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Las mentiras del aborto

La primera mentira que muchos buscan camuflar en el debate sobre el tema del aborto es que se trate de un argumento religioso o del que los creyentes no deberían opinar. Con frecuencia se acusa a la Iglesia de inmiscuirse en la vida social de los pobres ciudadanos y de usurpar tronos que ni siquiera los más crueles tiranos se atrevieron a ocupar. ¿Por qué los obispos y los sacerdotes, que además ni hijos tienen, pretenden negar a las mujeres su derecho a decidir lo que hagan con su cuerpo y el producto del mismo?

Ahí está precisamente la falacia. Algunos sofistas modernos nos quieren hacer creer a todos que el rechazo del aborto es fruto de la mentalidad dogmática y obtusa de los «mochos» y medievales católicos; y que merecen la misma suerte que el impío Sócrates, pervertidor de la juventud y de la verdadera democracia. Están contra el progreso del hombre porque carecen de una «mente abierta» que se haga cargo de los grandes problemas y amenazas que se ciernen sobre la humanidad: la sobrepoblación, el calentamiento de la tierra, la pobreza y desigual distribución de la riqueza en el mundo.

¿De veras te consideras de «mente abierta»? Entonces espero que no se te haya salido el cerebro y te atrevas a usarlo con un poco de lógica. Y la lógica nos enseña que en un buen razonamiento primero se definen los términos. ¿Qué entendemos por «aborto»? ¿Es la interrupción voluntaria del producto de la fecundación, fruto de una relación entre un hombre y una mujer? A decir verdad, lo de «interrupción del producto» a cualquier ciudadano de a pie nos suena más a una fábrica que decide suspender la producción de botellas de refresco que la generación de seres humanos para la sociedad. Pero concediendo el uso de una expresión tan poco feliz, no nos queda más remedio que preguntarnos qué es ese «producto». ¿Es un individuo de nuestra especie? ¿Tiene vida propia y distinta de la de la madre? ¿A partir de qué momento podemos llamarle un ser humano viviente?

He planteado estas preguntas, para no andarnos por las ramas, perdidos en muchos argumentos que sólo buscan distraer la atención del verdadero núcleo del problema. Porque, en mi modesta opinión, la única manera de justificar racionalmente el aborto sería negar a ese «producto» su estatuto de ser humano. Nada más que yo aún no he sabido que de un óvulo humano haya salido jamás un mango ni un elefantito. Bueno, cuentan que una vez Venancio fue a un zoológico en Galicia y contrató los servicios del guía que se encontraba en la puerta. «¿Qué animal es éste?» le preguntó Venancio, al acercarse a la primera jaula del recorrido. «Es un perro lobo» respondió con seguridad el guía. «¿Cómo que un perro lobo?» «Sí, es que su padre era un perro y su madre era una loba». «¡Aaah! —expresó Venancio, mientras asentía con la cabeza—. ¿Y éste otro?». «Es un tigre leonado» «¿Por qué un tigre leonado?» «Es que su padre era un tigre y su madre una leona» «¡Aaah! —volvió a proferir Venancio— ¿Y éste?» «Ése es un oso hormiguero». «Nooo —contesta Venancio, con cara de sorpresa— ¿Y quién era la madre?»

Los datos científicos de la genética demuestran que la célula originada por la fecundación tiene un código genético nuevo y original respecto a la célula del padre y de la madre. Y lo más maravilloso es que el genoma de esta primera célula o cigoto se repetirá en los miles de millones de células que formarán primero la mórula, y lo que después llamamos feto. Desde el primer momento de su fecundación, ya es un ser humano, que contiene toda su información genética, el plan de ruta de su desarrollo y su destino biológico como persona. Truncar el proceso de este «producto» amparándose en la coartada de que todavía no es un ser humano, sino que se trata de un pre—homínido o un oso hormiguero, que se lo cuenten a Venancio...

