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El imposible binomio Iglesia y Peces-Barba
Cuando alguien emprende el hermoso y duro camino de realizar una tesis doctoral lo hace, en primer lugar, por inquietud intelectual, por una insaciable hambre de doxa, de saber científico e interdisciplinar. Pero acto seguido adopta otra actitud; el saber es inabarcable, se impone acotar un tema, una especialidad hacia la que de algún modo sientas una singular vocación. ¿Qué le llevó —misteriosa pregunta— a Gregorio Peces-Barba a realizar una tesis doctoral sobre el pensamiento social y político de Jacques Maritain, protestante convertido al catolicismo, «un cristiano de fe ejemplar», según Pablo VI, uno de los filósofos que más estudió el pensamiento aristotélico-tomista, embajador de Francia en el Vaticano, haciéndose finalmente Hermanito de Jesús en Toulouse? Parece evidente que la influencia de Maritain, al contrario de lo que pueda imaginarse, fue decisiva para configurar el pensamiento de Peces-Barba, pero en un sentido inverso al pretendido en su investigación.
Peces-Barba, repitiéndose hasta la saciedad en sus discursos y conferencias, encarna como nadie la concepción de una sociedad cerrada y excluyente, donde uno de sus ideales políticos para alcanzar la realización de su ingeniería social, quizá el más peligroso, consiste en expulsar de la vida pública a la jerarquía católica, considerada por él como la rémora más abyecta para una convivencia gradualmente feliz. Si la humanidad pretende alcanzar un notable nivel de padecer y malestar, sólo tiene que dejarse conducir por la jerarquía católica. Si, por el contrario, consentimos en la imposición de otra escala de valores, el acercamiento al Estado ideal será algo factible sobre la Tierra. Esto es lo que parece decirnos en cada una de sus actuaciones.
Las últimas declaraciones de Peces-Barba relativas a la asignatura de Educación para la Ciudadanía (dijo algo así como que España haría el ridículo en el seno de la Unión Europea si hiciera caso de los Obispos), manifiestan una vez más no tanto su conocida aversión hacia la Iglesia, sino el ideal político de excluir cualquier vestigio religioso del ámbito público y civil. Algo, por otro lado, impensable, siquiera por la evidente contribución que toda verdadera religión realiza en la sociedad.
Peces-Barba, hombre colmado de akrasía, de una insolente intemperancia, a pesar de concebirse a sí mismo como moderado, sensato y defensor de tesis templadas, lejos de actuar conforme a la excelencia, siempre lamentó públicamente que la Iglesia Católica sea citada en la Constitución, hasta el extremo de considerar dicha cita como un error en la redacción. En el Estado ideal requerido por él, es indignante que el status jurídico de la Iglesia en España esté regulado con una norma de derecho internacional, un tratado del Estado con la Santa Sede. Digamos que los católicos tenemos derecho a existir, siempre y cuando no molestemos, sin que exista visibilidad alguna de la Iglesia o signos exteriores del cristianismo que excedan de las salas de estar o de los dormitorios.
Piensa Don Gregorio que la Iglesia-Institución (como él la denomina) se empeña en mezclar lo público y lo privado, es decir, que la fe, ese turbio y delicado asunto interior, no debe determinar la vida; que la Iglesia-Institución es «dañina para la democracia», posee un «carácter manipulador» y ejerce un «adoctrinamiento catequético» a través de la enseñanza de la religión en las escuelas, «un signo más de la actitud invasora y descalificadora de los valores aconfesionales y laicos».
Ignoro si esa forma de pensar es digna para asumir la presidencia del Congreso de los Diputados o ser rector de una universidad, pero podríamos preguntarle a Don Gregorio si cumple el Estado la Constitución cuando declara abiertamente su opción relativista y la impone al conjunto de los ciudadanos, cuando no respeta la necesaria exteriorización de la fe en la vida pública. ¿Por qué no reconoce notoriamente Don Gregorio la altísima contribución que la religión y la Iglesia Católica realizan en la sociedad?
Postular una definitiva separación Iglesia-Estado (algo que, además de una obcecación personal, en opinión de Don Gregorio no se ha producido) y una laicidad incluyente (expresión celebrada por el movimiento Cristianos por el Socialismo) es incompatible con las manifestaciones públicas de quien ha mirado el alma de Jacques Maritain y sólo ha visto en ella cuanto pretendía denostar, la íntima relación que se establece entre Dios y el hombre, y que se expresa en cada uno de sus actos. ¡Más humildad, Don Gregorio! ¡Un poco de virtud, por favor!
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