos que se extravió en aquel primer hallazgo de textos gnósticos en Egipto. Vale mucho más para la historia de la teología y para conocer el gnosticismo del siglo II que para revelar algún secreto sobre el cristianismo primitivo o sobre Jesús de Nazareth.

Entenderlo como un documento sobre verdades cristianas, es tan ingenuo como si dentro de 2000 años encontraran el Código Da Vinci o un libro de la delirante «Metafísica Cristiana New Age» de Conny Méndez y se dijera que eran textos cristianos porque hablan de Jesús y buscaran encontrar en ellos lo que creían los católicos del año 2006. Estarían muy lejos de la realidad.

Además el género literario parece que no lo tienen en cuenta, lo quieren leer como si estuviera escrito al estilo de la historia moderna y el texto tiene casi 1800 años. ¿Ingenuidad o rentabilidad?

El «boom» de los Evangelios Apócrifos

En los últimos años ha resurgido un gran interés por documentos antiguos y por la literatura apócrifa, y mucho de ello se debe a una búsqueda ingenua de querer encontrar en estos escritos algunas verdades misteriosas que las iglesias habrían ocultado por miedo a que alguien descubriera «la verdad sobre Jesús» o que «la Iglesia se derrumbe en sus creencias». Muchos piensan que porque se llamen «evangelios» y aparezca el nombre de un «apóstol» ya eso acreditaría su autenticidad. Pero esto es por falta de información histórica al respecto.

A todo el mundo le gusta que le cuenten la versión «no oficial» o «no autorizada» de los hechos. Lo «no dicho», lo oculto, aunque sea inexistente, suena interesante y atractivo. Lo misterioso y extraño tiene mayor público que los buenos libros de historia, como sucede con los divagues de Dan Brown y sus novelas pseudohistóricas.

Muchos han afirmado que el estreno mundial del documental sobre «Judas» en el comienzo de la Semana Santa y a un mes del estreno del Código Da Vinci, sea una estrategia sensacionalista de marketing. Y es probable.

Distinguiendo un poco

Los cuatro evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, son los aceptados por el cristianismo (no solo por católicos, sino por todas las iglesias cristianas) como fuente cierta y segura de revelación desde comienzos del siglo II hasta hoy y se les llama canónicos.

En cambio se llaman apócrifos — a veces peyorativamente- a los considerados como ajenos a la tradición cristiana. Sin embargo el término apócrifo ( <!— /* Style Definitions */ p.MsoNormal, li.MsoNormal, div.MsoNormal {mso-style-parent:""; margin:0cm; margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:12.0pt; font-family:"Times New Roman"; mso-fareast-font-family:"Times New Roman";} @page Section1 {size:612.0pt 792.0pt; margin:70.85pt 3.0cm 70.85pt 3.0cm; mso-header-margin:36.0pt; mso-footer-margin:36.0pt; mso-paper-source:0;} div.Section1 {page:Section1;} —> apokrypto: oculto) fue usado por los mismos autores de estos textos «ocultos», dando a entender su perfil esotérico, reservado a una elite de iniciados en sus misteriosas doctrinas. No se les llamó ocultos por estar escondidos, sino por su origen esotérico y luego se hizo costumbre identificar apócrifo con no canónico, no inspirado, etc.

Los cuatro evangelios canónicos (que son regla de fe para los cristianos, y son considerados como inspirados) de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, fueron escritos entre el año 50 y el 95 según los estudios más recientes. Estos escritos pertenecen a las comunidades cristianas de los primeros testigos y tienen un origen apostólico y eran de uso generalizado (católico=universal) en los primeros siglos de la era cristiana. No fueron cambiados ni corregidos, y esto lo sabemos porque se dispone de gran cantidad de copias y traducciones hechas en la antigüedad. También se poseen escritos de autores de los primeros siglos que citan y comentan estos textos, lo cual nos permite comparar y ver la fidelidad en la trasmisión hasta nuestros días. No sería posible ocultar algo que fue dado a conocer desde el principio. Además, el criterio de canonicidad tiene que ver con el serio conocimiento del origen de tal o cual evangelio como vinculado directa y realmente a un Apóstol o discípulo del mismo, acreditado a su vez por las otras comunidades cristianas que servían de referentes por estar conectadas también con un origen apostólico.

