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La difícil laicidad
Se ha escrito mucho en los últimos años sobre la no confesionalidad del Estado español, laicidad, laicismo, etc. También bastantes medios de comunicación se han autodenomidado laicos, lo que, en principio, supondría una cierta neutralidad y respeto en temas religiosos. Igualmente, gentes del mundo intelectual, artístico en sus variadas facetas, etc., han declarado con frecuencia algo parecido, cuando no han proclamado su agnosticismo o ateísmo, a lo que tienen perfecto derecho si mantienen el respeto a los que son de otro modo.
Pero no hay tal neutralidad. Quizá porque los extremos se tocan y, en el fondo, somos un país clerical, un país que va siempre detrás de los curas: con un cirio o con un palo. Y me parece que ni lo uno ni lo otro responde a una laicidad sana, esa que determina la legítima autonomía de las realidades temporales, la verdadera libertad religiosa y el respeto a la Iglesia católica, a otro tipo de creencias, y a las personas. Pero me temo que laicidad, para muchos, es más bien la del palo detrás de lo católico. Se cae en un laicismo que, como advirtió M. Patino, es la perversión agresiva de la laicidad. Basta ver la reacción de determinadas personas, colectivos diversos, partidos políticos, medios de comunicación, etc., ante sucesos varios que afectan a la Iglesia católica, o a sus distintas instituciones.
Obsérvese el trato que recientemente se ha dado a la parroquia de Entrevías. Sin negar a nadie la libertad de expresión, me parece poder afirmar que emerge un confesionalismo al revés, un confesionalismo clérico-laicista desmesurado en torno a tres curas, con informaciones poco equilibradas y hasta tendenciosas. No soy partidario del victimismo. Un católico tiene muchísimos motivos para ser optimista: es hijo de Dios en Cristo, tiene como madre a la Santísima Virgen; puede acceder a los sacramentos, particularmente a la Eucaristía —asistiendo a la renovación incruenta del sacrificio de la Cruz, que es la Misa, recibiendo el Cuerpo de Cristo, o visitándolo en los sagrarios— y a la Penitencia, donde obtenemos nada menos que el perdón de los pecados, que son tantos. Tenemos la Palabra de Dios custodiada por el magisterio del Papa y de los obispos unidos a él, sentimos el amor vivo y real por los demás, etc. De modo que ningún pesimismo. Pero, desde una posición antijerárquica, algunos aluden todavía a un vaporoso espíritu conciliar para difuminar el propio concilio que reiteradamente insiste en la constitución jerárquica de la Iglesia. Ese espíritu posconciliar —a mitad de camino entre los buenos deseos y los muchos abusos— hizo sufrir de tal manera a Pablo VI, hasta afirmar que el humo de Satanás había entrado por las rendijas de la Iglesia.
Así, por ejemplo, mientras bastantes medios nada o muy poco mencionaban la Misa de Pascua del Papa —seguida por muchos millares de personas, millones a través de la televisión—, dedicaban grandes espacios al tema de Vallecas, para apoyar a tres sacerdotes que se han erigido en jerarquía frente a sus legítimos pastores. Gentes que ocupan una iglesia perteneciente al Arzobispado de Madrid —no a ellos— para cometer todo tipo de desórdenes litúrgicos. Unos y otros son clericales: utilizan un cargo y unas instalaciones para realizar algo que la Iglesia rechaza. ¿Que esos curas, y unas decenas de seguidores, y algunos famosos —no precisamente por su fe acendrada— quieren otra cosa? Pues es muy sencillo: con su dinero y en otra parte. Quizá los que desean esas actividades con tanta intensidad estén dispuestos a pagarlo. Pero no pidan que la Iglesia sea lo que no es, ni utilicen esos modos que, insisto, son clericales. Aunque la comparación que voy a proponer tal vez no sea la mejor, se podría preguntar: ¿cómo reaccionaría un partido político, o cualquier entidad civil, si en una de cuyas sedes se realizase algo completamente opuesto a su pensamiento, a sus estatutos? Pues aunque no lo quieran entender, esto es bastante más grave, porque daña a la Iglesia en su misma esencia jerárquica y eucarística. Aunque se envuelvan en Jesús de Nazaret, en realidad lo maltratan severamente.
Es encomiable toda tarea a favor del necesitado en cualquier sentido, pero me parece poco laical realizar una liturgia que margina, no sólo a Dios, sino al propio marginado al que no se respeta.
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