¿Por qué matar un feto de 12 semanas no debe ser penalizado y uno de 14 sí. ¿Será que el paso por la semana 13 —número de mala suerte para los supersticiosos— acarrearía sobre los legisladores no sé qué tipo de desgracia, si no la descargan en una ley contra los infractores? ¿Y qué base científica tienen los que dicen que la vida humana de un embrión empieza el día 14 y no el año 14? Si el ser humano no merece respeto desde el primer instante de su concepción, cuando aún es una criatura inocente, dudo mucho que cuando llegue a ser adolescente crezca en dignidad o merezca mayor respeto. Todavía si me dijeran que Tertuliano o Aristóteles, con los conocimientos científicos que les aportaban las ciencias de entonces, hipotizaron una animación sucesiva de los progenitores en su pimpollo, les disculparía con una sonrisa indulgente. Pero como dice el profesor de bioética el Dr. Angel Serra «La concepción humana hoy ya no es un misterio natural escondido detrás de no se qué paredes impenetrables y ofuscado por las sombras de la duda que nos aportan observaciones imprecisas o envuelto por velos de ilusorios silogismos o engañosos sofismas. Los datos que aportan actualmente las ciencias no permiten que sean manipulados al gusto del que habla».

¿Por qué las televisoras nacionales no se atreven a difundir el impresionante documental «Un grito silencioso» («The silent scream») del Dr. Norteamericano Bernard Nathanson, que muestra el aborto de un feto de doce semanas? A partir de los años 70, la introducción de tecnologías como las imágenes ultrasónicas, la estreostocopia citológica, la ecografía ultrasónica y otras, para hacer los diagnósticos prenatales, no le dejaron lugar a dudas de que el niño que se encuentra en el vientre de la madre es simplemente otro ser humano, miembro de la comunidad humana y en nada diferente a nosotros, salvo en el tamaño y desarrollo. Y por eso, el joven médico que practicó más de 10.000 abortos, se convirtió en uno de los más fervientes defensores de la vida.

El aborto no es un tema que dependa de las creencias religiosas de las personas, sino de la conciencia ética de las mismas. Pero eso implica que se analice con los principios de ética y a la luz de la recta razón, no para justificar comportamientos irresponsables y obscuros intereses económicos y políticos. ¿Desde cuándo la ética puede convertir un delito en un derecho? «El sueño de la razón engendra monstruos» decía un famoso crítico de arte. Aunque se despenalice el aborto en todas las circunstancias que se propongan, nunca dejará de ser un crimen; y aunque quisieran imponer por decreto la práctica del aborto a doctores, enfermeras o instituciones, espero que no falte una razón despierta, que repita con Antígona, en la tragedia de Sófocles, que hay unas leyes no escritas a las que la conciencia no puede dejar de obedecer.

Ya hemos explicado que la primera mentira que suele esgrimirse en el debate sobre el tema del aborto es que se trate de un argumento religioso o del que los creyentes no deberían opinar. Hoy quisiera exponer la que, en mi opinión, podríamos considerar la segunda gran mentira: que en la ampliación de esta ley se busque el bien de las mujeres. A parte de aclarar los intereses políticos y económicos que hay detrás de esta iniciativa, me gustaría que alguno de los que promueven esta ley nos explicara dónde hay un mayor bien para una mujer: ¿en la maternidad o en el infanticidio?

Si cuando se da un aborto natural, no provocado, la mujer queda afectada emocional y psicológicamente, ¡qué diremos de aquellas madres que de forma más o menos consciente deciden acabar con la vida de la creatura que ha sido sembrada en sus entrañas! El Dr. Philip Mango, psiquiatra neoyorquino convertido al catolicismo, se ha especializado en el síndrome «postabortivo», y después de un estudio concienzudo de los miles de casos que ha atendido en sus terapias —incluyendo mujeres no creyentes, muchas de ellas provenientes de la exURSS comunista— ha logrado tipificar el cuadro traumático que sufren las mujeres que abortan y ha elaborado una psicoterapia en cinco etapas para ayudarlas a recuperarse. Su conclusión es rotunda: «Un aborto destruye más vidas».