En el Concilio de Trento (s. XVI) se define dogmáticamente el canon actual de la Biblia, pero ya desde el siglo IV hay elencos completos de los libros canónicos (Concilio de Cartago, 397), y el decreto Gelasiano del Sínodo de Roma, 383, es el primer documento romano autorizado con la lista completa del canon. Ya a finales del siglo II, Ireneo de Lyon defiende la canonicidad de los cuatro evangelios canónicos frente a las sectas gnósticas. Por lo tanto, ya en los comienzos de la Iglesia, los cuatro evangelios canónicos y las cartas de san Pablo ya eran considerados como auténticamente inspirados y de autoridad apostólica.

En la época del Canon Muratoriano[1] - que data aproximadamente del 190 DC- el reconocimiento de los cuatro evangelios como canónicos y la exclusión de textos gnósticos era un proceso que se encontraba ya sustancialmente completo.

En torno al Antiguo Testamento, en el siglo XVI la «reforma protestante» en una deseada vueltas a las fuentes acepta el canon de la Biblia hebrea, que no contiene algunos libros que si tiene la traducción griega (LXX), que era la que se usaba en la primitiva comunidad apostólica. Si bien la Biblia católica incluye 7 libros más del Antiguo Testamento en comparación con las protestantes, en torno al Nuevo Testamento todas las tradiciones cristianas siempre se mantuvieron los 27 libros canónicos que hoy conocemos.

Obviamente que los textos gnósticos, por no ser cristianos nunca formaron parte de la lista de libros revelados y auténticos entre los cristianos de todos los tiempos.

No hay nada oculto

Por otra parte, existen otros escritos posteriores, escritos entre el s. II y el IV, los cuales tienen por autores a miembros de distintas sectas gnósticas de la antigüedad y de otros grupos pseudocristianos, cuyos textos fueron llamados también «evangelios» y bajo pseudoepígrafes de Apóstoles —sin conexión histórica con los mismos-, como: «Tomás», «Pedro, «María Magdalena», «Santiago», «Felipe», «Andrés», «Judas», etc. ¿Qué quiere decir esto? Que usaban el nombre de un apóstol para darle mayor autoridad a esos textos tardíos, y no tenían ninguna relación con las comunidades apostólicas. Y obviamente no fueron escritos por los apóstoles que murieron en el siglo I.

Estos textos fueron rechazados por las comunidades cristianas desde sus comienzos, ya que sus contenidos además de ser bastante fantasiosos sobre la vida de Jesús (acomodados a las doctrinas gnósticas y esotéricas con un Jesús lejano al histórico) eran irreconciliables con lo transmitido oralmente y por escrito en las primeras comunidades cristianas. Sólo unos pocos escritos apócrifos judeocristianos —algunos contaminados de gnosticismo— influyeron en la liturgia, en historias populares, y en el arte, pero nunca entraron en el canon. Aunque se los llame ocultos (apócrifos), no están escondidos en ninguna parte, ya que se pueden adquirir, hace ya varios años, en cualquier librería que tenga textos religiosos.

Y los originales tampoco están en algún lugar secreto del Vaticano —como afirma la película Estigma-, sino en diferentes museos, como el evangelio apócrifo «de Tomás», que está en el Museo de El Cairo (Egipto) desde su hallazgo en 1945. Cualquiera los puede leer, pero la Iglesia nunca los aceptará como regla de fe, ya que estos no fueron aceptados desde el principio y no son fuente de revelación para el cristianismo, sencillamente porque no transmiten la fe de los Apóstoles, sino un Jesús reinventado por las sectas gnósticas y esotéricas que mezclaban doctrinas de religiones orientales con la fe de la Iglesia primitiva y elementos de la literatura apocalíptica judía (apócrifa).

Sencillamente no son evangelios cristianos, aunque se llamen «evangelios», ni tienen por autor a ningún apóstol o sucesor directo del mismo. No es como muchos creen que en la época postapostólica andaban cientos de evangelios circulando entre las comunidades. Porque todos estos textos apòcrifos son muy posteriores.

