Ética y ecología
La aparición del ecologismo en la sociedad y en particular en la política, ha conseguido que los partidos clásicos o históricos hagan suyas muchas de sus reivindicaciones. Las actitudes ecologistas han sido buenas para avivar la sensibilidad de la opinión pública hacia problemas en cuya solución debemos todos cooperar, pero son de temer las exageraciones que puedan dañar el proceso de la ciencia y no solamente la imagen que el público tiene de ella.
En la medida en que la ecología es una ciencia, no debe carecer de un discurso político, social y ético. El ecologismo muy a menudo doliente y sinceramente comprometido, presenta también el desgarro estético de toda aspiración utópica. Una ética comporta un sistema de valores coherentes de acción universal y categórico, es decir, que comporte alguna forma de obligación frente a un valor reconocido como tal. De aquí que nuestro comportamiento frente a la naturaleza, debe depender en gran parte de nuestra valoración de la misma.
A lo largo de la historia, las distintas culturas han tenido diferentes actitudes frente a la Naturaleza, con fundamentos laicos (basados en la no distorsión de la Naturaleza) y religiosos (que ven en la Naturaleza la huella de Dios) En ellas, unas veces el hombre forma parte integrante de la misma, y otras, está al margen, o en posición de dominador de ella. Los movimientos actuales se inclinan más por la consideración de que el hombre es un componente más de la naturaleza, no su dueño ni tampoco su opositor, aunque existe la versión cristiana que considera a la naturaleza como objeto pasivo de la actividad humana.
La filosofía occidental, es decir, la concepción racionalista fundada en la creencia de que el hombre constituye el centro del Universo, se basa en la consideración jurídica tradicional de la naturaleza. Kant expresó que la naturaleza es un mero instrumento del hombre, por lo que éste posee legitimidad para explotarla a su antojo y sin limitaciones.
No obstante, Juan Pablo II afirmó: «La tentación de sustituir a Dios con la decisión autónoma que prescinde de las leyes morales lleva al hombre moderno al riesgo de reducir la Tierra a un desierto, la persona a un autómata y la convivencia fraterna a una colectivización planificada, introduciendo no raramente la muerte allí donde Dios quiere la vida, sometiendo al hombre a las tensiones creadas por él mismo, dilapidando, a ritmo acelerado, los recursos naturales, materiales y energéticos, comprometiendo el ambiente geofísico. Estas estructuras hacen extenderse continuamente zonas de miseria y con ella angustia, frustración y amargura». Y en la Conferencia de Seúl (1990) del Consejo Mundial de las Iglesias, se recogió textualmente: «La Creación es amada por Dios y la redención se extiende a ella. Nos oponemos a considerar la Creación como de libre disposición humana. Debemos comprometernos con el respeto a su integridad».
Ni en nuestros códigos morales, ni en la educación de nuestras conductas, se ha contemplado nunca el pecado de lesa naturaleza. No suele haber referencia en los manuales de ética, de virtudes cívicas o públicas y ni siquiera en los de Moral a pecados tales como: contaminación, agotamiento de recursos, etc. No ha ocurrido así en las leyes, donde cada día son más numerosas las referencias y la tipificación del delito ecológico, aunque sin duda queda mucho por hacer, ya que el principio que rige en las mismas es «el que contamina, paga», entendiéndose que de esta manera se restituye el daño producido, sin que se arbitren suficientes mecanismos correctores obligatorios ante la actividad contaminadora que conduzcan al estado de contaminación nula.
De cualquier manera, en nuestra opinión, está falto de fundamento el culpar a los teólogos y moralistas, e incluso a la percepción que cada cultura ha tenido de la Naturaleza, del estado en que la misma se encuentra. Ya que, sin lugar a dudas, este estado se ha visto exponencialmente agravado en los siglos XX y XXI, consecuencia de un desarrollismo desmedido, al margen de cualquier principio ni siquiera cultural, el cual ha deteriorado y sigue deteriorando la Naturaleza sin tener en cuenta para nada, no sólo a las generaciones futuras, sino también a las presentes, puesto que ya estamos sufriendo el deterioro. Y aunque cada día el grado de consciencia sobre la gravedad del problema es mayor, seguimos pensando, o al menos eso nos hacen creer, que con el desarrollo tecnológico estamos o estaremos preparados para hacer frente a toda clase de problemas ambientales.
Creemos que la solución al problema debe pasar por un cambio de actitudes éticas, no sólo personales, sino sociales en general, las cuales deben desarrollar mecanismos que impidan que determinados grupos de poder, los que controlan la economía mundial, sean los que marquen las pautas de comportamiento en la relación Hombre-Naturaleza, debiendo entenderse dichas pautas dentro del funcionamiento integral de la Biosfera como sistema termodinámicamente estable.
El comportamiento ético se debe basar en que el hombre deje de sentirse el centro del Universo, más concretamente en que los países desarrollados, y dentro de éstos los grupos de poder, cambien su comportamiento, cambien las relaciones con los países del Tercer Mundo, dejando de verlos sólo como una despensa de materias primas. De ahí el que deban establecerse planes de colaboración, basados en el desarrollo en común, pero desarrollo no fundamentado en la explotación desmedida de los recursos naturales, sino compatibilizando el desarrollo con la conservación, pues de esta manera se conseguirá una ética de la solidaridad, no sólo entre los hombres, sino además con la Naturaleza. Creemos que así se dispondrá de un marco de referencia apropiado para la confección de leyes y reglamentos acordes con la realidad del funcionamiento del planeta Tierra y del espacio exterior, en el cual cada vez son mayores las incursiones de la especie dominante.
A través de la Ecología, nos aproximamos a una concepción de la Naturaleza como sistema complejo y organizado, en el que no es posible la fragmentación y utilización parcelada de ninguno de sus componentes, de manera que el comportamiento del hombre debe estar de acuerdo con el nivel de conocimiento que se tiene del funcionamiento de la Biosfera y fundamentado en criterios deontológicos , los cuales deben estar basados en relaciones de cooperación con la Naturaleza y no sólo en la explotación de los recursos sin control ni medida.
El comportamiento del hombre como parte integrante de la Naturaleza debe estar regido por el principio de precaución, es decir, hay que ser prudentes en cualquiera de las actuaciones que se realicen con clara interferencia en el funcionamiento sistémico del planeta Tierra. El carácter ético del desarrollo no significa que se pueda prescindir del respeto a la Naturaleza, lo que significa es que debemos integrarnos como parte del ecosistema, pero no sólo porque estemos sujetos a las leyes biológicas, sino también a las leyes éticas, ya que —como escribiera el iusfilósofo italiano Francesco D´Agostino— «es imposible separar el problema ecológico de lo que constituye el problema antropológico, la reflexión sobre el ambiente es, en cierto modo, la reflexión sobre lo que ha sido y sobre lo que es el destino del hombre occidental y de su criatura más típica, la tecnología, causa al mismo tiempo de salvación y muerte»
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