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La financiación de la iglesia

Cuatro son los motivos por los cuales un economista ha de examinar el actual mecanismo de financiación de la Iglesia Católica en España. El primero, en cuanto ésta presta servicios en exclusiva, de modo gratuito, demandados, además, por un considerable porcentaje de la población.

La línea Smith-Marx calificó a los servicios como actividades improductivas. Se ha abandonado. Basta leer a A.G.B. Fischer. Existe una deliciosa demostración de su equivalencia con los bienes expuesta por Bernard Shaw en «Guía de la mujer inteligente para el conocimiento del socialismo» (Aguilar, 1935).

La contribución de la Iglesia en servicios —desde bautizos, a entierros pasando por procesiones y bodas—, es tan enorme, que tras la paradoja expuesta por Kuznets en su artículo «Nacional Income and industrial structure», en «Econometrica», julio 1949, resulta ridículo no tenerla en cuenta.

En segundo lugar, en España el Estado de Bienestar ha llegado al límite de su capacidad asistencial si no queremos alterar el equilibrio macroeconómico, esencial para que no aparezcan severas crisis.

No se ha hecho sin daño su planteamiento a partir del año 1977, al liquidar prácticamente la Ayuda Familiar, con su lógica repercusión en la natalidad. Léase lo que declaró el último Premio Nobel de Economía, Phelps, a Thomas Hahn, para «Capital», en el mes de mayo 2007: la caída de los nacimientos «frenará de manera adicional el dinamismo y las innovaciones. ¡Quién sabe cuántos Mozart dejarán de nacer debido a las bajas tasas de natalidad!» El que las jubilaciones, las prestaciones sanitarias, no hagan quebrar con rapidez el sistema, en parte se debe a que la presión social se aminora como consecuencia de la ayuda de la Iglesia. ¡Cómo, en este sentido, no citar desde Cáritas a las Hermanitas de los Pobres!

En tercer término, la enseñanza concertada en centros de la Iglesia, es muchísimo más barata que la pública. En los estudios hechos por el grupo de FORO, esto ha quedado probado de modo incontrovertible. Sin, por ejemplo, los algo más de un millón de alumnos que se atienden en centros vinculados en la Federación Española de Religiosos de la Enseñanza, surgiría un problema literalmente aterrador para nuestra economía. Es una auténtica y barata externacionalización del servicio de la enseñanza obligatoria.

En cuarto lugar, se encuentra la atención al patrimonio artístico español en la considerable parte que se alberga en instituciones eclesiásticas. El «inmenso latrocinio» de que hablaba Marcelino Menéndez Pelayo refiriéndose a la Desamortización, no reside en lo sucedido con los monjes granjeros y las fincas que atendían, sino en la riqueza artística definitivamente perdida con esa operación. Si la Iglesia no existiese, el daño sería enorme.

Ahora es el momento, por parte de los españoles, se sientan católicos o no, de cooperar con el Estado para que no se derrumbe algo que tiene, por lo dicho, unas alternativas muy preocupantes. El no poner masivamente esa cruz en la declaración del IRPF en la casilla de la Iglesia, sería colaborar a un desastre.

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