Los Primeros Cristianos y los Evangelios

En la tradición cristiana existen también textos primitivos, de autores de gran importancia, que no fueron rechazados y se usaron para la enseñanza. Sin embargo no entraron en el canon y son poco conocidos. Muchos de ellos nos muestran interesantes datos sobre el cristianismo primitivo, sus celebraciones, sus creencias y enseñanzas, y no por ello se los integró al canon de la Biblia, ni tampoco se los escondió en ningún lado (Didakhé o Enseñanza de los Apóstoles, Pastor de Hermas, Carta de Bernabé, 1ª Clemente (96 d.C), etc.)

Si leemos a un gran escritor sirio de la antigüedad como Taciano (110 -?), quien en el siglo II escribió el Diatessaron[2] (una vida de Jesús que mezcla los evangelios que conocía), constataremos al leerlo, que sus únicas fuentes son los cuatro evangelios que hoy llamamos canónicos y algunos escritos no canónicos de origen judeocristiano. En sus escritos, la humanidad y divinidad de Cristo, así como su mensaje, están tal cual los conocemos por la tradición cristiana. Y eso que Taciano fue excomulgado por hereje por pasarse al gnosticismo de los marcionitas, llegando a liderar una secta conocida como encratitas.

Siendo el Diatessaron la historia más antigua que se conoce sobre Jesús y de un autor no ortodoxo, está apoyada fundamentalmente en los Evangelios auténticamente apostólicos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

Es importante resaltar, contra nuestra curiosidad por el género biográfico, que los evangelistas no quisieron escribir una biografía de Jesús, no fue ésta su intención. Ellos entregaban a sus comunidades la verdad del acontecimiento Jesucristo como fundamento de su fe, el testimonio de lo vivido y la enseñanza concerniente a la salvación. Su objetivo no fue hacer un documental, sino testimoniar y transmitir lo recibido fielmente. Como acertadamente escribe Jesús Álvarez M: «La fe de los evangelistas no inventa los hechos. Les busca el sentido y los interpreta. La misma fe les obligaba a la más estricta fidelidad a los hechos. Incluso llegaron a morir por ella».

Con razón decía Pascal: «Creo de buen grado las historias de cuyos testigos se dejan degollar».

Conclusión: La iglesia no ocultó ningún evangelio, simplemente descartó desde sus orígenes aquellos escritos que no tenían origen apostólico y cuyas historias fantásticas contrastaban con los textos más antiguos. Los verdaderos evangelios para el cristianismo son los que encontramos en la Biblia (Marcos, Mateo, Lucas y Juan), son los más antiguos y no fueron modificados.

Quiénes eran los gnósticos y qué creían

Para comprender el origen y la doctrina de estos textos tardíos conocidos como «evangelios gnósticos» encontrados en Nag Hammadi (Egipto), es necesario introducirnos brevemente en el movimiento que les dio origen, y así comprender el rechazo cristiano por estos textos, como su no vinculación con el Jesús histórico.

El gnosticismo (gnosis: conocimiento) es un movimiento espiritual pre-cristiano fruto del sincretismo de elementos iranios con otros mesopotámicos, de escuelas filosóficas griegas como el platonismo y el pitagorismo, y de la tradición apocalíptica judía. «Estalla públicamente a mediados del siglo II como una tendencia poderosa e identificable con numerosos maestros, diversidad de escuelas y amplia expansión (Palestina, Siria, Arabia, Egipto, Italia y la Galia)» (García Bazán). Se caracterizan por buscar la salvación a través del conocimiento reservado a unos pocos y por un marcado dualismo cosmológico y antropológico. No buscaban un conocimiento de tipo intelectual, sino espiritual e intuitivo, a saber: el descubrimiento de la propia naturaleza divina, eterna, escondida y encerrada en la cárcel del cuerpo y la psique. Un conocimiento reservado a una élite de hombres «espirituales».

