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Hitler, la Santa Sede y los judíos: la palabra a los archivos (I)
Sesenta años después de la ofensiva aliada que derrotó al nazismo, ha salido en las librerías italianas un libro del historiador de la Universidad Pontificia Gregoriana, Giovanni Sale, s.j., en el que recoge documentación inédita.
El libro "Hitler, la Santa Sede y los judíos" -("Hitler, la Santa Sede e gli Ebrei" - Editorial Jaka Book, 556 páginas) - analiza las relaciones entre el Tercer Reich y la Santa Sede en los años 1933 y 1945, basándose en documentos hasta ahora desconocidos del Archivo Secreto Vaticano relativo a las nunciaturas de Munich y Berlín -recientemente abierto por el Papa -.
Según esta investigación, la Santa Sede con los papas Pío XI y Pío XII comprendió ya desde el inicio de los años veinte los peligros propios del nazismo.
Para conocer con más detalle las revelaciones de este libro, Zenit ha entrevistado al profesor Sale.
-La historiografía no habla de la posición del clero católico a la llegada al poder de Hitler y del nacionalsocialismo en Alemania. ¿Cómo se comportó la Iglesia católica en esa situación?
-Giovanni Sale: Con la reciente apertura de los archivos vaticanos relativa a las nunciaturas de Munich y Berlín (1922-39) ahora tenemos la posibilidad de evaluar mejor la manera en que aquel "fatídico giro político" del 30 de enero de 1933 fue comentado y juzgado por los máximos responsables de la Iglesia católica.
Una serie de "Informes", redactados por el nuncio apostólico en Berlín, el arzobispo Cesare Orsenigo, nos da la posibilidad de evaluar mejor aquellos acontecimientos. El primer obispo que tomó medidas contra el nacionalsocialismo fue el arzobispo de Maguncia, quien en septiembre de 1930 publicó algunas normas que tenían como objetivo impedir el que los católicos quedaran contagiados por la epidemia nacionalsocialista; sin embargo, no todos los obispos las aprobaron, por considerar que eran demasiado duras. En todo caso, consideraban que el documento episcopal era prematuro, dado que el movimiento hitleriano se encontraba todavía en evolución.
Algunos obispos, además, pensaban que no había que creer demasiado a las teorías de algunos intelectuales del movimiento hitleriano, como el ideólogo anticristiano Alfred Rosenberg, mientras que había que tener en cuenta que el partido nacionalsocialista era el único que se oponía con determinación al avance de los bolcheviques en Europa.
Con el paso del tiempo, a la línea de conducta adoptada por el obispo de Maguncia, se asoció poco a poco todo el episcopado alemán, "apoyado -escribía el nuncio Orsenigo - por la actitud irreligiosa persistente de algunos jefes del nacionalsocialismo". En la conferencia episcopal de los obispos prusianos reunidos en Fulda del 17 al 19 de agosto de 1932 se acordó, "dado el presente peligro que el movimiento nacionalsocialista podría constituir para las almas", publicar disposiciones que prohibieran a los católicos la participación en el partido hitleriano. El documento fue aprobado por unanimidad.
En la campaña electoral para las elecciones políticas del 5 de marzo de 1933, por primera vez salió a la luz la oposición entre nacionalsocialismo y mundo católico. En un despacho del 16 de febrero de 1933, enviado a la Secretaría de Estado del Vaticano, monseñor Orsenigo afrontaba la gravedad de la situación y la dureza del enfrentamiento político que tenía lugar entre los partidos, así como la orientación política de los católicos y la manipulación de la religión con fines partidistas: "La lucha electoral en Alemania -escribía el nuncio - ha entrado ya en su clímax [...]. Por desgracia, también la religión católica es utilizada con frecuencia por unos y por otros con objetivos electorales. El Zentrum [Centro] cuenta naturalmente con el apoyo de casi la totalidad del clero y de los católicos y, con tal de lograr la victoria, actúa sin preocuparse de las penosas consecuencias que podrían derivarse para el catolicismo en caso de plena victoria adversaria".
