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Hombres y mujeres veraces
Hay quienes al hablar, cuando algo les agrada dicen: «¡esto es maravilloso!» Cuando algo les desagrada dicen «¡esto es horrible!» Si algo no anda bien, «¡Esto es una canallada!» Si se trata de una cuestión social, inmediatamente reclaman «profundas transformaciones sociales». Otros sencillamente dicen: «esto es hermoso», «esto me gusta», «esto habría que cambiarlo». El modo de hablar de los primeros causa cierta impresión y por eso algunos los llamarán «categóricos». Pero la verdad es que, voluntariamente, se confía más en los segundos porque se intuye que cada palabra posee su peso y conforme a él, la valoran.
Saben que las palabras tienen su valor y las usan con prudencia. Además, las palabras y los hechos proceden de la misma persona. Los que hablan mucho malgastan sus energías y no les queda nada para la acción. En cambio, el que habla con parquedad, sabe reservarse y al llegar la hora de actuar, está preparado.
Por eso, debieran resultarnos sospechosas las «grandes palabras»: «hay que cambiar todo», «terrible», «admirable», «esto es un gran peligro...». Todo esto huele a moneda sospechosa. Hablemos con sencillez. Se puede decir lo mismo pero de una manera más sencilla, sincera y auténtica. La integridad personal es lo que respalda todo, hasta la acción y la fidelidad. Y esto se convertirá en una escuela para tomar en serio a todo lo demás.
Toda vida verdadera está bajo el signo de la veracidad. Todo cuanto hay de grande y duradero en la vida, nace de la veracidad. Ella es la negación de la mentira en todas sus formas; el hombre veraz mira a todas las cosas de frente y responde por sus convicciones. Pero el ser veraz no implica arrogancia. No significa afán de imponerse, ni de constituirse en juez de todo, de saberlo y juzgarlo todo y exponer nuestro sentir y parecer como infalible. El hombre veraz, ama la verdad por sobre todas las cosas y es intransigente con todo lo que la ofenda a ella.
La transigencia muchas veces es cobardía y otras, ignorancia. El que ama la verdad sabe defenderse contra toda deformación. Por el contrario, el que no ama la verdad, desconoce la fuerza vivificadora de ella.
En el mundo hay mucha mentira, falsedad e hipocresía. La industria más grande que hay en él es la mentira. Donde está el reino de las tinieblas, hay que extender el reino de la luz. Pero... ¿de qué manera? No pronunciando discursos contra la mentira, ya que no tiene sentido, sino más bien, cuidar que todo lo que digamos o hagamos, todo nuestro modo de ser, sea verdadero.
Cada palabra que decimos, cada obra que realizamos, son una batalla ganada para la causa de la verdad, que es Dios. Es como si una luz esplendorosa penetrara en nuestro espíritu y lo hiciera todo grande y luminoso.
La verdad es una espada que puede llevar a cabo grandes hazañas, pero también puede ser un instrumento de destrucción. El Señor dijo que debemos ser «sencillos como palomas y prudentes como las serpientes».
Simples y no falsos y dobles. Nuestra palabra debe ser más sencilla y sincera. Pero también, hemos de ser prudentes, no «ladinos» o «astutos». Nuestra palabra no se dirige a una fría pared, sino a un viviente corazón humano. Por eso puede producir diversos efectos. Puede alegrar, alentar o liberar. Pero puede también herir o abatir. Cuanto más duro es lo que tenemos que decir, tanto más cautos debemos ser. Hay verdades particularmente delicadas y hay personas que en determinados momentos son incapaces de comprenderlas. Hay que decir la verdad en el momento oportuno. Primero, hay que «tender las antenas del espíritu» para palpar el ambiente y verificar el efecto que producirán nuestras palabras en quien las oiga. Lo que nunca debemos hacer, es usar la verdad como un garrote, sin preocuparnos del daño que podemos causar con ella. Debemos aprender a ser veraces pero al mismo tiempo, delicados.
Siempre debemos decir la verdad y tenerla en gran estima. No podemos jugar con ella y arrojarla como mercancía sin valor. Pero muchas veces, invocando a la verdad, se la dice, pero entre ella y una bofetada no existe ninguna diferencia, solo que una hiere con la mano y otra con la palabra, pero en ambos casos está palpable la dureza de nuestro corazón.
Otras veces, se dice la verdad pero por pura vanidad, para demostrar nuestra hombría. Y al final, decir la verdad se transforma en una especie de deporte. Algunos piensan que tienen que decir a toda costa «esto» o «aquello», porque la veracidad así lo exige. Pero en realidad, no es más que charlatanería imprudente del que no sabe contenerse. Algunos creen que esto es ser «famoso» y en realidad no es más que un zamarreo de cosas serias e íntimas que debieran mantenerse en la interioridad o hbalrse únicamente en ocasiones especiales.
Dios es la verdad y también es amor. Y solo mora en la verdad que brota del amor, y se alegra únicamente de la verdad, que está unida al respeto y a la consideración de las personas.
Del director
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