Con el nacimiento del cristianismo, tomará contacto con éste y dará lugar a una larga lista de sectas que mezclaban elementos gnósticos y cristianos, confundiendo a las mismas comunidades cristianas (como hoy pasa con la literatura New Age).

Los llamados «Evangelios Gnósticos» encontrados en Nag Hammadi y el de Judas son producto de estas sectas, que son posteriores a la época apostólica y no tienen un origen verdaderamente cristiano, de ahí que no se los reconozca como auténticos evangelios. Sin embargo son un importante hallazgo para conocer el gnosticismo de esa época.

El gnosticismo antiguo, aunque no era homogéneo en sus doctrinas, tenía un importante desprecio por el mundo material y por el cuerpo.

Los gnósticos creían que el mundo material en el que vivimos es una catástrofe cósmica y que de alguna manera, chispas de la divinidad han caído, quedando atrapadas en la materia y necesitan escapar y volver a su origen. El escape de la materia lo logran cuando adquieren conciencia cabal de su situación y de su origen divino, este conocimiento es la «gnosis». Por lo tanto la única forma de salvación no es por obra de Dios, sino por la adquisición de la propia conciencia de tener en sí la «chispa divina». Muchas de estas doctrinas como una «autosalvación», «autodivinización», reencarnación, cierto panteísmo, y la diferenciación entre Jesús y Cristo como realidades separadas, vuelven a aparecer en los movimientos new agers como la Metafísica Cristiana de Conny Mendez, Los Ishayas, y las modernas sectas gnósticas y esotéricas. Una realidad que a muchos cristianos les pasa desapercibido, debido al uso de un confuso lenguaje esotérico con barniz cristiano, por parte de estos grupos.

Es preciso resaltar que las creencias gnósticas son fuertemente anticristianas y niegan la encarnación del Verbo, la muerte y resurrección de Jesús, además de tener una pesimista visión del mundo. Es gracias al testimonio de muchos escritos cristianos contra los gnósticos que conocemos muchas de sus creencias. Los dogmas proclamados por el cristianismo primitivo se fijaron para salvar la fe original de la contaminación de ideas gnósticas que comenzaron a proliferar en el mundo helenístico y dentro del imperio romano entre los siglos II al V d.C. Estas sectas y creencias gnósticas son los autores de los llamados «evangelios gnósticos» con los que algunos se ilusionan en encontrar algo más original que lo que sabemos de Jesús, pero para su decepción estos textos no son cristianos, y son muy posteriores a los cuatro que la Iglesia aceptó como auténticos. Eso sí, muchos gnósticos —al igual que algunas sectas de hoy- se autoproclamaban los «verdaderos cristianos», de ahí la confusión de muchos ante el estratégico uso de la terminología cristiana con contenidos y sentidos ajenos a la revelación bíblica.

Tampoco es cierto que el gnosticismo fuera un cristianismo marginal, sino que existía una mutua desacreditación como dos religiones enemigas. No solo los cristianos rechazaban a los gnósticos por tergiversar el mensaje y la vida de Jesús con doctrinas orientales y filosofías extrañas, sino que los gnósticos también rechazaban y atacaban a los cristianos ortodoxos por considerarlos seres inferiores espiritualmente. El ataque era mutuo, solo que el gnosticismo por su naturaleza sincretista de mezclar elementos de cualquier religión, asimilaba lo cristiano a su manera y da impresión de tolerante. Alcanza con leer los mutuos ataques doctrinales de aquella época. El mismo historiador Paul Johnson escribe: «Los grupos gnósticos se apoderaron de fragmentos del cristianismo, pero tendieron a desprenderlos de sus orígenes históricos. Estaban helenizándolo, del mismo modo que helenizaron otros cultos orientales (a menudo amalgamando los resultados)...» Pablo luchó esforzadamente contra el gnosticismo pues advirtió que podía devorar al cristianismo y destruirlo. En Corinto conoció a cristianos cultos que había reducido a Jesús a un mito. Entre los colosenses halló a cristianos que adoraban a espíritus y ángeles intermedios. Era difícil combatir al gnosticismo porque, a semejanza de la hidra, tenía muchas cabezas y siempre estaba cambiando. Por supuesto, todas las sectas tenían sus propios códigos y en general se odiaban unas a otras. En algunas confluían la cosmogonía de Platón con la historia de Adán y Eva, y se la interpretaba de diferentes modos: así, los ofitas veneraban a las serpientes... y maldecían a Jesús en su liturgia...» (Historia del cristianismo)

Es un anacronismo imaginar que los gnósticos eran tolerantes y pluralistas por ser sincretistas, sino que eran dogmáticos en su propia doctrina.