De hecho, durante la campaña electoral, el elemento religioso fue sumamente aprovechado con motivos de propaganda política tanto por los partidos gubernamentales como por el Zentrum. Éste, considerado por muchos como un "partido confesional", se inspiraba en los valores cristianos para condenar y combatir los principios del nacionalsocialismo. Este último, por su parte, recurría a la lucha contra el comunismo para movilizar a las fuerzas católicas contra el enemigo común. Y sabemos también que muchos hombres de Iglesia no eran para nada insensibles a este argumento.
En general, la actitud de la jerarquía católica alemana durante toda la campaña electoral estuvo caracterizada por una gran prudencia y sentido de responsabilidad. En general, hizo todo lo posible para no alimentar, con declaraciones partidistas o improvisadas, el conflicto existente entre el nacionalsocialismo y el Zentrum.
Lo mismo hizo la Santa Sede. De la documentación que hemos consultado, resulta de hecho que ni la Santa Sede ni el nuncio en Berlín intervinieron de ninguna manera para influenciar a los obispos o a los jefes del partido Zentrum en una determinada dirección.
La Secretaría de Estado en aquellos meses se limitó a observar lo que estaba sucediendo en Alemania y trató con todos los medios de no involucrarse en las complicadas cuestiones políticas alemanas. Esto no significa, sin embargo, que no estuviera preocupada por lo que sucedía en aquellos meses en una nación tan importante para Europa.
Si bien compartía el punto de vista de los obispos alemanes sobre la condena de la ideología nacionalsocialista y sentía profunda preocupación por el destino de la Iglesia católica en aquel país, en el Vaticano eran también conscientes del peligro de que Alemania abrazara a los bolcheviques, empujando a toda la Europa continental en el caos y poniéndola en manos del comunismo. Esto explica el motivo por el cual en el Vaticano, en aquel período, no se juzgaba con excesivo rigor la llegada al poder de Hitler, ni su proyecto político de crear en Alemania un gobierno fuerte, autoritario, siguiendo el modelo de Benito Mussolini.
El punto más debatido por los historiadores es, sin embargo, el del apoyo determinante dado por el Zentrum a la consolidación de la dictadura hitleriana, con la votación de la ley sobre los plenos poderes del 23 de marzo de 1933. Hay que recordar que el paso de plenos poderes legislativos del Reichstag al canciller era un procedimiento excepcional pero previsto por la Constitución y, por tanto, legítimo.
La responsabilidad del Zentrum en la consolidación del poder del nacionalsocialismo se limita, desde mi punto de vista, al hecho de que a través de su voto se hizo posible la ampliación de los poderes del canciller; esto no significa sin embargo la toma del poder absoluto (que quedaba en manos del ejército y del presidente de la República) por parte de Hitler, del que sin embargo fue investido sucesivamente, con un simple decreto firmado por él mismo, después de la muerte del presidente Hindenburg.
Por tanto, responsabilizar al Zentrum de la llegada de la dictadura hitleriana, como sucede con frecuencia entre algunos escritos, me parece no sólo injusto sino también erróneo desde el punto de vista de la verdad histórica.
Las fuerzas reaccionarias y conservadoras del Estado permitieron que el nacionalsocialismo llegara al poder en Alemania y estas fuerzas permitieron que Hitler -a pesar de que conocían sus ideas y su proyecto político - fuera investido de plenos poderes, creyendo que podrían dominarlo y manejarlo según sus intereses. Tampoco hay que olvidar que fueron los electores, en las elecciones del 5 de marzo de 1933 quienes confirmaron esta opción, concediendo al partido hitleriano un elevado porcentaje de votos.
Si el partido Zentrum el 23 de marzo se hubiera negado a votar los plenos poderes a los nacionalsocialistas -quienes para amedrentar a los diputados habían rodeado el edificio en el que se celebraba la sesión -, los nacionalsocialistas hubieran utilizado la fuerza para alcanzar este mismo resultado, derramando sangre inocente.
Desde mi punto de vista, los diputados del Zentrum que votaron en marzo de 1933 la ley de delegación de poderes actuaron en buena fe, pensando que de este modo estaban ofreciendo un buen servicio a la Patria, preservando la paz social y política y salvando la Constitución. Ciertamente no tenían ante sus ojos todos los efectos negativos, muchos de los cuales entonces no podían preverse, y que tendrían lugar con la toma de poderes.
