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Una vida sin dolor
Para llegar a una democracia cabal, lo procedente es el respeto a la libertad.
Estos días pasados se ha podido leer en algún periódico que España todavía no ha llegado a ser una democracia completamente normal. Estoy de acuerdo. Pero no por el motivo aducido por el columnista: que no nos democratizaríamos del todo hasta que la memoria histórica no ventilara la represión franquista. Pienso, en todo caso, que de poco nos serviría un recuerdo sistemático regido por la ley del embudo. Lo democrático sólo es: memoria para todos por igual. El hecho de que semejante equilibrio sea todavía inimaginable constituye una muestra de lo que dificulta el logro de una democracia madura.
Hay por estos pagos demasiados resabios franquistas. No se erradican —más bien rebrotan— las actitudes totalitarias que pretenden imponer modos discutibles de enjuiciar las cosas. La actitud del Gobierno es pedagogista. Pretenden catequizarnos con sus planes docentes, con sus educaciones cívicas, con las admoniciones de la vicepresidenta cada viernes, y con las contradictorias y oportunistas explicaciones del presidente. Golpean nuestras cabezas hasta que penetre en ellas la verdad.
Una de las asignaturas del programa socialista lleva por título «Placer y dolor». A los presuntos adoctrinados por curas y frailes durante la dictadura se nos imparten lecciones para que nos percatemos de que todo sufrimiento es repulsivo. Lo positivo es el placer, cuanto más intenso mejor, porque libera y a nos hermana en el goce corporal. Lástima que, al creciente número de parados, toda satisfacción que no sea gratuita les va a resultar cada vez menos accesible.
Por retrógrados que se nos suponga, ya se nos alcanza que el dolor es poco agradable, y que buscarlo por sí mismo resulta fruto de una perturbación mental denominada masoquismo. Sólo que la presencia del dolor en la vida humana parece inevitable. La literatura universal nos ilustra en todos los tonos acerca de la imposibilidad de evitar el sufrimiento. Grandes pensadores han examinado el efecto perverso de tratar de evitar todo daño y lanzarse sistemáticamente a la captura de las satisfacciones sensibles. No sólo los estoicos, sino hasta epicúreos, nos advierten de que perseguir el placer a toda costa conduce a arruinar la propia vida. Mientras que una actitud paciente respecto al dolor contribuye a mantener un temple equilibrado y sereno. El propio Hegel dedica un tramo de su Fenomenología del espíritu a mostrar cómo la fijación en lo placentero conduce a una conciencia desgraciada.
Nuestros gobernantes y mentores oficiales no se han detenido a pensarlo. Opinan, por ejemplo, que el crucifijo en las aulas es una intolerable exhibición del sufrimiento, a la que no procede someter la sensibilidad de los escolares. Y en nombre de un laicismo escasamente constitucional, rechazan que a Santa Maravillas se le dedique una modesta placa en recuerdo del lugar donde nació. Porque se cuenta que se mortificaba de vez en cuando colgándose de los cabellos, operación dolorosa y harto complicada. Es una pena que, para cumplir con una imaginaria aconfesionalidad, hayan incurrido en una patente discriminación de las personas por sus creencias, lo cual va en contra de lo más básico de los derechos humanos.
Nuestros pedagogos a la violeta deberían recordar que es el abuso del sexo y la búsqueda sistemática del placer a costa de otros lo que conlleva una querencia sádica y masoquista. Todo lo cual queda muy claramente explicado en los estudios sobre erotismo realizados por Georges Bataille. Algo de ilustración se obtiene también con la lectura de alguna buena biografía de Charles Foucault. Aunque, en realidad, mucho queda ya adelantado en el psicoanálisis de Freud y en la antropología estructural de un Levi-Strauss ya centenario. Sin olvidar que Nietzsche tenía claro que el sufrimiento contribuye a dar seriedad y densidad a la existencia humana. Por lo demás, cualquier oyente de música pop o seguidor de algunas series televisivas sabe bien que el amor es inseparable del dolor.
Para acercarnos hacia una democracia cabal, lo procedente es el respeto a la libertad de los ciudadanos. El pluralismo no es algo que los demócratas soportan: lo valoran y lo fomentan.
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