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La burbuja educativa
Últimamente la cuestión de la posible burbuja inmobiliaria está apareciendo con frecuencia en los medios de comunicación. Desde luego, parece que la caída en bolsa de Astroc puede ser un aviso. Ya no es solamente un problema para los accionistas de las empresas inmobiliarias. También afecta a los hogares, que tienen que hacer frente muchas veces a unas hipotecas desproporcionadas. El precio de la vivienda no ha cesado de subir y se está construyendo por todas partes. La pregunta que uno se hace al ver tantos edificios nuevos es si existe suficiente demanda de viviendas.
Tenemos todavía reciente el desenlace de la burbuja tecnológica. A finales de los años 90 Internet era todo promesas. Y hubo muchos que pusieron grandes expectativas en un mercado que estaba empezando a abrirse. Hubo un momento en el que se palpó la realidad de Internet: los planes de negocios vivían de sueños, y no de realidades. Se esperaban cosas de las tecnologías de la información que en aquel momento resultaban imposibles. En cambio, empresas como Google o iniciativas como iTunes han entendido el funcionamiento de Internet, lo han sabido aprovechar y actualmente son negocios maduros y rentables económicamente.
Los analistas hablan de efecto burbuja cuando existe una desproporción entre las expectativas de un valor bursátil y la realidad de la empresa correspondiente. Y a la vista de los recientes acontecimientos políticos tengo la impresión de que puede darse un fenómeno similar con las expectativas que tiene puestas el Gobierno en la asignatura de Educación para la Ciudadanía.
En su día me alegró conocer la iniciativa de ayudar a educar ciudadanos, pues la conciencia de ciudadanía ha sido una de las notas distintivas de la cultura occidental desde sus orígenes. Es difícil encontrar una defensa mejor y más cabal del ser ciudadano que la que hace Sócrates en el diálogo del Critón. En esta obra, Sócrates se encuentra ya condenado a muerte y está a la espera de que la sentencia fatal sea ejecutada. Y en esta situación aparece Critón, discípulo y amigo fiel, que ha logrado organizar las cosas para que Sócrates huya de la cárcel y evite beber el veneno que terminará con su vida.
El camino de la huida conlleva el destierro. Si Sócrates escapa, lógicamente ya no podrá vivir en Atenas. Y esta posibilidad es rechazada de plano por el maestro. Prefiere morir que vivir en una población bárbara, o incluso en otra ciudad griega. El destierro supondría dar la espalda a su amor por las leyes de Atenas.
Quizá el planteamiento de Sócrates pueda chocar hoy en día. Su opción no se apoya en un sentimentalismo patriótico o en un fundamentalismo ciego. Nuestro héroe ateniense hace un razonamiento que parte de una convicción. Le dirá a Critón que «no se debe responder con injusticia, ni hacer daño a hombre alguno, ni aún en el caso de que recibamos de ellos un mal, sea el que fuere». En efecto, Sócrates ha sido condenado injustamente a muerte debido a la envidia de algunos sofistas. Cuando Critón le ofrece escapar y no cumplir con la sentencia de muerte, la rechaza porque se trata de una injusticia. Él podría salvar su vida, pero su huida debilitaría a la ciudad. Si escapara, Sócrates, que había enseñado la obediencia a la autoridad civil, estaría dando un mal ejemplo a sus conciudadanos, y por tanto, les estaría haciendo daño. Y como «el hacer daño a la gente en nada se distingue de cometer injusticia», y la injusticia no se debe hacer, Sócrates desestima libremente la propuesta de huir que le ofrece Critón. El condenado, incluso antes de morir, no renuncia a su convicción moral: es preferible sufrir una injusticia antes que cometer otra.
Parece ser que las expectativas que están puestas en la asignatura Educación para la Ciudadanía consisten en fomentar una serie de actitudes cívicas: tolerancia, respeto y talante democrático, entre otras. Sin duda se trata de actitudes muy deseables para nuestra sociedad. La lectura del diálogo entre Sócrates y Critón nos muestra que la decisión ejemplar del maestro está sustentada en una serie de convicciones razonadas y en una fuerza moral que le lleva a no dejarse seducir por el interés más que comprensible de salvar su vida.
Ya Aristóteles hace ver en la Ética a Nicómaco que en los aspectos de la conducta humana la persona aprende por descubrimiento, más que por acumulación de conocimientos. Así, por ejemplo, para que ayudar a alguien a que viva la sinceridad, antes que explicarle en qué consiste, Aristóteles sería partidario de mostrarle a un hombre sincero. De ahí que pretender inculcar actitudes cívicas a través de impartir una serie de materias, que después serán evaluadas, puede hacer que nuestras jóvenes generaciones sufran antes o después el efecto burbuja. Las actitudes cívicas no se enseñan, se transmiten. Por eso después de 25 siglos podemos continuar aprendiendo de Sócrates, tanto de sus palabras como de su vida y de su muerte.
Es loable la preocupación del Gobierno por preparar ciudadanos desde que son jóvenes. Pero da que pensar que sea precisamente este Gobierno, que tiene tales expectativas para la futura ciudadanía, quien esté dispuesto a sentarse a negociar y a ceder ante unos terroristas que no han respetado las instituciones democráticas ni a los ciudadanos españoles. Y también da que pensar escuchar a este Gobierno los juegos de palabras que ofrece para justificar el mal llamado 'proceso de paz' y las cesiones consiguientes. Estas explicaciones procedentes del Gobierno evocan la demagogia de aquellos sofistas que llevaron a la muerte de modo injusto a nuestro perenne maestro ateniense. Al mismo Sócrates.
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