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Sobre la Doctrina Social de la Iglesia

La persona es «imago Dei» y como imagen del Creador ha de conducirse de forma tal que pueda decirse, de ella, que se comporta de la forma más adecuada a la voluntad del Padre.

A lo largo de la historia de la humanidad el ser humano ha tendido a comportarse modificando su actuar de acuerdo a la evolución técnica que ha sido capaz de descubrir e inventar. Cada tiempo ha tenido su motivo y, así, hemos ido avanzando por el proceloso paisaje de este valle por el que pasamos. Y esto es lo que, más que nada, hace la Iglesia, «lee los hechos según se desenvuelven en el curso de la historia» (Compendio Doctrina Social de la Iglesia 104)[1]

La Doctrina Social de la Iglesia no es, como puede pensarse, como una forma contraria, en sí, al capitalismo y al socialismo; no es, por decirlo así, algo que dice la Esposa de Cristo para regir la vida de las personas, más la de las que se consideran hijos de Dios ni, tampoco, como lo que se propone, simplemente, para hacer frente a los problemas que se le plantean, al hombre sino, más bien, como una aplicación del Evangelio, de la savia de Verdad que contienen esas páginas tan ilustres de nuestra historia de hombres.

Por eso cuando en el Comp. DSI 4 se dice que «la Iglesia quiere ofrecer una contribución de verdad a la cuestión del lugar que ocupa el hombre en la naturaleza y en la sociedad, escrutada por las civilizaciones y culturas en las que se expresa la sabiduría de la humanidad» se está definiendo, perfectamente lo que se intenta llevar a cabo: un «humanismo integral y solidario» (título de la Introducción del Comp. DSI)

Por lo tanto, si se trata de llevar a cabo una «actitud vital basada en una concepción integradora de los valores humanos»[2] es claro que ese hacer que el ser humano, en su individualidad, pase a formar parte de la comunidad en la que ha de vivir, ha de sustentarse en unos principios y unos valores que la Iglesia, como garante de los mismos, difunde, defiende y procura sean seguidos.

Así, podemos referir, por ejemplo, el principio del bien común, según el cual «se puede considerar como la dimensión social y comunitaria del bien moral»[3] Por eso, se procura, desde la Iglesia, en aplicación de esa doctrina, que el beneficiario del desarrollo económico no sea la persona aislada sino la comunidad en la que habita y a la cual aporta su actuar responsable, lleva la tarea de su vida como afluente que enriquece el río de la vida por el que pasa.

El sentido universal que la Iglesia tiene se refleja cuando se dice que no hay que «olvidar la contribución que cada Nación tiene el deber de dar para establecer una verdadera cooperación internacional, en vistas del bien común de la humanidad entera, teniendo en mente también las futuras generaciones»[4] Aplicación, ésta, estricta, del principio de bien común y, sobre todo, del de destino universal de los bienes.

Sin embargo, este principio abre paso, por así decirlo, a otra serie de causas que determinan que la DSI sea, o debería ser, una realidad sobre la que construir un mundo, seguramente, mejor.

Si mencionamos alguno de ellos no podemos olvidar, por ejemplo, al principio de subsidiariedad ni al de participación ni al de solidaridad. Mediante el primero, «todas las sociedades de orden superior deben ponerse en una actitud de ayuda (« subsidium ») —por tanto de apoyo, promoción, desarrollo— respecto a las menores»[5] y no apropiarse, es de entender y al contrario, de todos los quehaceres que las personas sean capaces por sí mismas de hacer, agobiando la vida de los que, en verdad, constituyen las naciones y no dejando de tutelar, en un exceso de control, la vida ajena; mediante el segundo, entiende la DSI que «es evidente, pues, que toda democracia debe ser participativa[6]. Esto comporta que los diversos sujetos de la comunidad civil, en cualquiera de sus niveles, sean informados, escuchados e implicados en el ejercicio de las funciones que ésta desarrolla; y, por último, el principio de solidaridad «es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos»[7] y no se trata de un mero comportarse oportuna y ocasionalmente para quedar bien con el prójimo sino, al contrario, una conciencia de lo que se hace se hace porque, por decirlo así, se le debe al hermano que necesita la ayuda, por el hecho mismo de serlo.

Pero junto a estos principios, encontramos, sobre todo, algo que resulta vital para la Iglesia y, en particular, para la DSI: los denominados «valores fundamentales de la vida social». Existe, por eso mismo, una relación entre unos, aquellos, y estos, que es «indudablemente de reciprocidad, en cuanto que los valores sociales expresan el aprecio que se debe atribuir a aquellos determinados aspectos del bien moral que los principios se proponen conseguir, ofreciéndose como puntos de referencia para la estructuración oportuna y la conducción ordenada de la vida social»[8]

Así, la verdad, la libertad y la justicia han de servir, a decir de la DSI, para que la sociedad, llevada por «el camino seguro y necesario» de su práctica pueda «alcanzar la perfección personal y una convivencia social más humana». Además, «constituyen la referencia imprescindible para los responsables de la vida pública»[9] Son estos valores los que se han de cumplir, por así decirlo, para que la sociedad donde el hombre desarrolla su vida, lleve un devenir acorde con la doctrina de la Iglesia que es, por eso, doctrina de Cristo llevada al hoy.

Sin embargo, no basta, quizá, con esto o lo que es mejor, no baste con esto.

La Iglesia, y su Doctrina Social, se apoyan, toda ella, sobre la Caridad, el Amor, Ley Suprema del Reino de Dios, realidad sobre la que se ha de sustentar todo el edificio eclesial y humano.

Por eso, «la caridad, a menudo limitada al ámbito de las relaciones de proximidad, o circunscrita únicamente a los aspectos meramente subjetivos de la actuación en favor del otro, debe ser reconsiderada en su auténtico valor de criterio supremo y universal de toda la ética social»[10] y por lo mismo ha de determinar los comportamientos sociales, en general, y en particular, de todos aquellos que, conscientes de ser hijos de Dios hacen efectivo el ejercicio y cumplimiento de esos principios nombrados antes, de esos valores que les dan forma y, sobre todo, del amor que ha de ser savia que recorra, por el cuerpo social, a unos y a otros.

Y esto es la Doctrina Social de la Iglesia: traer al mundo lo que del mundo es; llevar al hombre lo que es de Dios y que, por eso, es su semejanza.

Notas

[1] Comp. DSI, desde ahora

[2] Definición de lo que es "humanismo"

[3] Comp. DSI 164

[4] Comp. DSI 166

[5] Comp. DSI 186

[6] Juan Pablo II, Carta enc.Centesimus annus, 46

[7] Comp. DSI 193

[8] Comp. DSI 197

[9] Ídem anterior, los entrecomillados

[10] Comp. DSI 204

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