-La ideología nacionalsocialista se demostró pagana y claramente anticristiana. Pero el enfrentamiento más duro entre los nazis y la Iglesia católica tuvo lugar con motivo de la ley sobre la esterilización obligatoria de 1933. Con esta ley, los nazis comenzaron a aplicar de manera criminal la selección de la raza. ¿Cómo reaccionó la Iglesia católica?
-Giovanni Sale: En realidad, los desacuerdos entre la Santa Sede y el nacionalsocialismo habían comenzado ya tras la estipulación del Concordato de julio de 1933, cuando Hitler comenzó sin demasiados reparos a violar no sólo su espíritu sino también su letra, limitando según le daba la gana los derechos de la Iglesia en materia de asociación, formación, etc.
Ya en abril de 1933, la Santa Sede había comunicado a Hitler, tanto a través de los canales de la diplomacia pontificia como a través de la mediación de Mussolini, que se oponía a la legislación antisemita adoptada por el nuevo Gobierno, pues violaba el derecho natural e hizo todo lo posible para atenuar su rigor.
Hay que decir, de todos modos, que la ley sobre la esterilización obligatoria, que entró en vigor a inicios de 1934, se convirtió en el primer motivo de enfrentamiento entre las autoridades vaticanas y las del nuevo Reich germánico, decidido a aplicar sus teorías eugenésicas en materia de selección racial: teorías que Pío XI había condenado abiertamente en la encíclica "Casti Connubii" de 1931.
A petición de la Santa Sede, el episcopado alemán hizo todo lo posible (incluidas cartas pastorales, contactos personales con dirigentes del régimen, etc.) para lograr la modificación de la ley sobre la esterilización. Esta movilización del mundo católico alemán llevó, de hecho, a modificar el reglamento de aplicación de la ley, que fue publicado el 5 de diciembre de 1933.
Éste contenía dos cláusulas importantes, incluidas en el texto definitivo por los representantes de los obispos después de extenuantes encuentros con las autoridades gubernamentales y contra la oposición del ala radical del partido nacionalsocialista: la primera permitía a las personas con enfermedades hereditarias que no querían ser esterilizadas ser internadas en una clínica; la segunda, garantizaba al personal sanitario no efectuar o a asistir a operaciones de esterilización por motivos de conciencia.
Tuvo más éxito, en 1941, la valiente denuncia de algunos obispos alemanes contra el programa (secreto) de eutanasia de personas con enfermedades hereditarias, en particular los enfermos de mente -los mismos que habían sido esterilizados en virtud de la ley de 1933 - cuya manutención era considerada como demasiado cara para el Estado.
El obispo de Münster, monseñor Clemens August Graf von Galen, en una homilía del 3 de agosto de 1941, reveló detalles sobre la manera en que eran asesinados los enfermos en casas especialmente preparadas para ello y la manera en que se comunicaban noticias falsas a sus seres queridos sobre su fallecimiento.
El obispo condenó con fuerza estos hechos, definiéndoles auténticos delitos, y pidiendo que se castigara a sus responsables. La falta de respeto de la vida humana, denunció, llevaría a la eliminación física de todas las personas consideradas discapacitadas para el trabajo, como los enfermos graves, los ancianos, los soldados heridos que regresaban del frente.
La homilía causó una profunda conmoción entre la población civil y entre los soldados alemanes que combatían en el frente. Los jefes nazis reaccionaron con violencia: algunos pidieron incluso que von Galen fuera ahorcado, acusado de alta traición.
Sin embargo, Hitler, a regañadientes, decidió -para no crear malestar entre la población civil de esa importante región ni entre los numerosos soldados católicos -, aplazar el ajuste de cuentas con la Iglesia hasta que acabara la guerra.
Lo ciertos es que una orden del Führer del mismo 3 de agosto de 1941 bloqueó oficialmente la ejecución del programa de eutanasia. En los años sucesivos, a pesar de la orden de Hitler, se siguió aplicando en algunas situaciones particulares; pero el programa oficial no se reanudó.
La segunda parte de esta entrevista se publicará en el servicio de Zenit del jueves, 10 de junio.
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