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El justo medio
Un científico amigo mío, me decía, hace tiempo, que nuestra sociedad no puede digerir lo que aprende, ni puede utilizarlo eficazmente. De los libros que entran en los anaqueles de una biblioteca científica, la mitad de ellos no será leído por nadie, y la otra mitad se dividirá en dos partes iguales: la primera tendrá un solo lector, y la otra será leída por varios lectores. Sólo la cuarta parte sirve efectivamente a otros científicos o técnicos.
Traslademos este hecho a realidades materiales. ¿Qué diríamos si una empresa industrial o agrícola, por no tener compradores, tuviera que tirar la mitad de su producción como desperdicio, año tras año? Este desequilibrio entre producción y consumo se encuentra también en todas las ramas de la literatura y de la información; libros de historia, de filosofía; sin hablar de las revistas y de los diarios, por supuesto.
Hay quejas de que la cultura general se encuentra en un nivel bajo, y ello pese a la inédita abundancia de medios para adquirirla o desarrollarla. Hay que preguntarse entonces la causa de ello. Creo que el exceso de medios compromete el fin. La memoria sobrecargada reacciona en el olvido; la cabeza repleta se parece mucho a una vacía. Sufrimos de desnutrición por saciedad. Es decir, debemos resignarnos a ignorar muchas cosas para concentrarnos en algunas, cuyo jugo, por una paciente meditación, extraeremos y asimilaremos.
Nietzche decía que toda profunda cultura es obra de un rumiante. Estamos muy lejos de ella. Basta con escuchar las conversaciones de café para darse cuenta de la superficialidad y la repetición continua de slogans, o frases que demuestran que «han comido muchas hierbas pero jamás rumieron ninguna».
«Temo al hombre de un solo libro», decían los latinos antiguos. O sea, el hombre que va hasta el fondo de lo que lee, que lo incorpora y saca de él una razón de vivir y unas reglas de conducta.
Una cultura demasiado restringida tiene la ventaja que favorece la concentración, pero el inconveniente de que agotado el impulso, desemboca en el estancamiento y la asfixia. Pero una cultura demasiado extensa y hecha de elementos no integrados, produce los mismos efectos. La sobrealimentación debilita y enferma como el ayuno.
¿Y donde está entonces el justo medio? Es variable, según las capacidades del individuo. Cada uno debe ver con claridad para descubrir el régimen que le conviene y lo suficientemente prudente para adaptarse a él. Las leyes de la nutrición exigen la misma disciplina para el espíritu que para el cuerpo. Los que no saben dominar su glotonería, «picotean» sin discernimiento cualquier cosa en cualquier situación; llegan a la paradoja de haber comido hasta la saciedad y no estar bien alimentados. La regla de oro para ambos casos es siempre subordinar la cantidad a la calidad de la digestión.
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