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Laicidad cristiana

La próxima dedicación del templo parroquial de San Josemaría Escrivá ha traído a mi mente una idea que podría parecer inicialmente contradictoria: lo más específico del Opus Dei no es regentar iglesias o parroquias, aunque lo hacemos con sumo gusto cuando lo piden los obispos diocesanos, y es posible. Lo propio de los miembros del Opus Dei —cristianos corrientes y un pequeño número de sacerdotes seculares, con un prelado a la cabeza— «es santificar el mundo desde dentro, participando en las más diversas tareas humanas». Así lo decía su fundador en una entrevista a L'Osservatore della Domenica , incluida en Conversaciones con monseñor Escrivá de Balaguer . Esta misma obra recoge unas palabras suyas escritas en 1932 con la idea de que los laicos actúan realizando su misión en la Iglesia a través de su profesión, de su oficio, de su familia, de sus colegas, de sus amigos. E insistía en otra entrevista publicada en Le Figaro en 1966: «Hay que rechazar el prejuicio de que los fieles cristianos no pueden hacer más que limitarse a ayudar al clero, en apostolados eclesiásticos». Es un derecho y un deber bautismal buscar la santidad y ofertar la vida cristiana a los demás, siempre con libertad y sin más mandatos, aunque también pueda haberlos.

Todo lo anterior no supone una huida de la jerarquía, sino la afirmación fuerte de que el laico es Iglesia y tiene en la Iglesia la misión de hacer presente a Cristo en todas las actividades de los hombres, sabiendo que a la jerarquía «corresponde señalar —como parte de su Magisterio— los principios doctrinales que han de presidir e iluminar la realización de esa tarea apostólica». No fue fácil abrirse paso con estas ideas, ni lo es completamente ahora, a pesar de que el Concilio Vaticano II las recogió ampliamente. Los laicos no necesitan «meterse» en ninguna parte para realizar su tarea civil y eclesial, porque «trabajan inmersos —sigo citando a san Josemaría— en todas las circunstancias y estructuras propias de la vida secular» y les «corresponde de manera específica la tarea, inmediata y directa, de ordenar las realidades temporales a la luz de los principios doctrinales enunciados por el Magisterio; pero actuando, al mismo tiempo, con la necesaria autonomía personal frente a las decisiones concretas que hayan de tomar en la vida social, familiar, cultural, etc.»

Este modo de pensar tiene también otras consecuencias derivadas de un amor grande a la laicidad cristiana que se relaciona inmediatamente con el amor a la libertad y responsabilidad personales. El cristiano corriente debe vivir la vida en Cristo de modo que dé la cara por Él, que lo haga presente allá donde esté, sirviendo a la Iglesia sin servirse de ella, sin pensar que sus opciones, aun dentro de la fe, son las únicas cristianas, con libertad personal, insisto. Cuando se ven las cosas con mentalidad clerical, «el templo —decía en una memorable homilía— se convierte en el lugar por antonomasia de la vida cristiana», y ser cristiano es «insertarse en una sociología eclesiástica, en una especie de mundo segregado». No es eso la vida del bautizado, aunque necesite radicalmente el templo, sino que Dios nos «llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana» (Amar el mundo apasionadamente).

Por esta mentalidad laical, las labores apostólicas en las que participa el Opus Dei, aunque tengan una fuerte y libre inspiración cristiana, no son ordinariamente confesionales. No por ánimo de distinguirse ni como tapadera de nada, sino porque son promovidas por laicos, con medios no eclesiásticos obtenidos por vías civiles legales, y con el deseo de no implicar a la Iglesia, sino de servirla con responsabilidad personal en todos los aspectos. Todo lo afirmado no comporta que no existan otras formas de difundir la fe, sencillamente distintas e igualmente beneméritas.

Hablaba san Josemaría de realizar cada uno sus tareas con perfección humana —competencia profesional— y con perfección cristiana —por amor a Dios y en servicio de los hombres—, siempre con esa laicidad que es más que un modo de hacer, porque nace de la convicción de que Dios creó un mundo bueno, y de que el Verbo encarnado ha asumido esas realidades humanas y las ha puesto en manos de los hombres para que las desarrollen con el estudio, la investigación, el trabajo ejercido en servicio de la humanidad y del mismo Dios. Josemaría Escrivá —decía el cardenal Luciani, luego Juan Pablo I— difundió una espiritualidad radicalmente laical y no una espiritualidad «para laicos», que supondría una adaptación de otros modos de vida al cristiano corriente.

Profesionalidad, autonomía, libertad, responsabilidad, son conceptos importantes en este léxico. Pero sin olvidar que todo eso no servirá para nada si el cristiano de la calle no es contemplativo en mitad de la calle. Por eso, como cualquier otra, la nueva parroquia, que se regirá por las directrices del arzobispo de Valencia, es necesaria para promover formación, enseñar a orar, a cuidar la vida sacramental y a procurar el servicio de la caridad, medios indispensables para que esa laicidad cristiana sea verdadera y no se deteriore.

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