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Elecciones a la vista
Que nuestro sistema electoral es manifiestamente mejorable es opinión que comparten muchos ciudadanos, aunque no parece existir voluntad alguna en los grandes partidos políticos para abordar su modificación y perfeccionamiento desde el consenso, quizás porque no existen líderes con visión clara de futuro, auténticos estadistas capaces de buscar el bien común y superar las ansias de poder inmediato.
Aunque el artículo 23 de la Constitución establezca que los ciudadanos tienen el derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes, libremente elegidos en elecciones periódicas por sufragio universal, la realidad es que la participación directa en los asuntos públicos no pasa de la posibilidad de expresar nuestra opinión como iniciativa, crítica o reclamación, con un escaso peso real en las decisiones del gobierno.
En cuanto a la participación mediante representantes, tampoco parece muy satisfactoria, ya que nuestra elección está condicionada por unas listas cerradas y bloqueadas, confeccionadas por los partidos políticos, por lo que en definitiva no se eligen personas sino partidos. Para el Senado podemos señalar a personas concretas, pero dado que las decisiones de esta Cámara no tienen casi ninguna influencia en las decisiones del gobierno, la elección de estos representantes carece de interés para la mayoría de los ciudadanos. Si las elecciones para el Senado no se hicieran conjuntamente con las del Congreso imagino que la abstención sería mayoritaria.
Lo que ahora tenemos a la vista son las elecciones locales, que también están lastradas por unas listas cerradas y bloqueadas, aunque tienen la ventaja de que podemos conocer mejor a los candidatos que se ofrecen a representarnos. Por ello tendremos más elementos de juicio para decidir nuestro voto. Los candidatos que buscan vivir de la política, porque no saben hacer otra cosa, no merecen nuestra confianza, ni los que se han beneficiado de su posición política para medrar, ni los que han buscado clientelas entre sus paisanos administrando los fondos públicos en su beneficio, ni los que han manipulado el urbanismo en beneficio propio o de sus amigos. Aquí no debían contar tanto las siglas de partido como la conducta previa de los candidatos. El problema es que en las candidaturas habrá mezcladas personas dignas de nuestra confianza con otras que no lo serán y se impide a los ciudadanos elegir los que nos parezcan mejores de todas las listas.
Luego tenemos el problema de los pactos postelectorales que en bastantes ocasiones marginan a la lista más votada, en beneficio de grupos minoritarios que negocian su voto buscando desvergonzadamente prebendas y poder. Recuerdo el caso de un partido que sólo obtuvo un concejal pero su decisión podía dar la victoria al más votado o a una coalición y subastó su voto al mejor postor, la coalición. Poner la llave de la gobernabilidad de cualquier institución en partidos que sólo han obtenido la confianza de un pequeño número de ciudadanos, es una auténtica burla de la democracia de la que tanto presumimos.
Los tránsfugas tampoco son personas que merezcan nuestro voto. La primera regulación de las elecciones locales, la Ley 39/1978, establecía que tratándose de listas de partidos políticos, si alguno de los candidatos elegidos dejare de pertenecer al partido que lo presentó, cesaría en su cargo, pero esta norma desapareció en la Ley Orgánica posterior, y así cualquier concejal puede cambiar de partido durante su mandato por intereses no siempre muy confesados ni confesables. Esto pone de manifiesto la gran ambigüedad de nuestro sistema electoral, en la que no está claro nunca si elegimos a personas o a partidos y lo que es peor, si los que salen elegidos, con nuestros votos, representan a sus electores o a los partidos que los presentaron.
Mientras tanto llegue, si es que llega, una reforma electoral que elimine los fallos actuales y el excesivo poder de los partidos, votemos con responsabilidad en las próximas elecciones para que nuestros representantes sean gente honrada y desalojemos a los corruptos e incapaces.
Del director
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