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Dawkins, el ATP y Dios
Dawkins distingue dos clases de agnosticismo: el ATP (agnosticismo temporal en la práctica) y el APP (agnosticismo permanente por principio). El primero sería una actitud apropiada ante problemas científicos no resueltos pero que lo serán cuando se disponga de datos suficientes; el segundo correspondería a problemas cuyo planteamiento mismo impide aportar datos concluyentes.
Dawkins ilustra el ATP con una respuesta «inmortal» de Carl Sagan a la pregunta de qué «sentía visceralmente» sobre la posible existencia de vida extraterrestre: «Bueno, intento no pensar con mis vísceras. En realidad, es correcto reservarse la opinión hasta que haya evidencias».
La existencia o no de Dios entraría, en apariencia, en el ámbito del APP: «Algunos científicos y otros intelectuales están convencidos —con demasiado entusiasmo, en mi opinión— de que la cuestión de la existencia de Dios pertenece a la por siempre inaccesible categoría APP. Como veremos, a partir de aquí a menudo hacen la ilógica deducción de que la hipótesis de la existencia de Dios y la hipótesis de su inexistencia tienen exactamente la misma probabilidad de ser correctas». Él opina de otro modo. La cuestión «pertenece firmemente a la categoría temporal o ATP». «Tanto si existe como si no. Es una cuestión científica; puede que un día conozcamos la respuesta, y mientras tanto podemos decir cosas bastante fuertes sobre la probabilidad».
Lo que en realidad importa no es si Dios es refutable (no lo es), sino si su existencia es probable. Esto es otro tema. Algunas cosas irrefutables se juzgan sensatamente mucho menos probables que otras cosas también irrefutables. No hay razón alguna para considerar que Dios es inmune a la consideración en el espectro de probabilidades.
En otras palabras, la ciencia todavía carece de pruebas suficientes sobre la existencia o no de Dios, pero muy probablemente las hallará, como ha ocurrido con otros muchos problemas en apariencia irresolubles por principio. Entre tanto, las probabilidades científicas apuntan a la inexistencia de la divinidad. Además, a cualquier efecto práctico es perfectamente posible vivir como si Dios no existiera. Así, expone: «Soy agnóstico en la misma medida en que lo soy respecto de las hadas en el fondo del jardín»; o, citando a otros, considera que «la existencia de Dios no es más probable que la del Ratoncito Pérez. No puedes rebatir ninguna de las dos hipótesis, y ambas son igualmente improbables». «No creo en Dios de la misma forma que no creo en Mamá Oca». Comprometerse con cualquier religión particular «no es ni más ni menos extraño que elegir creer que el mundo tiene forma de rombo y circula por el Cosmos sujeto entre las pinzas de dos bogavantes enormes llamados Esmeralda y Keith».
Una popular deidad en Internet actualmente —y tan irrefutable como Yahvé o cualquier otro— es el Monstruo Espagueti Volador, quien, como muchos afirman, les ha tocado con su filamentoso apéndice. Estoy encantado al ver que se ha publicado como libro El Evangelio según el Monstruo Espagueti Volador, con gran éxito. No lo he leído, pero ¿quién necesita un Evangelio cuando simplemente sabes que es cierto? A propósito, debería tener lugar —ya ha tenido lugar— un gran cisma que diera origen a la Iglesia del Monstruo Espagueti Volador Reformada.
Etcétera.
Encuentro divertida la estrategia de responder, cuando me preguntan si soy ateo, que quien me está preguntando es también un ateo con respecto a Zeus, Apolo, Amón-Ra, Mitra, Baal, Tor, Wotan, el Becerro de Oro y el Monstruo Espagueti Volador. Simplemente, yo voy un dios más allá.
Dawkins cita también otro enfoque del asunto, el de la «tetera celeste» de Bertrand Russell:
Muchas personas ortodoxas hablan como si pensaran que es tarea de los escépticos refutar los dogmas recibidos, en vez de que sean los dogmáticos quienes los prueben. Por supuesto, esto es un error. Si yo fuera a sugerir que entre la Tierra y Marte hay una tetera china girando alrededor del Sol en una órbita elíptica, nadie sería capaz de desmentir mi aserción, dado que yo he tenido cuidado de añadir que la tetera es demasiado pequeña para ser descubierta incluso por uno de nuestros más poderosos telescopios. Pero si luego yo digo que, como mi aserción no puede refutarse, es una presunción intolerable por parte de la razón humana dudar de ello, pensarán de mí, con toda la razón del mundo, que estoy diciendo sinsentidos. Sin embargo, si en los libros antiguos se afirmara la existencia de esa tetera, enseñada como la sacra verdad cada domingo, e instilada en las mentes de los niños en la escuela, la duda a la hora de creer en su existencia se convertiría en una seña de excentricidad y harían que un psiquiatra reconociera al dubitativo en una era ilustrada, o un inquisidor en una era anterior.