A veces se recurre al aborto para evitar un trauma a la mujer. Perdónenme, pero yo no conozco peor trauma para una madre que el aborto. Frente a un embarazo no deseado, casi siempre se deja sola a la mujer, que se siente acorralada para tomar una decisión. Quienes deciden abrir esta puerta falsa, tal vez se sientan liberadas en un primer momento porque lograron «deshacerse del problema» a tiempo, pero ese niño jamás habrá muerto. Vivirá para siempre en la conciencia de su madre y, de vez en cuando tocará a la puerta de sus pensamientos e imaginaciones como un fantasma. Tal vez cuando vea a un bebé, dormido plácidamente en el regazo de «otra madre» o cuando vea a una niña jugando a las muñecas con sus amigas, rebosantes de vida y de felicidad. He conocido casos de mujeres que han abortado, y no han podido descansar hasta asumir toda su responsabilidad, al grado incluso de hacer una tumba en el jardín de su casa al hijo que nunca dejaron nacer.

Pero ¿no se dan a veces condiciones socioeconómicas que aconsejarían evitar a esa creatura ver la luz? ¿Para qué traer un niño al mundo a sufrir un infierno? Hace unos días se planteaba un caso en un debate radiofónico sobre una mujer que teniendo dos hijos que mantener, y ningún apoyo del esposo porque era borracho, al quedar embarazada de su tercer hijo, se planteaba: ¿qué voy a hacer ahora? El dinero apenas me alcanza, y mi hijo mayor está por entrar a la universidad; ¿cómo los voy a mantener?, ¿no podría abortar en este caso? El entrevistado respondió: Es cierto que mantener y educar a un hijo hoy en día es un gran reto. Pero si el valor económico está por encima del valor de la vida, entonces mejor que mate al hijo que está por iniciar su carrera universitaria. Al cabo, el ahorro económico será aún mayor.

También durante un congreso al que asistí sobre el aborto se planteó otro caso. ¿Qué decisión tomar ante el embarazo no deseado de una mujer de condición humilde, con una familia numerosa y un esposo golpeador? Varios se apresuraron a responder que era mejor abortarlo, para evitarle vivir ese infierno. A lo cual respondió el que planteó el caso: «Acaban ustedes de matar a Beetoven». Está todavía en las carteleras de los cines la película de «Los trescientos», esos valientes soldados espartanos que murieron en el estrecho de las Termópilas para atrasar la invasión de los persas y dar tiempo a los estados griegos de organizar un ejército para defender su libertad. Es verdad que de la disciplinada y austera región de Esparta salieron los más bravos soldados de la Grecia Antigua, pero ninguno de los poetas, escultores o artistas de la época dorada de Grecia, que nos han legado un tesoro cultural a la humanidad. ¿Por qué? Podemos sospechar que no pasaban la selección de los espartanos, y si no eran aptos para llegar a ser un día fornidos soldados, capaces de defender su patria, era mejor despeñarlos en el acantilado desde pequeños.

Esta reflexión nos lleva a preguntarnos: ¿y en el caso de una malformación del feto? Tampoco en este caso estoy tan seguro de que el bien de la mujer sea regalarle el título de juez para que sentencie con un criterio discriminatorio —por lo demás contrario a la constitución mexicana— acabar con la vida de un ser indefenso, simplemente porque tiene capacidades diferentes. Es conocido el caso del famoso astrofísico inglés Stephen Hawing, defensor de la teoría del origen del universo conocida como el «big—bang». Aunque se encuentre en una silla de ruedas con una seria e irreversible parálisis de su cuerpo, ha demostrado poseer bastante más inteligencia que los congresistas que, al final, muy probablemente van a aprobar, al modo de Poncio Pilato, una ley llena de errores y de discapacidades.

¿Y qué pasa en el caso de violación? Ahí sí que no se puede discutir que se esté buscando el bien de la mujer. Reconozco que éste es el caso más triste y difícil de afrontar, porque es fruto de la iniquidad humana y del terrible fracaso de la educación sexual de nuestro tiempo, que da mucha información, pero muy poca formación sobre un aspecto tan importante del ser humano. Hay quienes incluso hablan de un «injusto agresor» contra el cual la madre podría ejercer su derecho de legítima defensa. Pero, si lo reflexionamos «sine ira et studio» ¿quién es el agresor y culpable: el violador o el niño? Creo que todos estaremos de acuerdo que es el violador. Entonces ¿por qué castigar al niño a la pena de muerte? Es como si yo me desquitara matando al dependiente del banco por hacer una transferencia millonaria a quienes secuestraron a mi hijo y me piden un rescate a cambio de su vida.

