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Máxima tensión

Uno de los motivos básicos del cansancio mental de los hombres y mujeres de hoy y de siempre, es la diferencia que existe entre lo que quieren lograr y lo que luego, efectivamente alcanzan. La mayor parte de las veces, el proyecto queda algo trunco, incompleto o remendado con los últimos alientos de un esfuerzo desgastado por los distintos avatares de la vida. Es decir, se consigue «algo» de lo que se quería, pero siempre reina aire y sensación de insatisfacción por no haber llevado ese ideal al puerto excelente, al indicado. Hay una continua tensión entre lo que se quiere y lo que finalmente se puede.

Frente a esta situación, tan común y tan normal, pueden ocurrir dos cosas: aceptar la realidad humana, buena pero herida, limitada o tratar de parecerse a máquinas indestructibles y sin emociones que empañen las continuas exigencias del deber. El sentido común, en este caso, se inclinaría más bien por la primera opción, pero también estaría de acuerdo no sólo en aceptar esa realidad, sino además, en no permitir que la desgana y la resignación ocupen el lugar del esfuerzo por lograr lo que se pretende.

Para el hombre de fe, el panorama se traduce en no confiar tanto en las propias fuerzas y en las destrezas personales y abandonar más las acciones y propósitos en Dios, quien es el que verdaderamente tiene todos los matices como para hacer un diagnóstico certero. Hacer el máximo de esfuerzo en todo, pero no pretender ilusoriamente el máximo de resultados. La vida misma dice que enormes esfuerzos casi nunca se corresponden con enormes resultados. Del mismo modo, hay veces que se necesita un esfuerzo mínimo y los logros aparecen enormes. No hay, entre esfuerzo y resultado, una necesaria proporcionalidad.

Pero para aquellos sin la gracia de la fe, es útil tener siempre presente que por muchísimas variables y circunstancias, lo que nace en la mente como una genial idea, generalmente, cuando se quiere poner por obra, los resultados difieren bastante de los proyectos iniciales. Esto quiere decir, ni más ni menos, que debe estar instalada la idea del «margen de error», tal cómo se hace en las encuestas, en el que esté contemplada la posibilidad de cambios en la concreción final de lo que se anhelaba.

Según numerosos estudios psicológicos, el cansancio mental termina por cansar al cuerpo. Nuestra mente anida proyectos y sueños y los construye en tal solo unos segundos; pero olvidamos que en la vida, esos segundos pueden equivaler meses, años, décadas. Sueño y realidad no tienen la misma escala de tiempo, es evidente. Por eso, cuando demandamos más de lo que podemos, nos cansamos, no sólo por la natural fatiga que todo trabajo conlleva, sino porque no «copiamos» de la mente lo que habíamos pensado como tan plausible y certero en la vida personal.

La tensión se reduce tan solo con tener un buen panorama personal de las virtudes y las limitaciones, además de confiar nuestros proyectos a la voluntad de Dios. De la misma manera que no le podemos exigir a un niño de siete años que construya de un día para el otro su carrera universitaria, no podemos pedirle a nuestra mente y a nuestro cuerpo cosas que no va a poder alcanzar. Es bueno soñar, tener proyectos, pero no es tan bueno cuando rozan más la utopía que cuando los sustenta una dosis de realismo.

Y tener presente que todo lleva su tiempo, con sus fatigas, esfuerzos y cansancios. Y que habrá momentos en los que la ansiedad tome el protagonismo y transforme en cielo gris el azul firmamento de nuestros buenos ideales. No desesperar, no descontrolarse. Trabajar y esperar con optimismo los frutos de nuestro trabajo. Y si no se dan, siempre habrá oportunidad para intentar una vez más.

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