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Música una vez más

El poder evocador de la música es algo apasionante. José Luis Perales, brillante cantautor español, dice en una de sus canciones: «Hoy el tiempo me devuelve a ti, escuché en la radio tu canción, y me quise escapar al rincón de ese bar, donde un día te hablaba de amor». La música rescata del olvido al amor perdido, a la tristeza pasada, a la alegría compartida de niños. Evoca, llama, recuerda, pondera.

Muchas veces, las melodías son el preludio exacto y perfecto de una conquista amorosa, la comunicación envuelta en acordes de guitarra. Las claves del amor se dispersan entre un piano armonioso y unos rostros que se contemplan bajo una perfecta unión. No hacen falta palabras, sólo la contemplación del ser querido agigantada por las dulces canciones que escucha el corazón.

La música es una excelente comunicadora. Ilustra sentimientos como nadie, y otorga a las palabras una enormidad de significado, acrecentando su poder seductor. Fabrica estados de ánimo y rescata del olvido pequeños detalles de amor de aquellos que nos quieren y estiman. Es el cine de la memoria, donde desfilan personajes añorados a lo largo de unos cuantos años, renacen por unos instantes y aparecen frente a nosotros como si de un sueño de hadas se tratara.

Los acordes del instrumento marcan los compases de etapas pasadas. Allí, en el rincón de una sala de estar, y como testigo una luz solitaria, la niñez feliz vuelve traviesa entre unos muebles encerados con esmero y amor. Somos niños siendo adultos, cantamos como antaño y revolvemos un aire fresco que sólo entendía de paz y tranquilidad. Y es la misma música la que nos infunde la certeza de que todo tiempo por venir aguarda al viajante de la vida con unos cuantos puñados de esperanza.

Y es la música la maestra por excelencia. La que nos lleva de la mano hasta el lugar que nuestra imaginación elija. La que nos hace recordar, agradecer, prometer, recuperar pasos y retomar el camino. Abre un horizonte de deseos por cumplir y es compañera inseparable de la inspiración. También, navegante de la nave del solitario en medio del mar embravecido.

La música es, porque no, una forma de oración. En la Iglesia de nuestra tierra, allí donde Dios mismo nos aguarda siempre, el viento majestuoso que devuelve al órgano la vida permite que nuestra pobre humanidad intente una conexión bendita con quien siempre nos protege y nos cuida. Es sinónimo de recogimiento, de reflexión, de paz, de perdón.

Que riqueza espera a aquel que se anime a disfrutar de ella. Es siempre pasajera de todos nuestros momentos, tanto de los malos como de los buenos. La que acompaña sin claudicar, la que vuelve a juntar amigos y familiares, la que mueve al supuesto vencido a resucitar sus ganas de triunfar.

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