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Notas sobre la soledad

En medio de la barbarie de ruidos y actividades que cualquier día normal depara, pronto descubrimos que aún así la soledad no ha dejado de existir. Más bien, algunas características de la sociedad consumista, lejos de atenuarla, la agigantan y la ofrecen a compradores desaprensivos que conviven con ella prácticamente sin darse cuenta. La soledad es palabra temida y ahuyentada de cualquier ideal.

Nos han enseñado que el hombre es sociable por naturaleza. No citaremos frases célebres que aludan a la cuestión. Pero hace ya mucho tiempo, y a lo largo de muchísimas generaciones, el tema de la soledad ha sido abordado solo para conocer de ella su nombre y poder así evitarla cuando aparezca mencionada o se haga presente en nuestras vidas. El arte de vivir junto a ella, como un condimento más de la vida, es oficio escaso entre las gentes que pueblan nuestro mundo. Soledad, palabra maldita en un planeta frenéticamente intercomunicado. Compañía, palabra talismán para eludir cualquier intento de depresión.

La importancia de la soledad ha sido devaluada. En cientos de programas de televisión, en mensajes de texto por celular, en los chateos interminables, en las fiestas prolongadas por amaneceres enteros, se busca casi neuróticamente alguna compañía que, por lo menos, sea capaz de quitar ese airecillo a «solo» o «sola» que acompaña a todos los involucrados en estas cuestiones. No hay que estar solo, hay que «saborear» el encuentro, disfrutar de él y prolongarlo hasta que uno mismo no tenga ni tiempo para pensar en cuestiones que prefiere esquivar y postergar.

En nuestros días, la ausencia de la soledad genera problemas, aunque parezca poco creíble que sea así. Una persona que no es capaz de estar un tiempo prudencial de su día a solas, es incapaz de meditar, de pensar. Para la reflexión personal se necesita silencio, y solo aparece cuando el ámbito es propicio para ello. Se necesita la soledad para evaluar, para ponderar y para valorar.

El activismo, el moverse de un lado para el otro sin destino cierto, el simular ocupaciones y tareas, no son más que síntomas preocupantes que señalan la evasión ante una realidad personal que preferimos no ver. Reconocer falencias, superar objetivos, alcanzar metas y tener un plan de vida es algo que cuesta. A veces parece que al escapar de estas cuestiones, simplificamos la vida, cuando en realidad la entorpecemos cada vez más.

¿Cómo seremos capaces de valorar el cariño de nuestros seres queridos si no hay soledad para pensar en ellos y revivir en nuestra imaginación los mejores momentos juntos? ¿Cómo mejorar si estará ausente la soledad que nos permita darnos cuenta de nuestros errores? ¿Cómo extrañar y desear estar junto al otro cuando asfixiamos con nuestra presencia a los que más queremos? ¿Cómo proyectar, como evaluar, como ser previsores si lo único que importa es escapar de la soledad para evitar pensar?

El culto al presente y al vivir el momento es, ciertamente, un interesante enemigo para la soledad. En definitiva, el evitar estar solo, es evitar estar con uno mismo, con todo lo que ello implica: aceptar limitaciones y poner por obra propósitos concretos de mejora.

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