Una mirada al manuscrito gnóstico de «Judas»

En el evangelio gnóstico de Judas, Jesús le dice que será el encargado de liberarlo de su cuerpo, con un claro desprecio del mismo y marcando la identidad de Jesús como un ser puramente espiritual, revestido provisoriamente de materia. En estas referencias se hace explícita la mentalidad gnóstica contra el cuerpo y la consecuente negación de la salvación en el sentido cristiano original.

En los versículos se observa claramente la tendencia al elitismo del conocimiento gnóstico por parte del protagonista (Judas) y el pesimismo en la visión del mundo.

Judas no habría sido el traidor que vendió a Jesús por 30 monedas de plata, sino el discípulo privilegiado al que encarga la misión más difícil, sacrificarlo, para ayudar a su esencia divina a escapar de la prisión del cuerpo y elevarse al espacio celestial (cosmovisión gnóstica). Esos conceptos de «esencia divina» y la visión del cuerpo como un simple «traje» no es bíblica, y por lo tanto tampoco cristiana, más bien nos recuerda al neoplatonismo. La misma doctrina gnóstica al leerse parece muy confusa.

«Cuando apareció Jesús en la tierra hizo milagros y grandes maravillas... A menudo no se le aparecía a sus discípulos como él mismo, sino como un niño».

...Cuando se acercó a ellos y los vio dando gracias por el pan y se rió... No están haciendo esto por propia voluntad sino porque es a través de esto que su dios será alabado...

...Dejen que cualquiera de ustedes sea lo suficientemente fuerte entre los humanos manifieste al hombre perfecto y se pare frente a mi cara. Ellos dijeron: «Tenemos la fuerza» pero sus espíritus no se atrevieron a pararse frente a él, excepto Judas Iscariote. El se puso delante de Jesús, pero no pudo mirarlo a los ojos y dio vuelta su cara. Le dijo «yo sé quién eres y de donde vienes. Tu vienes del reino inmortal de Barbelo. Y yo no soy digno de pronunciar el nombre de quien te ha enviado».

Jesús le dijo: «Apártate de los demás y te contaré los misterios del reino. Es posible que lo alcances, pero deberás asumir un gran trato».

«Judas levantó sus ojos y vio la nube luminosa y entró en ella. Los que estaban en el suelo escucharon una voz desde la nube...»

«Tú serás el decimotercero, y serás maldito por generaciones, y vendrás para reinar sobre ellos. En los últimos días maldecirán tu ascensión a la [generación] bendita».

«Por ti se sacrificará el hombre que me reviste»

«Y fueron a Judas y le dijeron: "¿Qué haces aquí? Tú eres discípulo de Jesús». Judas les respondió como ellos deseaban. Y recibió algo de dinero y les entregó a Jesús.

Si leemos los «evangelios» gnósticos de María, de Felipe y de Judas, veremos que esos textos siempre posicionan a su apóstol de cabecera como el receptor privilegiado de las revelaciones gnósticas que traería Jesús. En el caso de Judas es clara una preferencia de Jesús por contarle cosas en secreto y le advierte de la oposición de los otros apóstoles.

