» bibel » Documentos » Juan Pablo II » Encíclicas de Juan Pablo II » Ut unum sint » I.- El compromiso Ecumenico de la Iglesia Católica
Renovación y conversión
15. Pasando de los principios, del imperativo de la conciencia cristiana, a la realización del camino ecuménico hacia la unidad, el Concilio Vaticano II pone sobre todo de relieve la necesidad de conversión interior. El anuncio mesiánico «el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca» y la llamada consiguiente «convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1, 15), con la que Jesús inaugura su misión, indican el elemento esencial que debe caracterizar todo nuevo inicio: la necesidad fundamental de la evangelización en cada etapa del camino salvífico de la Iglesia. Esto se refiere, de modo particular, al proceso iniciado por el Concilio Vaticano II, incluyendo en la renovación la tarea ecuménica de unir a los cristianos divididos entre sí. «No hay verdadero ecumenismo sin conversión interior».[21]
El Concilio llama tanto a la conversión personal como a la comunitaria. La aspiración de cada Comunidad cristiana a la unidad es paralela a su fidelidad al Evangelio. Cuando se trata de personas que viven su vocación cristiana, el Evangelio habla de conversión interior, de una renovación de la mente. [22]
Cada uno debe pues convertirse más radicalmente al Evangelio y, sin perder nunca de vista el designio de Dios, debe cambiar su mirada. Con el ecumenismo la contemplación de las «maravillas de Dios» (mirabilia Dei) se ha enriquecido de nuevos espacios, en los que el Dios Trinitario suscita la acción de gracias: la percepción de que el Espíritu actúa en las otras Comunidades cristianas, el descubrimiento de ejemplos de santidad, la experiencia de las riquezas ilimitadas de la comunión de los santos, el contacto con aspectos impensables del compromiso cristiano. Por otro lado, se ha difundido también la necesidad de penitencia: el ser conscientes de ciertas exclusiones que hieren la caridad fraterna, de ciertos rechazos que deben ser perdonados, de un cierto orgullo, de aquella obstinación no evangélica en la condena de los «otros», de un desprecio derivado de una presunción nociva. Así la vida entera de los cristianos queda marcada por la preocupación ecuménica y están llamados a asumirla.
16. En el magisterio del Concilio hay un nexo claro entre renovación, conversión y reforma. Afirma así: «La Iglesia, peregrina en este mundo, es llamada por Cristo a esta reforma permanente de la que ella, como institución terrena y humana, necesita continuamente; de modo que si algunas cosas, por circunstancias de tiempo y lugar, hubieran sido observadas menos cuidadosamente 2 deben restaurarse en el momento oportuno y debidamente».[23] Ninguna Comunidad cristiana puede eludir esta llamada.
Dialogando con franqueza, las Comunidades se ayudan a mirarse mutuamente unas a otras a la luz de la Tradición apostólica. Esto las lleva a preguntarse si verdaderamente expresan de manera adecuada todo lo que el Espíritu ha transmitido por medio de los Apóstoles. [24] En relación a la Iglesia católica, en diversas circunstancias, como con ocasión del aniversario del Bautismo de la Rus', [25] o del recuerdo, después de once siglos, de la obra evangelizadora de los santos Cirilo y Metodio, [26] me he referido a estas exigencias y perspectivas. Más recientemente, elDirectorio para la aplicación de los principios y de las normas acerca del ecumenismo, publicado con mi aprobación por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, las ha aplicado en el campo pastoral. [27]
17. En relación a los demás cristianos, los principales documentos de la Comisión Fe y Constitución [28] y las declaraciones de numerosos diálogos bilaterales han ofrecido ya a las Comunidades cristianas instrumentos útiles para discernir lo que es necesario para el movimiento ecuménico y para la conversión que éste debe suscitar. Estos estudios son importantes bajo una doble perspectiva: muestran los notables progresos ya alcanzados e infunden esperanza por constituir una base segura para la sucesiva y profundizada investigación.
La comunión creciente en una reforma continua, realizada a la luz de la Tradición apostólica, es sin duda, en la situación actual del pueblo cristiano, una de las características distintivas y más importantes del ecumenismo. Por otra parte, es también una garantía esencial para su futuro. Los fieles de la Iglesia católica deben saber que el impulso ecuménico del Concilio Vaticano II es uno de los resultados de la postura que la Iglesia adoptó entonces para escrutarse a la luz del Evangelio y de la gran Tradición. Mi predecesor, el Papa Juan XXIII, lo había comprendido bien rechazando separar actualización y apertura ecuménica al convocar el Concilio. [29] Al término de la asamblea conciliar, el Papa Pablo VI, reanudando el diálogo de caridad con las Iglesias en comunión con el Patriarcado de Constantinopla, y realizando el gesto concreto y altamente significativo de «relegar en el olvido» —y hacer «desaparecer de la memoria y del interior de la Iglesia»— las excomuniones del pasado, consagró la vocación ecuménica del Concilio. Es interesante recordar que la creación de un organismo especial para el ecumenismo coincide con el comienzo mismo de la preparación del Concilio Vaticano II [30] y que, a través de este organismo, las opiniones y valoraciones de las demás Comunidades cristianas estuvieron presentes en los grandes debates sobre la Revelación, la Iglesia, la naturaleza del ecumenismo y la libertad religiosa.
Notas
[21] Ibid., 7.
[22] Cf. ibid.
[23] Ibid., 6.
[24] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogmática Dei Verbum, sobre la divina revelación, 7.
[25] Cf. Carta ap. Euntes in mundum (25 enero 1988): AAS 80 ( 1988), 935-956.
[26] Cf. Carta enc. Slavorum apostoli (2 junio 1985). AAS 77 (1985), 779-813.
[27] Cf. Directoire pour l'application des principes et des normes sur l'oecuménisme (25 marzo 1993): AAS 85 (1993) 1039-1119.
[28] Cf. en particular el Documento llamado de Lima: Bautismo, Eucaristía, Ministerio (enero 1982): Ench. Oecum. 1,1392-1446, y el Documento n. 153 de «Fe y Constitución» Confessing the «One» Faith, Ginebra 1991.
[29] Cf. Discurso de apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II (11 octubre 1962): AAS 54 (1962), 793.
[30] Se trata del Secretariado para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, creado por el Papa Juan XXIII Con el Motu proprio Superno Dei nutu (5 junio 1960), 9: AAS 52 (1960), 436 y confirmado por los documentos sucesivos: Motu proprio Appropinquante Concilio (6 agosto 1962), c. III, a, 7, § 2, I: AAS 54 (1962), 614; cf, Pablo VI, Const. ap. Regimini ecclesiae universae (15 agosto 1967), 92-94: AAS 59 (1967), 918-919. Este Dicasterio se denomina actualmente Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos: cf. Const. ap. Pastor Bonus (28 junio 1988), V, art. 135-138: AAS 80 (1988), 895-896.
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