Espero haber resumido con aceptable claridad los enfoques de Dawkins sobre la cuestión de la divinidad. Conviene ahora hacer algunas observaciones:
- Contra la entusiasta opinión de Dawkins, la respuesta de Sagan no es muy buena. Elude la pregunta, la cual no se refiere a su pensamiento, sino a su sentimiento (acaso al sentimiento abrumador ante la posibilidad de estar solos en el inmenso universo). Tampoco es una respuesta muy científica, pues la ciencia progresa elaborando hipótesis que luego confirman o no las pruebas, por lo que el autor podría opinar legítima y provisionalmente sobre la probabilidad de una u otra hipótesis, aun sin datos conclusivos. Y ni siquiera tiene lógica reservarse la opinión hasta disponer de pruebas concluyentes («evidencias»), pues cuando disponemos de ellas salimos de la opinión para entrar en la certeza.
- La diferencia entre el terreno de la opinión y el de la certeza suficiente tiene el máximo interés a nuestro efecto, porque si en las ciencias llamadas naturales cabe alcanzar gran número certezas sólidas, la probabilidad de éstas decae en las ciencias sociales (muchos dudan de que puedan llamarse propiamente ciencias, pero aquí eso no importa). El comportamiento humano resulta harto más complejo que el de una masa inerte, y el mundo social difiere del de la física, entre otras cosas, en que los asuntos opinables son muchos y los definitivamente establecidos, pocos. De ahí, también, la tendencia de las ciencias sociales a la ideología. Además, nos vemos compelidos a cada paso a obrar sin consoladoras seguridades, como la que tenemos en la ley de la gravedad. Pues bien, la cuestión de la creencia en Dios, como hecho social e históricamente muy influyente, resulta, de entrada, más afín a las opinables ciencias sociales que a la física o la biología, sobre las cuales tienen tendencia a argumentar hoy muchos ateos.
- Aun en el terreno de la ciencia social, la cuestión de la existencia o no de Dios queda resuelta de antemano por la negativa. En cierto modo, se trata de una tautología. La ciencia opera con datos, y la llamada existencia de Dios no se apoya en ninguno. Tampoco hay datos que la nieguen, pero es fácil inventar cosas cuya existencia no pueda ser confirmada ni negada, como la tetera de Russell. Ahora bien, la ciencia dejaría de serlo si se ocupara de tales seudoproblemas. En realidad, el debate en torno a la existencia de Dios no gira en torno a los datos, sino a interpretaciones y razonamientos sobre ellos.
- Contra la afirmación de Dawkins, la cuestión de la existencia de Dios no entraría en el ATP, sino en el APP, por emplear su terminología. El concepto de divinidad, al menos en el cristianismo, se refiere al fundamento o causa de la existencia, y a su sentido. Dios se refleja en lo existente, en el mundo, pero permanece fuera y por encima de él; de otro modo habría que concebirlo como un objeto más de lo existente. Y dado que la ciencia se ocupa de lo existente y prescinde de si el mundo tiene o no un sentido, el concepto de Dios queda al margen de ella.
- La comparación con el Ratoncito Pérez, la tetera, etc., puede valer como gracieta discutiblemente ingeniosa, pero no como argumento. Dawkins se expresa aquí como un retórico poco afinado. Ni él ni nadie se ocupa realmente de esos absurdos «problemas», y sí, en cambio, del de Dios. Ello obedece a que este último ha originado hechos sociales e históricos de primera magnitud. Reducir la religión a sandeces como la del monstruo espagueti volador parece probar la estupidez de la humanidad a lo largo de los siglos, pero uno puede preguntarse si no indicará más bien la estupidez de quienes plantean el asunto en tales términos.
- Tampoco la alusión a dioses antiguos en quienes ya nadie cree vale tanto como supone Dawkins. El punto clave de la cuestión es la divinidad, no las diferentes formas y nombres que le han aplicado los hombres en la historia.
- Y ¿es posible, a cualquier efecto práctico, vivir (bien, se entiende) como si Dios no existiera? He aquí un problema que, hasta cierto punto, sí puede plantearse científicamente, a partir de datos: existe una experiencia histórica analizable, la de los regímenes ateos del siglo XX, que llegaron a abarcar a un tercio de la humanidad. Pero, lamentablemente, Dawkins muestra un completo y acientífico desinterés al respecto.
Estas observaciones, y otras posibles, no demuestran que haya un Dios, pero creo que justifican un sano escepticismo hacia construcciones ideológicas ateas con pretensiones científicas, tan en boga en estos tiempos.
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