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La división de la Iglesia ante Educación para la Ciudadanía

Aunque valorar un sistema público de educación sea valorar algo vulnerable y difícil de poner en práctica; admitiendo que la posibilidad y la amenaza del conflicto de valores en la comunidad humana sea incluso condición de fecundidad para la vida que en ella se desarrolla, no debería la Iglesia estar dividida (como de facto parece estar) ante un asunto tan crucial como es la percepción que buena parte de la sociedad posee en lo relativo al carácter precario de la asignatura de Educación para la Ciudadanía (EpC). La educación moral es la respuesta a una necesidad que forma parte de nuestra naturaleza, y se enfrenta con problemas que, de no ser atendidos, arruinarán el ulterior desarrollo integral de la persona.

En el relato del Génesis sobre la ruina de Sodoma y Gomorra, durante la fuga de la ciudad en llamas, la mujer de Lot se convierte en una estatua de sal. Apartarse de la verdad y del bien producen una evidente parálisis en el corazón del hombre. En un relato alegórico de Tolstoi, un hombre está en equilibrio sobre el abismo, colgado de un arbusto; mientras dos ratones roen la raíz, el hombre sólo se preocupa de los frutos dulces que descubre en el arbusto. La tragedia de la vida está en ignorar las consecuencias. Algo semejante ocurre si decimos desconocer o mostramos negligencia ante los efectos a que conducen determinadas leyes en la comunidad humana.

¿De verdad cree algún prelado, en el colmo de la sencillez, que conviene mantener prudencia para saber si el Ejecutivo está dispuesto a dialogar y consensuar (¡oh, palabras mágicas y envenenadas de la democracia y de la ética civil! ) un «acuerdo de mínimos» en torno a la asignatura de Educación para la Ciudadanía (EpC)? ¿Piensa algún otro, en el colmo de la indulgencia, que todavía hay que esperar a conocer los contenidos de dicha materia para adoptar una decisión definitiva? ¿A qué tipo de prudencia quieren llevarnos dentro de la Iglesia a los que formamos parte activa de ella? ¿Alguien duda todavía de los motivos políticos o ideológicos, del carácter fragmentario, propagandístico y sectario de la dañina asignatura de EpC? Habría que proponer a quienes mantienen una cierta receptividad dentro de la Iglesia ante la nueva asignatura que soliciten al Ejecutivo, a través del consenso y del diálogo, la asunción y las competencias para designar ellos mismos a los profesores de la asignatura. Sólo así no dejaríamos que se produjera una perversión del Estado, al pretender identificar los pseudovalores de una parte de la sociedad política como los valores a que debe aspirar el ciudadano.

Termino de leer un comentario de Bernanos: «las victorias de la legislación sobre las costumbres me han parecido siempre muy precarias». A la misma conclusión aparentemente conservadora nos lleva la Antígona: es mejor para los humanos vivir conforme a los usos establecidos, a pesar de los peligros que llevan consigo. La ley no puede colonizar el pensamiento, ni el sentimiento de las personas. Los valores no se colonizan, ni se imponen, sino que se deciden, eligen o prefieren. No ignoremos las consecuencias de una legislación capaz de proponer elementos disgregadores, y tan sugerente como para crear confusión y división en el seno mismo de la Iglesia.

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