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El mal y la sospecha sobre Dios (I)

Dónde estaba Dios el 11-M cuando estallaron los trenes y murieron casi doscientas personas?

La existencia del mal ha sido siempre un gran problema para los que creen en Dios, pero también, y se piensa poco en esto, para los que se dicen ateos. Los teístas —por ejemplo, san Agustín o Tomás de Aquino— han estudiando en profundidad el tema desde el punto de vista teológico con diversos enfoques y argumentos variados. Un artículo publicado hace años por Cornelio Fabro, gran filósofo, teólogo y profesor universitario, recogía el itinerario argumental de estos autores, que es imposible repetir aquí, aunque se utilicen algunas de sus ideas.

Parece obvio que gran cantidad de los males producidos en el mundo procede de la libertad humana: guerras, asesinatos, terrorismo, abortos, crímenes de Estado como los del nazismo o el comunismo, martirios por motivos religiosos, deslealtades, abusos contra el menesteroso, infidelidades matrimoniales, transmisión de determinadas enfermedades, mal empleo del poder, arbitrariedades legales y no legales, despilfarros, comisiones ilícitas, etc., etc. Ahora bien, está claro que un Dios omnipotente podría impedir todo eso. ¿Por qué no lo hace, si existe? Evidentemente, navegamos en el misterio. Si no fuese así, Dios no sería tal, un Dios completamente inteligible por un hombre carecería de la infinitud del Ser Supremo. Pero algo sí se puede atisbar.

Aquí el gran tema es la libertad. Dios nos ha querido realmente libres frente a Él, más libres que frente al resto de los hombres, que han de defenderse de esos males a través de leyes. Dios nos ha señalado un camino con la ley natural, pero no coacciona, quiere que la historia de cada uno sea una historia verdadera. Por cierto, en muchas ocasiones, nos quejamos de falta de libertad porque la Iglesia, sin más coacción que el amor, nos recuerda los diez mandamientos. Pero también echamos la culpa a Dios cuando la libertad humana es capaz de las tropelías enunciadas previamente por saltarse la ley natural, incluso en forma legal no pocas veces.

No obstante, permanece el problema, sobre todo si se piensa en las enfermedades de los niños o débiles no originadas por la fuerza del hombre, en las catástrofes naturales, pero también en el mal moral. El mal físico y el mal moral siguen perturbando a muchos porque ninguna filosofía está en condiciones de dar razón de ese problema. Y la teología —afirma Fabro—, si no quiere irritar, sólo puede ayudar a una fe recia, al abandono en Dios, que sabe más. Pero no todos tienen ese valor a su alcance. Este abandono es precisamente la prueba de nuestro amor por Él y el sello de la fe. Para el cristiano que desea pertenecer a Cristo la receta es creer, amar y abandonarse en Dios. Pero, insisto, no todo el mundo tiene esa actitud, no todos utilizan tan ampliamente su libertad, porque dejarse llevar por Dios exige su profundo y comprometido ejercicio.

Quizá el sufrimiento de los niños es el problema más perturbador para aceptar la existencia de Dios. ¿El aborto también? A mi entender, sí. La venida de Dios a la tierra haciéndose hombre comienza prácticamente con el horrible crimen perpetrado por Herodes con los inocentes de Belén y su comarca. Algún autor se ha servido de este episodio para hablar de «la cruelísima narración de la sangre de las víctimas inocentes que Dios se inmola a sí mismo». El comportamiento irracional de Herodes es atribuido a Dios. San Juan Crisóstomo cuenta que el crimen había provocado serias dudas sobre la justicia de Dios porque, aunque Herodes fue sanguinario, ¿por qué Dios permitió una injusticia tan brutal? Desde la fe, desde la creencia en una vida mejor después de la terrena, también existe respuesta al interrogante: quizá fue mejor para ellos perecer que la posible vida que les esperaba, o el difícil logro de la que cuenta verdaderamente: la eterna. O, en cualquier caso, un respeto divino a la voluntad humana, del que Dios obtiene lo mejor, aunque se nos oculte. Pero, a nuestros ojos, la tragedia queda en pie, al menos para los que siguen su propio juicio, para poner bajo sospecha a un Dios, al que declaran inexistente antes que pensarlo inabarcable.

Por hoy, podríamos concluir lo que sigue. El mal físico y el moral existen desde que el mundo es mundo, siendo atribuible —como hace el profesor Fabro— al desorden producido en la naturaleza por el pecado original. La libertad es capaz de hacer el bien o el mal, e incluso puede aliviar el mal ajeno y soportar el propio como una purificación. Esta hace más libre porque quita los egoísmos que oscurecen la posibilidad de apertura al infinito. La existencia del mal en la sociedad —incluida la religiosa— es un dato inevitable, lo que cuadra con la grandeza de un Dios que, además del ser, ha dado al hombre su don más alto: la libertad y el amor. La experiencia demuestra que no existe, ni puede existir demostración alguna contra Dios y la vida futura; al contrario: sólo un Dios bueno, omnipotente y providente, que promete una vida futura, puede constituir la explicación al mal. ¿Quién, si no? El 11-M Dios estaba dando su vida en la Cruz por los muertos, exprimiendo su dolor por los heridos, sufriendo por los que tan atrozmente emplearon el don de la libertad.

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