Cuestiones de sentido común

La Iglesia tuvo que fijar algunas de las creencias fundamentales de la fe primitiva (dogmas) debido a la confusión que armaron los escritos gnósticos en muchos cristianos. Los dogmas no modifican lo que se cree antes, sino que formula la fe de modo claro y explícito en un lenguaje que todos entiendan y no en afirmaciones ambiguas que dan lugar a cualquier interpretación que aleje de la fe original de los apóstoles. Servían para aclarar al pueblo creyente cuál es la verdadera fe cristiana, en que creyeron siempre los discípulos de Jesús y para no dejarse confundir por nuevas doctrinas extrañas al Evangelio que quieran acomodar a Jesús a sus caprichos. Como sucede ahora con el movimiento New Age, el libro de Urantia, Sixto Paz con sus telenovelas cósmicas, J.J. Benitez con su caballo de Troya, los seguidores del Da Vinci Code y las supuestas nuevas revelaciones extraterrestres sobre Jesús como las del estigmatizado Giorgio Bongiovanni, donde la fantasía que llena curiosidades siempre quiere ser la versión oculta —esotérica- de la historia. A la hora del delirio las nuevas versiones de la gnosis se ponen de moda y tienen bastante público entre aquellos que están ávidos de cosas misteriosas y extrañas.

Hace falta que los cristianos se formen mejor en lo concerniente a su fe y de manera especial en las Sagradas Escrituras. Lo ideal es no quedarse con la catequesis de niños como si fuera un tratado de teología y seguir leyendo la Biblia como si fuera un cuentito o en forma literal y fundamentalista como algunas sectas. Si alguien quiere saber sobre la fe cristiana no debería apelar a lo que aprendió de niño como un cuento, sino ahondar madura y profundamente en su fe, ya sea porque su propia fe se lo exige, ya sea para conocer seriamente una religión que no es un cuento de hadas, que se caerá con un hallazgo arqueológico.

La Biblia no cayó del cielo, es la Palabra de Dios en palabras humanas, producto de un pueblo y de comunidades creyentes. Y sin la fe y el conocimiento que sólo esa comunidad tiene, ¿puede interpretar bien alguien que desconozca la tradición interpretativa de esos textos?

La misma Biblia advierte: «Ante todo tengan presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia; porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios» (2 Pe 1,20).

¿Puedo leer de cualquier manera algo que no conozco ni su historia, ni su contexto, ni su origen, ni su sentido original, pretendiendo que sea más legítima mi interpretación subjetiva que quien de verdad conoce todas las puntas del tema?

Como dijera un antiguo proverbio: «La enfermedad del ignorante es ignorar su propia ignorancia».

¡No hay nada que esconder!

La mayoría de las sectas esotéricas y los autores e intelectuales vinculados al ocultismo están convencidos de que el cristianismo tiene «secretos» de contenido religioso que no revela, como si existiese un esoterismo cristiano y les fascina el tema de los evangelios apócrifos y mejor si esta mal manejado y lleno de fantasías insostenibles. Y la verdad es que nunca existió, ni existe tal realidad, en cuanto verdades doctrinales ocultas que solo una élite cristiana conoce. Eso es una ilusión de algunos, pero que no pocos alimentan.

El punto de partida de la fe cristiana es la aceptación de lo que Dios ha revelado y no de lo que oculta. El cristiano cree que en Cristo, Dios ha revelado todo lo necesario para la salvación de la humanidad. El cristianismo es una religión exotérica, hacia fuera, universal y no esotérica, porque no oculta nada. Jesucristo mismo envía a todos sus apóstoles a dar a conocer todo lo que él les ha enseñado (Mateo 28,20ss).

La Biblia no es un libro de literatura fantástica, pero tampoco un libro de Historia Universal con biografías de la historiografía moderna, ni tampoco un libro de ciencia. Lo único que les importaba a los autores de los textos sagrados es lo concerniente a la revelación de Dios y la salvación, pero no les interesaba hacer una enciclopedia.

Debido a la crisis cultural en la que estamos viviendo, está aconteciendo una nueva emergencia gnóstica y esotérica, de ahí el éxito de toda literatura que se vincule a estas temáticas y el sensacionalismo que se genera con hallazgos con el de este texto gnóstico. Es una pena que pocos conozcan la verdadera historia, tal vez no quieran saberla porque sus mágicas fantasías caerían al suelo demasiado rápido.

El Gran Complot: ¿conspiración de 2000 años?

