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El derecho a conocer
Los hombres nos hemos dado, aunque esto ha costado que pasaran muchos siglos desde que tuviéramos conciencia de ser lo que somos, una serie de derechos de los cuales se predice un carácter internacional, universal, para todos y de todos.
Sin embargo, en muchas ocasiones, esa universalidad con la que se llenan la bocas los diversos mandatarios que en el mundo han sido, no deja de ser, sólo, un sueño y, sobre todo, una ilusión, algo ilusorio, algo por lo que, aún, hay que luchar. Y existen, para eso, diversas formas de lucha.
Entre aquellos derechos, sólo mencionados, se encuentra uno que resulta vital no sólo para la vida y vivencia de una nación sino para la propia persona, sujeto activo del mismo, en cuanto ejerciente de su contenido y sujeto pasivo por ser quien, se quiera o no y, sobre todo, en los años juveniles, recibe el caudal de formación que comprende el derecho a la educación o, más correctamente, el derecho a la instrucción (aunque esto sea una matización puramente personal). Todo esto para que los derechos humanos no lo sean sólo de palabra sino, sobre todo, de hecho.
Este año 2007 Cáritas ha situado, quizá, por encima de otros temas y de otros intereses, el de la educación. Su campaña tiene un título sugerente: «Los derechos humanos son universales, las oportunidades deberían serlo». Y dentro de esta general idea, que bien podríamos denominar las generales de la ley moral, una muy particular, por específica, concreta el trabajo de este día de la Caridad: la educación.
En realidad, toda la preparación, desarrollo y puesta en práctica de la labor especial que este organismo que, desde la Iglesia, trata de avisar sobre las carencias existentes en nuestra sociedad y, a ser posible, ayudar a remediarlas, lleva a cabo, tiene un claro objetivo: explicar, dar a entender, decir, que no basta con la teoría, como suele suceder, sino que, al contrario, hay que pasar «de las grandes palabras a los pequeños y constantes gestos cotidianos» (Mensaje de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, para el Día de la Caridad, titulado «Caridad y Educación Integral»)
Entonces, bien podemos preguntarnos cuáles son esos gestos que se demandan por parte de Cáritas, que es lo mismo que decir que por parte de la Iglesia; hasta dónde debería llegar nuestra actuación en este especial ámbito como es el de la educación, y que esta sea integral; hasta dónde nuestro compromiso como cristianos se tiene que hacer efectivo. Es un, a modo, de planteamiento de mínimos ya que, desde aquí siempre podemos ir un poco más allá, ir más lejos de lo que se nos pueda decir. Al fin y al cabo, esa libertad es un don de Dios y utilizarla correctamente es obligación grave de cada uno de los que nos consideramos discípulos de Cristo.
En primer lugar, no basta con que nos esforcemos en «ser honrados y justos en nuestras relaciones interpersonales y en todos los hechos concretos de nuestra vida diaria». Eso no quiere decir, claro, que no tengamos que serlo sino que, aquí sí, debemos dar un paso más, hacer, también, eso con «nuestra palabra» y «anuncio gozoso del Reino de Dios». Y esto debido a que una cosa con la otra no es entendible si no se quiere caer en una contradicción evidente: decir una cosa y hacer otra no casa bien con un cristiano cabal, seguidor del Maestro; no aplicar ese principio denominado «unidad de vida» no debería considerarse correcto. Así se dice, en el mismo mensaje, que «las palabras sin los hechos quedan desacreditados, pero los hechos sin la palabra no alcanzan toda su significación».
No acaba, claro, aquí, nuestra particular aportación a la difusión, verdadera, de los derechos humanos, siendo, ahora, el de educación, al que nos referimos. Esto sería muy poco, con ser, ya, mucho.
¿En cuántas ocasiones hemos podido observar que, en materia de educación, de viola el derecho, fundamental, a tenerla? o, concretando, ¿qué haremos cuando se intente manipular las mentes de nuestros hijos al aplicar, obligatoriamente, la malhadada asignatura conocida como EpC (educación (¿?) para la ciudadanía) pues esto es, precisamente, tanto una cosa como otra, la falta de educación y la manipulación de la misma, lo que se quiere de nosotros, aquellas personas que podamos observar, ver o padecer, semejantes cosas, los que debemos manifestar nuestra postura netamente contraria. Tanto el hecho de no recibir educación como de recibirle de forma intrínsecamente perversa ha de ser denunciado pues una cosa y la otra son atentados, directos, contra la persona humana por atacar su dignidad.
Además, cabe, también, un, digamos, «anuncio». Ese anuncio consiste en manifestar que es posible «otro orden mundial edificado en la verdad, la justicia, el amor y la libertad» (supracitado documento «Caridad y Educación Integral). Es posible un comportarse según la Verdad porque la Verdad nos edifica y conforma nuestro proceder; es posible un comportarse según la justicia pero basada en la misericordia y en el entendimiento del otro; es posible un comportarse según el amor porque es la Ley suprema del Reino de Dios (amor que acompaña al que sufre, amor que ayuda al que lo necesita, amor que comprende...); es posible un comportarse según la libertad porque ésta, como don de Dios, facilita que el ser prevalezca sobre el tener y con ella es posible constituir comunidades humanas en las que el ser fraterno sobreviva frente a la barbarie del odio y el abuso de poder y negación de esos derechos humanos de tanta difusión y, como éste de la educación, a veces tan maltratado.
Según los datos, siempre fríos pero llenos de personas y casos particulares, unos 115 millones de niños no tienen acceso a la educación primaria. Es decir, que millones y millones de futuros seres humanos del mundo (en caso de que lo lleguen a ser) no saben cómo es el mundo dónde viven porque no tienen el conocimiento mínimo para saberlo; millones y millones de infantes no conocen, ni de lejos, qué es la justicia social ni el reconocimiento de su mismidad por parte de la sociedad que los, se supone, acoge; millones de pequeños proyectos del mañana ni figurarán entre los «privilegiados» que se pueden permitir el lujo de romper los libros de texto que, seguramente, les habrá entregado gratuitamente alguna institución pública; millones de niños...
Y todo esto llama a la puerta de nuestro corazón, a la expresión más exacta de la Caridad, ese bien que todo cristiano puede hacer efectivo pero que, tantas veces, dejamos olvidado en el bolsillo de nuestra comodidad.
Dice Cáritas que «Mirar hacia otro lado no soluciona el problema». Y marca, así, un camino a seguir, una tendencia que deberíamos tener en cuenta desde ya, desde ahora mismo.
Quieren «generar espacios de debate y reflexión». Pero, quizá, deberíamos comenzar por reflexionar cada uno de nosotros, los que, con propiedad, queremos que se nos conozca por lo que hacemos, por el amor que nos tenemos y, por eso, como hijos de Dios, sobre, no sólo, que queremos hacer con los derechos propios de la dignidad de la persona que tenemos sino, más allá de esto y sobre todo, sobre qué podemos hacer para que aquellas personas que los necesitan los tengan y su dignidad sea, así, reconocida como lo que es.
Esa es nuestra tarea, nuestro esfuerzo, un cierto y necesario fin.
Del director
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