La indecisión
Las personalidades tímidas, vacilantes, inseguras, suspiran siempre por tener a su lado dictadores, aunque a veces se revistan de la modesta apariencia de consejeros. ¿Qué debo hacer?, preguntan siempre, con la esperanza de que una receta les libre de cualquier decisión personal. No quieren decidir, no quieren arriesgar, se les hace insoportable la responsabilidad.
Otros son excesivamente razonadores y se ahogan en la perplejidad. Acusan un sorprendente miedo a la realidad. Son individuos que retrasan siempre sus decisiones, porque les paraliza su ansia de seguridad y su terror al riesgo. Siempre les parece que aún no han reflexionado suficientemente.
Quizá son personas que fueron educadas con excesiva dureza o con excesiva blandura, y que sufrirán mucho en su vida a consecuencia de ese apocamiento de carácter. Es como si hubieran quedado heridas en el núcleo de su personalidad. Y son heridas que sangrarán por mucho tiempo, y que harán difícil asumir el riesgo de sus decisiones personales y superar el desánimo de posibles frustraciones.
Una buena educación ha de fomentar tanto las decisiones rápidas como la reflexión, la libertad como la responsabilidad, la pasión como el juicio. El verdadero consejero, el verdadero educador, jamás debe dejarse seducir por esa suerte de compasión que le llevaría a limitarse a prescribir acciones, recetar criterios e imponer conductas. Educar exige ayudar al perplejo a reconocer su verdadero problema, dejándole luego la responsabilidad de tomar él mismo sus decisiones.
Sin embargo, para algunos padres y educadores la gran norma pedagógica parece ser ésta: en caso de duda, apueste usted por estarse quieto. Una mentalidad de gran resistencia a complicarse la vida, un talante de desusada exigencia de garantías.
Tanto temen equivocarse que prefieren esquivar cualquier riesgo, y llegan a vivir como refugiados: se vuelven un poco solemnes y secos, quizá perfectísimos y superprevisores, vivirán con un método y una higiene absolutos, pero quizá eso no sea vivir.
No se trata de apostar por la irreflexión, la frivolidad o el aventurismo barato. Pero cualquier objetivo medianamente valioso está rodeado de unas tinieblas por las que hay que avanzar en terreno desconocido. Toda empresa, todo camino en la vida, tiene algo de riesgo, de apuesta, de salto en el vacío, y es preciso asumirlo. Si no, más vale quedarse en la cama por el resto de la vida.
Para no quedarse habitualmente paralizados ante la duda; para no tirar la toalla a la primera dificultad; para no cambiar inmediatamente de objetivo en cuanto éste se presenta costoso; para todo eso es preciso educar y educarse en un ambiente de cierta resolución ante los habituales problemas de la vida. Imponerse el cumplimiento de actos que a uno le cuestan, obligarse a decidir a un plazo determinado, no sustraerse a la realidad, por dura que sea. Así, poco a poco, la voluntad indecisa se irá consolidando.
Del director
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