Yo creo que la vida humana es un bien tan excelso, que en ningún caso se puede autorizar que una persona decida la muerte de otro ser humano. De lo contrario, ¿qué sentido tienen las leyes, cuando niegas el derecho fundamental de la vida, que es la puerta de todos los demás derechos? ¿Para qué nos sirve la medicina —que busca cuidar y dar calidad de vida— si la usamos para quitar la vida? Me parece más inspirador el testimonio de Lucía Vertruse, novicia violada por los milicianos servios durante la guerra que explotó en 1995 en la antigua Yugoslavia. «No se puede arrancar una planta de sus raíces. El grano que ha caído en una tierra tiene necesidad de crecer ahí donde el misterioso, aunque inicuo sembrador, lo ha echado. Realizaré mi vida religiosa de otro modo. (...) Me iré con mi hijo. No sé a dónde, pero Dios, que ha roto de improviso mi mayor alegría, me indicará el camino para cumplir su voluntad. Seré pobre, retomaré el viejo delantal y me pondré los zuecos que usan las mujeres en días de trabajo e iré con mi madre a recoger resina de los pinos de nuestros grandes bosques... Haré lo posible por romper la cadena de odio que destruye a nuestros países... Al hijo que espero le enseñaré solamente a amar. Mi hijo, nacido de la violencia, será testigo de que la única grandeza que honra a la persona es la del perdón».

Vamos por la tercera gran mentira que se disfraza con dolo en la discusión sobre el aborto. Se nos dice que la aprobación de esta ley será un avance en los derechos de la sociedad y que los oponentes son unos fanáticos, pues simplemente se le pide al Estado que despenalice, no que legalice el aborto. Tal vez recordemos la carta que la Madre Teresa de Calcuta le escribió al entonces presidente de los EE.UU., Bill Clinton, en la que le pedía que en vez de matar a los niños se los diera a ella en adopción. En ese texto decía: «Creo que el mayor enemigo de la paz hoy en día es el aborto, porque es una guerra contra el niño, la muerte directa del niño inocente, asesinado por su misma madre».

Estudios demográficos serios de los últimos años calculan en unos 40 millones los abortos que se practican al año. ¿Qué guerra, genocidio o pandemia se podrá comparar a esta silenciosa hecatombe? Cuando los primeros misioneros que pisaron las tierras mexicas, refirieron en sus escritos los sacrificios humanos ofrecidos por los indígenas a sus dioses, todos los que leían sus relatos quedaban horrorizados. Desde nuestra perspectiva de hombres civilizados del s. XXI, también hoy algunos grupos indigenistas se han sentido ofendidos por la reciente película de Mel Gibson «Apocalypto». Pero es notable, y está bien documentado, el caso por ejemplo de la inauguración del templo de Teocalli. Se dice que realizaron más de veinte mil sacrificios humanos durante cuatro días, que se inmolaron sin interrupción durante noventa y seis horas, en diez lugares diferentes.

La época moderna se enorgullece de haber descubierto la idea de los derechos humanos, inherentes a todo ser humano, y que son anteriores a todo derecho positivo, como se reflejan en las declaraciones solemnes de los EE.UU. y de la ONU. Pero por otra parte, estos derechos así reconocidos en la teoría, nunca han sido negados tan profunda y radicalmente en el plano de la práctica. ¿Qué son los veinte mil sacrificios humanos de los aztecas o los varios millones de judíos que inmoló Hitler al nuevo dios del superhombre (que identificó con la raza aria), comparado con los 40 millones de abortos actuales? ¿A qué divinidades modernas se ofrecen estas víctimas inocentes?

Hoy somos testigos de una auténtica guerra de los poderosos contra los débiles, una guerra que busca la eliminación de los que pudieran ser una amenaza contra el «nuevo orden mundial». Con la complicidad de muchos Estados, se emplean medios cuantiosos para imponer sus políticas de control de la población y se ofrece como holocausto el debido tributo a los dioses del poder, del dinero y del placer.