A raíz de la literatura esotérica, los apócrifos y novelas como el Código Da Vinci, no son pocos los que se unen al cultural prejuicio anticatólico y afirman que la Iglesia conspiró para ocultar estos textos a lo largo de la historia. Pero, con un poco de sentido común vemos que todos los cristianos (un quinto de la humanidad), tanto católicos, como ortodoxos, el protestantismo histórico, anglicanos, bautistas, metodistas, evangélicos y pentecostales, coinciden en los 4 evangelios canónicos del Nuevo Testamento como fuentes fieles de revelación, en la divinidad de Cristo, en la resurrección, y en la mayoría de las verdades fundamentales de la fe cristiana, transmitida por los Apóstoles y sus sucesores.

Sería tonto pensar que la Iglesia católica oculta cosas, y que el resto del cristianismo permanece ingenuo y acrítico ante la verdad sobre Jesucristo y los Evangelios. Esto obligaría a pensar en una conspiración de todo el cristianismo mundial a lo largo de 2000 años —no solo de católicos- por ocultar tantas cosas sobre Jesús. Es insostenible algo así. ¿Nadie se dio cuenta antes de un engaño tan grande?

Y si Judas no hubiese existido, o su historia fuera otra, nada hubiera cambiado para el cristianismo, porque es algo muy secundario. El problema es que la información cultural sobre el catolicismo en la opinión pública es demasiado superflua y pobre.

¿Ignorancia religiosa?

A nadie le es ajeno el dato de la extendida y creciente ignorancia en materia de cultura religiosa en nuestro país. No tenemos mucha idea de la historia de las religiones, de los símbolos religiosos, del arte religioso, de las distintas mitologías, de los libros sagrados, etc. La existencia o no de Dios es un tema aparte, pero la religión es un hecho humano específico e innegable, que debe ser estudiado desde las diversas disciplinas académicas. Y Uruguay, en comparación con otros países del mundo renguea en lo que a cultura religiosa se refiere. Esto nos deja vulnerables frente a cualquier discurso o interpretación sobre temas religiosos descontextualizados, donde hoy proliferan cientos de libros y revistas, sectas, cursos y conferencias, sobre temas que uno no sabe si se trata de religiosidad o ciencia ficción, y no siempre se tiene herramientas académicas para discernir adecuadamente. Si la gran masa de lectores que se acercan a novelas como «El Código Da Vinci» tuvieran un acceso posible y serio a la historia del cristianismo, no hubiera tenido tanta trascendencia, porque su pretensión de veracidad es insostenible.

Creemos que la enseñanza seria, objetiva, laica, de las distintas religiones en la historia de la humanidad y del presente, tarde o temprano tendrán que incluirse en los programas curriculares de enseñanza, de lo contrario seguiremos siendo incapaces de discernir entre lo real y lo fantástico, incapaces de reconocer una tontería con halo de sabiduría de una verdad histórica.

Las sensacionalistas interpretaciones sobre el tema de los textos apócrifos está siempre pronta para los ávidos clientes de novedades sin mucho fundamento.

Conclusión

Finalmente, lo que se puede encontrar en el Evangelio de Judas y en los textos gnósticos de Nag Hammadi son cuestiones de mayor interés para los eruditos de la investigación histórica y arqueológica sobre el gnosticismo antiguo, que para el público en general, que apenas comprende la cosmovisión gnóstica como para poder interpretar esos textos, y menos aún si se dieran cuenta que no aporta nada sobre el Jesús histórico y su mensaje.

El hallazgo es un valioso aporte a la investigación histórica y al conocimiento del gnosticismo antiguo, pero ni sobre Jesús, ni sobre Judas encontraremos algo nuevo, porque obviamente se trata de un texto gnóstico tardío.


[1] Este documento, una lista canónica de origen romano, nos ha llegado en un manuscrito latino del s. VIII, ha recibido el nombre "de Muratori" por el bibliotecario milanés que lo descubrió en el siglo XVIII.

[2] TACIANO, La más antigua vida de Jesús: Diatessaron (siglo II), Edibesa, Madrid, 1999. El original fue descubierto en Dura-Europos en 1933, pero lo conocíamos por citas de Eusebio de Cesarea, San Jerónimo y San Efrén, entre otros.

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