«Hay en nuestra época un país donde puede observarse al menos algunas tímidas tentativas inspiradas por una mejor concepción del papel del Estado (en materia de eugenismo). No es, naturalmente, nuestra república alemana el modelo, son los Estados Unidos de América, que se esfuerzan en obedecer, al menos en parte, los consejos de la razón. Al negar la entrada en su territorio a los inmigrantes con mala salud y el derecho a la naturalización a los representantes de determinadas razas, se acercan un poco a la concepción racista del papel del Estado». Esta cita extraída de «Mi lucha», el libro que Hitler escribió desde la cárcel, parece haber encontrado eco en algunos círculos norteamericanos, que han heredado no sólo su voluntad de poder, sino también su rabioso racismo. ¿Por qué tanta insistencia de los lobbys que acaba de denunciar Vittorio Messori, encabezados por la OMS, y ciertos sectores de la masonería, para imponer a los Estados su voluntad contra la familia y a favor del aborto? Yo creo que tienen miedo a perder el poder, a que la población de los países —en especial los países pobres— crezca en tal grado que les haga perder el control y les invadan con sus migraciones. Y para lograr su objetivo, están dispuestos a lo que sea, incluso a pasar por encima de la opinión popular.

Así lo acabamos de constatar en Portugal, donde no lograron aprobar el aborto a través del referéndum, y lo han impuesto por decreto presidencial. Así lo demostraron después de las reuniones de El Cairo, cuando furiosos intentaron, a través de sus ONGs, expulsar al incómodo representante del Vaticano ante la ONU. Así lo percibimos en el Informe sombra 2006, que envió GIRE y cualquiera puede consultar en el internet. Así lo sospechamos en México, cuando sin un motivo aparente presenciamos el linchamiento político de algunos personajes e instituciones, por el solo hecho de pronunciarse a favor de la vida. Todo el que se resista a su proyecto y no se someta a sus condiciones totalitarias y fanáticas, será difamado, silenciado o penalizado con sanciones económicas.

Por el contrario, se premia y bonifica a quienes se suman a su cruzada de ingeniería política y social. Conocemos las fundaciones extranjeras que inyectan los recursos necesarios. Algunos médicos se han dejado seducir y, renunciando a su compromiso hipocrático, militan como mercenarios del mejor postor. Ya no les interesa la protección de la salud y la calidad de vida de los seres humanos, sino la rentabilidad de la infraestructura sanitaria y de la profilaxia social. Y no hemos entrado al tema de las pingües ganancias que en todo esto obtienen la industria farmacéutica o cosmética...

¿Por qué no se invierte en mejorar la mal llamada «educación» sexual de las escuelas públicas y las condiciones higiénicas de los hospitales? ¿O nos creen tan ingenuos de pensar que los sistemas de salud gubernamentales ofrecerán las condiciones óptimas para acabar con las clínicas clandestinas, donde —según nos quieren convencer— mueren tantas mujeres desesperadas? Ni siquiera en los países donde el aborto ha sido legalizado desde hace muchos años, han disminuido los casos de mujeres que acuden a abortar a dichas clínicas. ¿Por qué no mejoran las leyes para agilizar los procesos de adopción, como sugería Madre Teresa de Calcuta? ¿Por qué no mejoran las leyes que protejan a la mujer violada, y que disuadan a los violadores? ¿Por qué en lugar de condones y píldoras no se da a nuestros jóvenes una formación integral en los valores de la responsabilidad, el respeto, el dominio de sí mismos... y no sólo información sexual? ¿Por qué la inversión para atender a los que nacen con discapacidades ha tenido que provenir de iniciativas de nuestra sociedad y no de nuestros gobiernos y de esas fundaciones extranjeras tan interesadas en nuestro país? ¿Por qué nos siguen mintiendo con una propuesta de ley que busca la solución más fácil: eliminar a los más débiles? «Quien ignora los errores de la historia, se verá obligado a repetirlos», Santana.

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